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AMLO: De Nueva York a Washington

Xavier Díez de Urdanivia

La presencia de AMLO en el Consejo de Seguridad sirvió, a un tiempo, como preámbulo y “calentamiento” para la “Cumbre de Norteamérica”, aunque poco parece haberle aprovechado.

Los redactores del discurso que pronunció en Nueva York -notoriamente mejor estructurado y leído que las intervenciones a que nos tiene acostumbrados en las “mañaneras”, aunque haya sido del todo impertinente- difícilmente esperaban que una reacción adversa habría de provenir de La Federación Rusa y de China, dos potencias que, en el mapamundi de esos redactores, se ubican del lado de quienes quieren como aliados. El lenguaje, los protocolos y los usos diplomáticos quizás hayan sofisticado las formas, pero en el fondo el trasiego en ese consejo es político.

Fue en esas condiciones que las huestes mexicanas llegaron a Washington, con una agenda que, tristemente, no arrojó acuerdos que concretaran las expresiones de buenas intenciones.

Poco a poco se irá sabiendo del contenido privado de la reunión y de los temas que no se incluyeron en ella formalmente, pero que sin duda ocupan un lugar preeminente en las prioridades regionales, y se diría que incluso globales.

Muy seguramente, a pesar de todo, estuvieron sobre la mesa y muy pronto se dejarán ver, así como su peso específico y el de cada uno de los actores representados en la reunión y sus respaldos políticos.

Alguna luz de esperanza dejó ver ya la aprobación, por la cámara baja estadounidense, del programa de regularización a migrantes propuesto por el presidente Biden, aunque quede en esa materia un gran trecho por recorrer, porque para limitar el impulso de emigrar hacia los Estados Unidos, un país que no se siente cómodo recibiendo inmigrantes del sur, habría que considerar el fortalecimiento de las economías de sus países de origen, tanto como incrementar las capacidades educativas y de capacitación para el trabajo en favor de sus naturales, a fin de que puedan participar en la generación de riqueza y su disfrute, en vez de tener que buscarla fuera.

Por eso creo que acertó el presidente AMLO en la Casa Blanca cuando dijo: “La integración económica con respeto a nuestras soberanías es el mejor instrumento para hacer frente a la competencia derivada del crecimiento de otras regiones del mundo; en particular, la expansión productiva y comercial de China”.

Tiene razón. Ojalá recuerde y mantenga esa convicción a la hora de tener en cuenta que una efectiva integración económica requiere de inversiones, y los inversionistas de seguridad y certidumbre.

Nadie se sentirá cómodo poniendo su patrimonio en negocios sujetos a caprichos y veleidades irrespetuosas de las normas, ni invertirán ahí donde las normas no ofrezcan protección justa y razonable a sus capitales, en lo inmediato y en un futuro razonablemente largo. Además, harán falta políticas públicas eficaces, más y mejor pensadas, planeadas, diseñadas y ejecutadas, a partir de flujos de información veraz, oportuna y confiable.

Ningún curso de acción podrá ser apto para resolver los problemas públicos, si se parte, como evidentemente ha sido hasta hoy, de los tristemente célebres “otros datos”, que poco se suelen corresponder con la realidad.

En la hora presente y de cara a futuro, por ejemplo, se ha vuelto central la cuestión de la “reforma energética”, en la que el Presidente y su partido han querido empeñarse, para volver a un esquema imperante hace ocho décadas, inadecuado del todo a las realidades de hoy, y ajeno, por lo tanto, a las necesidades contemporáneas.

Mientras las grandes potencias, entre ellas nuestro principal cliente –“socio comercial”, si se prefiere- apuntan, urgentemente, a las energías limpias, incluso en los automóviles ¿tiene sentido empeñarse en construir refinerías y apostar todo al carbón y los combustibles fósiles?

El riesgo de perder inversiones -muy cuantiosas, por cierto- es inminente, según lo ha hecho saber General Motors al día siguiente de celebrada la cumbre.

Ojalá que, ya de regreso en México y para evitar ese descalabro, prevalezca la congruencia y la memoria no falle.

AMLO en la ONU

Xavier Díez de Urdanivia

La falta de “cancha” internacional se hizo evidente en la reciente actividad del Presidente mexicano en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas.

Supongo que creyó que era un foro apto para conocer los planteamientos que formuló, cuando no es así. Por eso no son de extrañar los comentarios de algunos diplomáticos extranjeros que ahí lo hicieron notar.

Con todo, hay que decir que en una cosa acertó, haciendo diana en el preciso centro del blanco: la Organización de las Naciones Unidas es un aparato ineficaz, a causa del diseño que sus promotores originales le impusieron, intencionalmente, al término de la Segunda Guerra Mundial.

En 1945, representantes de 50 países se reunieron en San Francisco, California, para redactar la carta constitutiva de la nueva organización. Las propuestas de base fueron preparadas por los representantes de China, la Unión Soviética, el Reino Unido y los Estados Unidos de América, entre agosto y octubre de 1944. La carta fue firmada el 26 de junio de 1945 por los representantes de los países fundadores.

El propósito central de la nueva organización, según se asienta en el preámbulo del documento que la constituye es “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra; también para reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, así como para crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional. Por último, para promover el progreso social y elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”.

Basta asomarse a la ventana o echar una ojeada a los medios informativos para percatarse de que ese panorama, casi 80 años después, no está ni siquiera cercano a las realidades contemporáneas.

Teóricamente, el órgano supremo de la organización debería ser su Asamblea General, integrada por todos los miembros, puesto que se basa en principios de igualdad y cometidos comunes, pero no es así, porque las atribuciones de esa asamblea y, sobre todo, las del Consejo de Seguridad, impiden que así sea.

El artículo 10 de la carta dispone que la Asamblea General podrá discutir cualquier asunto o cuestión –dentro de los límites de la propia carta o que se refieran a los poderes y funciones de cualquiera de los órganos que crea- y podrá hacer “recomendaciones” sobre tales asuntos a los miembros o al Consejo de Seguridad, pero, en todo caso, estará impedida de hacer cualquier recomendación sobre una situación particular mientras el Consejo de Seguridad esté desempeñando las funciones que le asigna la carta con respecto a una controversia o situación determinada, a no ser que ese órgano se lo solicite.

Así, mientras que la Asamblea General solo tiene facultades para hacer “recomendaciones” en materia de cooperación internacional, el Consejo de Seguridad se le confiere, en general, “la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales”, reconociéndosele representatividad plena, a nombre de todos los miembros cuando desempeñe sus funciones.

Pero hay más, porque el Consejo cuenta con un amplísimo catálogo de atribuciones de decisión y mando que no solo exceden las conferidas a la Asamblea, sino que ellas pueden ser bloqueadas, y no por el Consejo en pleno, sino por cualquiera de sus miembros permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Federación Rusa y el Reino Unido) que cuentan, estatutariamente, con capacidad de veto.

Los otros cinco miembros del consejo (como México ahora) son temporales y, según podrá inferirse fácilmente, con voz y voto, pero poco peso efectivo.

El Presidente erró en cuanto al foro y la propuesta formulada (que por lo tanto careció del eco deseado por él), pero acertó en cuanto a la obsolescencia de la ONU, a todas luces urgida de un remozamiento que la actualice.

La ética judicial y la crítica al desempeño de los jueces

Xavier Díez de Urdanivia

Cuando arrecia, como pasa en estos tiempos, el vendaval contra los jueces y la rama del poder que encarnan, quizás convenga preguntarse si no es que, en alguna medida, es en el seno de los poderes judiciales que se incuban los males que dan lugar a las críticas que, aunque en generalizaciones incorrectas, los debilitan y propician algunas de las imputaciones que en su contra se han formulado.

Como no se trata de hacer el juego a ningún detractor movido por intereses espurios o iconoclastas profesionales, propongo un análisis positivo a partir de los perfiles mejores a que han de aspirar quienes desempeñan la función jurisdiccional o aspiran a ello, fundados en los valores básicos de todo juez, según los principios que paradigmáticamente recoge el Código de Ética del Poder Judicial de la Federación, en consonancia con el Artículo 100 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que son, sin duda, aplicables a todo juzgador, independientemente de su grado, materia o ámbito de competencia: independencia, imparcialidad, objetividad y profesionalismo.

Empecemos por las definiciones, a partir de los conceptos plasmados en ese código.

La independencia, en un sentido general, es “la actitud del juzgador frente a influencias extrañas al Derecho, provenientes del sistema social. Consiste en juzgar desde la perspectiva del Derecho y no a partir de presiones o intereses extraños a aquél”.

La imparcialidad, se define como “la actitud del juzgador frente a influencias extrañas al Derecho, provenientes de las partes en los procesos sometidos a su potestad. Consiste en juzgar, con ausencia absoluta de designio anticipado o de prevención, a favor o en contra de alguno de los justiciables”.

Por objetividad se entiende “la actitud del juzgador frente a influencias extrañas al Derecho, provenientes de sí mismo. Consiste en emitir sus fallos por las razones que el Derecho le suministra, y no por las que se deriven de su modo personal de pensar o de sentir”.

Por profesionalismo, “la disposición para ejercer de manera responsable y seria la función jurisdiccional, con relevante capacidad y aplicación”, cosa cuya mención pudo omitirse, pero que se prefirió consignar seguramente para refrendar la especial importancia que tiene para la función, aunque no sea exclusiva de ella.

Si bien se mira, aparecerán en el panorama no pocas muestras de juzgadores proclives a conductas que comprometen esas condiciones, no solo por razones pecuniarias -las más viles- o de venganza y rencores, sino también por razones ideológicas, afanes protagónicos, aspiraciones políticas, el afán de quedar bien con el poderoso, y cualquier otra inclinación que, por noble que se aduzca, debilita la solidez del quehacer judicial y su función última de preservar la justicia, expresada en los casos
concretos.

Los culpables del vilipendio a que se han visto sometidos los jueces en tiempos recientes están entre lo propios jueces, pues muchos de ellos han olvidado que la toga es un ropaje aislante de toda influencia que impida su cabal imparcialidad en las causas que son sometidas a su conocimiento, cualidad que debe ser honrada por ellos, o no sirven para tan delicada función.

Excelencia, objetividad, imparcialidad, profesionalismo, independencia y paridad de género son los principios que regirán la carrera judicial según el Artículo 100 constitucional y, si bien ese dispositivo se dirige expresamente al Consejo de la Judicatura Federal, atañe a los funcionarios servidores públicos conectados con la función judicial hacer, proactivamente, su aportación personal a esa causa, con excesivo cuidado y elevado sentido del pundonor.

Bueno será tener siempre presentes los indicadores éticos para normar las propias conductas, manteniéndose lejos de las tentaciones, porque de no ser así, no solo se haría indigno de su investidura quien falle, sino que deshonraría a la función misma y a quienes -en mucho mayor número- la honran. Hay que tener en cuenta que, en estas materias, las desviaciones podrían, incluso, rozar la prevaricación.

Higinio González Calderón

Xavier Díez de Urdanivia

Difícil es el ejercicio de despedir a un amigo, pero ineludible cuando se trata de un hombre tan relevante para el desarrollo de su comunidad como él lo ha sido hasta el último momento.

En su caso, los habituales lugares comunes se tornan en apenas tenues trazos de lo que en realidad fue su vida, testimonio de convicción activa y compromiso altruista.

Fue un hombre inteligente y de convicciones firmes, liberal genuino, sin poses; amigo noble que deja un hueco irreparable y, como los hombres de bien, modesto en sus pretensiones personales; muy discreto a la hora de hacer el bien con largueza, como fue siempre su costumbre.

Sin aspavientos ni ruido, fue rompiendo inercias y construyendo realidades nuevas, abriendo brechas para sembrar futuro de la única manera en que puede hacerse: modificando el presente.

Desde muy temprano en la vida entregó sus empeños a la causa de la educación, a la que a la postre habría de dedicar su vida entera, sin descuidar el otro ingrediente de su vocación de servicio que lo impulsó a la política, la buena, esa que ennoblece y se ve ennoblecida por la participación de los hombres de bien.

Fue diputado y funcionario público, federal y local, pero seguramente se le recordará, sobre todo, como impulsor principal de la fundación de la Universidad Autónoma del Noreste, la Uane, y como su rector en dos ocasiones, sin duda los periodos más propicios para la institución, que ha o largo de ya casi medio siglo ha crecido en calidad y presencia, con planteles ya en todas las regiones de Coahuila y, además, en los estados de Nuevo León y Tamaulipas, gracias en mucho al empeño de un joven equipo que él integró y supo integrar eficazmente.

“Que nadie se quede sin educación por falta de dinero”, lo oí repetir a su equipo varias veces y, en consecuencia con ese enunciado de la política institucional, muchos fueron y son los becarios formados en esa universidad.

Imposible es evitar que vengan a la memoria las coplas que escribiera Jorge de Manrique a la muerte de su padre:

“Recuerde el alma dormida, /avive el seso y despierte /contemplando /cómo se pasa la vida, /cómo se viene la muerte/tan callando /cuán presto se va el placer, /cómo, después de acordado, /da dolor…”

“Este mundo es el camino /para el otro, que es morada /sin pesar; /mas cumple tener buen tino /para andar esta jornada /sin errar”.

“Partimos -dice Manrique- cuando nacemos /andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; /así que cuando morimos /descansamos”.

Así, como dice el poeta en algunas de sus coplas, sin pensarlo ni esperarlo, de pronto y sin aviso, terminó el camino en esta tierra para Higinio, que, ligero de equipaje, dejó la vida biológica en los últimos minutos del día 3 de noviembre, pero pervivirá en la pujanza de las instituciones que fundo, los hombres y mujeres que con él se formaron y en el ejemplo que dio mientras duró su andadura. En su legado ha de vivir su simiente.

Descanse en paz Higinio González Calderón, se lo merece.

Los nuevos polkos

Xavier Díez de Urdanivia

Después de haber recordado al inefable Joel Poinsett en la entrega anterior, es ineludible en esta recordar el destino al que llegó el camino emprendido por él desde su primera visita a nuestro país.

Alrededor de un cuarto de siglo después de sus primeros escarceos, México perdía, entre guerras y compraventas, más de la mitad de su territorio en favor de Estados Unidos de América.

Era Presidente de ese país el expansionista ferviente, James Knox Polk, en cuyos afanes fueron absorbidos los territorios de Oregon, Washington, y parte de Montana, más los territorios de California, Nevada, Arizona, Utah, y partes de Wyoming, Colorado y Nuevo México, que compró al quebrantado Gobierno de nuestro país –desgastado por las disputas internas– por 15 millones dólares.

Por esos tiempos, prácticamente mediados el siglo 19, imperaba un clima de confrontación interna, al que había conducido una división beligerante muy similar a la que ya es notoria en nuestro país, pero que, a diferencia de lo que hoy sucede, había sido alentado por agentes extranjeros.

A ellos les resultaba muy conveniente el deterioro de la cohesión social del nuevo país, porque así sería presa fácil de las ambiciones expansionistas del heredero imperial de los británicos, que ya se consolidaba en su “marcha al mar”.

El ejercicio político se entiende en el marco de esa visión estratégica que asomaba ya la testuz en el reclamo de “América para los americanos”, que pregonara Monroe, y se vería refrendado –y reforzado– por la doctrina del “destino manifiesto” construida pretendiendo justificar ese movimiento.

Los afanes de entonces tenían la estructura de un negocio inmobiliario, que bien aprovechó a los adquirientes, lo que quizás en pleno siglo 21 pudiera parecer remoto ¿o habrá alguien que piense que puede existir alguna utilidad en una escisión entre el norte y el sur de la República federal mexicana?

No parece sensato, pero, vistas las cosas que han sido vistas y con la moda tan en boga de “romper paradigmas” y actuar contra el sentido común, vaya usted a saber.

Lo cierto es que la actitud no fue nueva entonces como lo demuestra el comentario del entonces presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso de Estados Unidos, C.J. Igersoll en ese entonces: “…todos los partidos en Estados Unidos y todas las administraciones de este país desde que México dejó de ser una provincia española, han sostenido unánimemente el principio político de obtener de México por medios equitativos precisamente los territorios que ese propio país nos ha obligado ahora a tomar por la fuerza; a pesar de que todavía ahora mismo estaríamos dispuestos a pagar por ellos, no nada más con sangre, sino también con dinero”.

La pregunta en este punto es, ¿tendrá en nuestros días validez ese enunciado y habrá quienes lo respalden? De una respuesta seria, oportuna y confiable a esa pregunta dependerán muchas cuestiones de política, y de políticas públicas, que podrán ser vitales para el futuro de este país y su desarrollo o prematuro declive.

En fechas recientes ha renacido el aliento de reclamos por agravios supuestos, y reanimado rencores sembrados desde esos tiempos tempranos, reanimado disputas basadas en absurdos y aun falseando la historia.

¿Puede descartarse, en ese contexto, que también renazcan ambiciones que se antojan obsoletas y también anacrónicas?

Universidades conservadoras. Le tocó el turno esta semana a las universidades públicas, con la UNAM a la cabeza, el repaso mañanero, que entre algunos prematuros presidenciables tuvo puntual eco y que también hubiera sido deseable que lo tuviera entre los universitarios y sus rectores más vigorosamente.

Lo cierto es que, hablando de expansionismos, es imposible dejar de inscribir este evento entre los afanes de rescatar la UNAM para la causa presidencial, dando el banderazo de salida para los aparatos de apoyo al candidato que considere más capaz de lograr ese objetivo, a juicio de quien tiene en su poder la batuta.

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