Zohran Mamdani se alzó con la victoria en las primarias demócratas para la alcaldía de Nueva York, consolidando lo que había sido “un sacudón a la política nacional.”
El asambleísta estatal de 33 años y quien se define como socialista democrático, tenía prácticamente asegurada su candidatura tras las primarias del 24 de junio. Sin embargo, como Mamdani no había obtenido la mayoría de los votos por orden de preferencia, fue necesario un recuento por orden de preferencia de la ciudad, publicado este martes, que lo situó por encima del 50 % necesario para ganar. (cnn.com)
Cuando anunció su candidatura a la alcaldía el pasado otoño, el asambleísta Zohran Mamdani era un legislador estatal con un currículum escaso y desconocido para la mayoría de los neoyorquinos.
Meses después, parece estar a punto de convertirse en el candidato del Partido Demócrata a la alcaldía, tras ganar a varios candidatos más conocidos y experimentados que tenían profundas relaciones con los votantes de toda la ciudad de Nueva York.
La campaña de Mamdani se centró intensamente en la difícil situación de los neoyorquinos de clase trabajadora que luchan contra la crisis de asequibilidad de la ciudad de Nueva York, sobre todo los costos desorbitados de la vivienda y el cuidado de la niñez. (nytimes.com)
Pero ¿qué explica el surgimiento de estos fenómenos políticos?
Como en todo lo social y político, hay varios factores. Iniciemos el análisis revisando algo de lo expuesto por el filósofo, teórico político y escritor argentino Ernesto Laclau.
En su extenso trabajo, Laclau ha delineado una compleja reivindicación del populismo. El populismo no es el demonio; es seña de la operación política por excelencia: la construcción imaginaria de un “nosotros”.
Vemos así que, al convertir el dispositivo populista en un proceso exitoso de identificación colectiva, Laclau transforma el insulto en elogio.
Frente a la enferma democracia liberal, la medicación de un guía que da forma a un pueblo y lo pone en movimiento.
El populismo emerge cuando los cauces institucionales bloquean una y otra vez las demandas colectivas. Pensemos en un barrio donde hace falta el agua. Los vecinos se organizan, acuden al ayuntamiento y piden el suministro. Pensemos en el nada improbable caso de que el problema no se resuelva. La frustración del barrio será inevitable: el poder público no ha logrado atender su exigencia.
Pero ésa será solamente una demanda frustrada. ¿Qué sucede si esa frustración no es la frustración exclusiva de ese barrio, sino la experiencia de un grupo más amplio, de toda la ciudad quizás? ¿Qué pasa si además de los problemas de agua hay inseguridad, malas escuelas y hospitales sin medicinas? ¿Qué sucede, pues, si esa frustración con el poder público es generalizada?
Es entonces cuando se desata una lógica social en donde distintos grupos, con distintas demandas y distintas ideologías, se igualan en la vivencia de sus repetidos reveses frente al poder.
Una cadena de similitudes congrega lo disperso y moldea un sujeto popular. Es en ese momento cuando puede hablarse de una ruptura populista.
Laclau muestra que detrás de toda germinación populista hay una crisis de representación política. Una crisis de eficacia institucional. Si puede condensarse esa “identidad popular”, es porque la acción política puede agrupar una larga cadena de demandas en torno a una serie vaga de imágenes, valores y reivindicaciones.
De ese modo puede lograrse la división dicotómica de la sociedad. El pueblo contra las elites, los de abajo contra el sistema, la nación contra los poderosos. La extendida experiencia de la frustración permite traspasar las diferencias del vecindario, la ocupación y la ideología.