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Cápsulas Saraperas: Debo no niego, pago no tengo

Francisco Tobías

En esta ocasión te platico de aquel viejo Santiago del Saltillo rondando por el año 1790, cuando la Nueva España dividía a la sociedad en castas, por lo que la justicia solo era conocida por el español y el hijo de él. En esta población, que hoy es una ciudad hermosa, vivió un General llamado Matías de Aguirre, quien era propietario de la Hacienda Santa María, hoy Ramos Arizpe, la misma donde la leyenda asegura que el cura Hidalgo ofició su última misa.

Él denunció a un indio, a un mestizo y a un negro, según la clasificación de castas que imperaba en la Nueva España; el primero se llamaba Antonio, el segundo Nicolás y el tercero Agustín, y la denuncia fue interpuesta por el robo de su maíz ocurrido en las noches.

El General aseguró que los presuntos culpables no negaban tales hechos, incluso aceptaron su participación en el hurto y confesaron que se llevaban el maíz en cinco burros y que lo hacían desde hace mucho tiempo.

Don Matías calculó que el maíz que le habían robado ascendía a más de cincuenta fanegas, la medida utilizada en el México colonial que correspondía a la producción agrícola de 10,000 varas al cuadrado, es decir, un poco más de 800 metros cuadrados. En pocas palabras, se les acusaba del robo de mucho maíz, y por si fuera poco la denuncia incluía la acusación de la sustracción de dos caballos y una silla de montar.

La justicia sentenció al indio Antonio, al mestizo Nicolás y al negro Agustín. El fallo fue pagar la cantidad de 6 pesos por cada fanega robada. Justicia extraña y siempre cargada al español, y sin caber defensa, el General solicitó el pago a los acusados y confesos, quienes habían aceptado los hechos. Pero lo cierto fue que ninguno de los tres tenía dinero para pagar: seguramente el pago de la sentencia fue castigo corporal.

Así es, amigas y amigos, aquí en Saltillo sucedió un hecho que confirmó el famoso refrán “Debo, no niego; pago, no tengo”. Anécdota de esas que solo ocurren en nuestra bella ciudad.

 

Cápsulas Saraperas: De suegras a suegras

Francisco Tobías

En esta ocasión te platico que por allá en el año de 1729, el 19 de mayo para ser exactos, una anécdota algo extraña sucedió en nuestra hermosa ciudad de Saltillo cuando era villa. Juan Miguel Ramírez fue sorprendido escalando un muro para llegar a la alcoba de su prometida Nicolasa Dávila.

Nicolasa era hija de Nicolás Dávila, quien, cuentan —y con justa razón—, que se enfureció como loco y se lanzó para detener al atrevido enamorado. Su intención era presentarlo a la autoridad por su atrevimiento: don Nicolás llegó a pedir como castigo el destierro. El novio, Juan Miguel, al percatarse del enojo de su futuro suegro, intentó correr pero rápidamente fue alcanzado por don Nicolás. Después de unos empujones y del forcejeo, salió como alma que lleva el diablo, por lo que el ofendido padre volvió a emprender la persecución. Asustado, Juan Miguel se escondió en la parroquia de esta Villa de Santiago del Saltillo. Don Nicolás declaró ante la autoridad: “Yo estaba acostado en la sala con mi esposa en una sala cercana a un aposento donde duerme mi hija, de repente escuché ruidos en el jardín y salí a verificar qué sucedía, y en ese momento me percaté que el Sr. Juan Ramírez había subido al techo de la casa escalando la chimenea con un cabestro con el fin de visitar en su habitación a Nicolasa”.

Escondido en el templo, Juan Miguel alegaba que no era merecedor del destierro ya que Nicolasa contaba con palabra de matrimonio, y que durante un año se había hecho cargo de su manutención, entregando dote, dinero, plata, entre otras cosas de valor, a su futura suegra, quien sabía y consentía sus visitas nocturnas. Ella era conocedora de ese amor bajo las sombras.

El párroco prestó oídos a las declaraciones de Juan Miguel, a lo que le pidió jurara por la Santa Cruz su dicho. Pero el joven se negó, debido a que estaba bajo pena de excomunión por el juez eclesiástico si declaraba al respecto de la entrega de los bienes a doña Clara, quien era la madre de la muchacha.

Juan Miguel declaró que él visitaba a Nicolasa sin preocupación, por creer que doña Clara había hecho de conocimiento a don Nicolás de su amor por Nicolasa. Pero, ¡vaya sorpresa!, el papá, el suegro, fue el último en enterarse de dicho amor.

Los vecinos de la villa comentaron el hecho durante muchos días mostrando alarma y sorpresa por la actitud de doña Clara. Hay quienes decían y hasta aseguraban que en realidad no iba a casar a su hija, que solo quería agenciarse el dinero, la dote y la plata.

Amigos y amigas de Saltillo: existen de suegras a suegras. A mí me tocó una muy buena; a mi esposa le tocó la mejor. Pero, cuídense de una suegra como doña Clara.

Los Serenos

Francisco Tobías

En esta ocasión te platico que en el Saltillo antiguo incluso hasta mediados del siglo pasado, pero antes de que contáramos con luz eléctrica y de los avances del día de hoy, la ciudad era alumbrada con faroles. Y a quienes se encargaban de encenderlos se les llamaba Serenos, que no solo se responsabilizaban de lo antes dicho, sino que también tenían la obligación de la vigilancia de nuestra hermosa ciudad.

Su organización, según el reglamento autorizado por el Ayuntamiento el 15 de mayo de 1862, contaba de un Cabo que tenía bajo su mando a 10 Serenos.

Este reglamento establecía entre otras cosas las labores del Cabo y de los Serenos. Les marcaba horarios y señalaba sus respectivas obligaciones.

Entre sus principales deberes estaba el ser vigilante desde las 10:00 de la noche hasta las 4:00 de la mañana, y tenían que dar parte. Es decir, informar de los sucesos de la noche anterior en punto de las 8:00 de la mañana al Presidente del Ayuntamiento.

Por la mañana, desde temprano, tenían que preparar los instrumentos que ocuparían en la noche. A cada 60 minutos gritaban la hora y si no había novedad, agregaban esta frase: “Todo sereno”. Por ejemplo: “Las once y todo sereno”.

El oficio de Sereno era de alta demanda, pero no cualquiera podía desempeñarlo y no cualquiera lo fue. Recordemos la anécdota del Sereno interino llamado Juan Fuentes, quien pidió a la autoridad hacerlo propietario de tal trabajo. Consta ello en una carta dirigida al alcalde de

esta hermosa ciudad de Saltillo y firmada en la fecha primero de diciembre de 1870.

Un trabajo digno y de gran responsabilidad, cabe señalar que esa labor no la trajo la tradición española. Fue heredada del pueblo mexica, la primera comunidad en el mundo que contó con un sistema de alumbrado público para la gran Tenochtitlán.

Este servicio de gran responsabilidad dejó de prestarse en Saltillo a mediados del siglo XX. Hay quienes aún recuerdan a don Lázaro, quien fuera el Sereno responsable de la calle de Zaragoza, entre Aldama y lo que hoy es Pérez Treviño, antes llamada Venustiano Carranza, en el centro histórico de esta capital.

Así es, amiga y amigo Saltillense, nuestra hermosa ciudad, antes de tener luces de focos incandescentes, era alumbrada con farolas que usaban como combustible el sebo y la mecha. Los encargados de mantener las farolas encendidas y que la ciudad no estuviera en la penumbra eran los Serenos, de esos oficios que la modernidad se llevó, como se fue el pasado que hoy suena lejano. Un oficio que vale la pena recordar.

Cápsulas Saraperas: David Cortés

Francisco Tobías

En esta ocasión te platico de un Saltillense por adopción nacido en La Maroma, San Luis Potosí. Me refiero a David Cortés Manzanares, quien llegó a esta bella ciudad de Saltillo cuando contaba con solo dos años de edad. El destino y una supuesta compra de zapatos lo trajeron aquí y en definitiva llegó para quedarse. Con el pretexto de comprarle calzado nuevo, su padre lo trajo a esta ciudad y no volvió ver a su madre hasta pasados los 40 años de edad.

Un hombre emprendedor y tenaz para todo, su primer empleo fue en una panadería y a los 14 años ya tenía carro propio. Durante un tiempo se dedicó al tráiler y después trabajó en la venta de autos en una agencia de una marca reconocida: la famosa concesionaria de don Miguel Dainitín. También trabajó en la Harvester transportando las famosas “corazas” al Distrito Federal. Más adelante, inquieto, como así se caracterizaba, tuvo un lote de autos. No solo eso, también era restaurantero y hasta cantinero en el restaurant-bar “Fornos”, ubicado en la calle de Zaragoza antes de llegar a Aldama, el único bar en el que había un piano y a donde llegaron a tocar Los Dandys y Los Panchos.

Un hombre bondadoso, así como enseñaba el oficio de bolero, ayudó a jóvenes para que emprendieran sus estudios y los concluyeran. Ejemplo de ello es a quien apodaban “Machinena”, quien hoy ejerce la profesión de médico cirujano.

Cuando Juan Pablo Rodríguez fue Alcalde, David fue Regidor y logró a gritos y sombrerazos implementar las rutas de combis, iniciando con la ruta 3. A la postre fundó el Sistema de Radio Taxis con tan solo 10 vehículos: pionero en el servicio de llamar y que llegara el taxi a tu casa.

Su incursión en el ámbito del transporte público, no fue una casualidad. En realidad es herencia laboral de su padre, quien trabajaba trasladando personas en aquel viejo Saltillo cuando todavía se usaban carretas. Se puede decir que eso de la “ruleteada” lo traía en la sangre.

Las cosas no quedan ahí. También fundó un grupo musical llamado “Siluetas Combo”, que después cambió de nombre a Free Band. Pero, qué digo un grupo musical, si en realidad era una orquesta. Amigas y amigos Saltillenses, hasta músico fue y llegó a ser Secretario General del Sindicato de Músicos, defendiendo a sus colegas.

Siempre se preocupó por que todos los trabajadores del volante tuvieran seguridad social, lucha que le valió el reconocimiento en el extranjero, porque hasta las llaves de Austin, Texas, le fueron entregadas por el Alcalde de esa ciudad hermana.

Don David nos abandonó el 3 de enero de 1992. Un hombre polifacético, interesado en sus compañeros de trabajo, siempre bondadoso, desempeñó los oficios de panadero, taxista, trailero, frutero, vendedor y hasta músico, entre otros, pero, en definitiva, un Saltillense como muchos que tenemos y que vale la pena presumir.

Cápsulas Saraperas: Carlos E. Martínez

Francisco Tobías

En esta ocasión te platico sobre el ingeniero Carlos Efrén Martínez León, nacido el 9 de julio de 1876, aquí en esta hermosa ciudad de Saltillo, hijo de don Carlos Martínez y doña Sara León. Fue el primogénito de 16 hermanos, y cursó su educación inicial en el antiguo Colegio de San Juan para continuar en el glorioso Ateneo Fuente y después realizar sus estudios universitarios en la Universidad de Roland Missouri en los Estados Unidos de Norteamérica, donde se graduó de Ingeniero en Minas el 30 de mayo de 1902 cuando contaba con 25 años de edad.

Ya de regreso en México, trabajó en las minas de Baján de 1902 a 1904 y a la postre en Saltillo, nuestra hermosa ciudad. Impartió clases de Matemáticas en el Ateneo Fuente de 1906 a 1950. En esta institución fue cinco veces director. Además, fundó, junto con otros académicos, la Escuela Regional de Agricultura Antonio Narro allá por el año de 1923, institución que se convertiría en la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro. De hecho, el auditorio principal de esa institución universitaria lleva su nombre. Preocupado y siempre ocupado en la academia, don Carlos también fue uno de los fundadores de la Escuela de Ciencias Químicas.

Fue el Ingeniero de la Ciudad durante el periodo de 1912 a 1914, y también gerente de la compañía de luz. Durante su dirección se instaló la red de luz eléctrica en esta bella ciudad de Saltillo y colaboró como ingeniero constructor del Ferrocarril Coahuila-Zacatecas.

También trabajó como tesorero del Estado en el periodo de gobierno del doctor Jesús Valdés Sánchez. 

Vivía en la calle de Victoria entre Xicoténcatl y Obregón. Era un caballero de una sola pieza, amoroso con su familia y con nuestra Patria. Un hombre sencillo en el trato, solidario y respetuoso con sus semejantes, valores que heredó a sus descendientes.

Cuando una señorita de apellido González recorría la calle de Victoria para asistir a la escuela, si veía que don Carlos se encontraba en el zaguán de su casa, cruzaba la acera solamente para escuchar la manera tan caballerosa que don Carlos tenía para saludar. Don Carlos nunca supo el nombre aquella señorita.

El 18 de septiembre de 1968, a la edad de 92 años, dejó de existir don Carlos. Indiscutiblemente, una pérdida irreparable para Saltillo, para la academia, en especial para las matemáticas. Un hombre dedicado a la enseñanza y educación de los Saltillenses. En mucho se le debe a él que nuestra ciudad fuera conocida como la “Atenas de México”. Don Carlos, un Saltillense que vale la pena recordar, pero sobre todo que vale la pena presumir.

@franciscotobias

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