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Hipódromo en Saltillo

Francisco Tobías

En esta ocasión te platico sobre la intención del doctor Ignacio Alcocer de construir en Saltillo, en nuestra bella ciudad, un hipódromo. Así es, amigas y amigos, un lugar donde se realizarían carreras de caballos con todo y apuestas.

Quiero comentarles que el doctor Alcocer dedicó parte de su vida al estudio de la lengua náhuatl y de las culturas precolombinas. Fue precisamente él quien localizó la ubicación exacta del Palacio de Axayácatl y de la mismísima casa del emperador azteca Cuauhtémoc. Fue además catedrático del glorioso Ateneo Fuente.

Corría el mes de febrero del año 1909 cuando el empresario Saltillense dio a conocer que el recinto ecuestre no solo contaría con pista para carreras de caballos. El diseño incluía toda una ciudad deportiva. Imaginemos en el mismo lugar un velódromo: así es, una pista para carreras de bicicletas, campos para jugar béisbol, tenis, fútbol, tiro al blanco. Incluso en el proyecto se consideraba hasta una pista para carreras con obstáculos.

En un solo lugar, en un solo inmueble convergerían además de las apuestas por los caballos, la práctica de muchos deportes. El doctor Alcocer, empresario y médico graduado de La Sorborna de París, solo pedía que se le regalara el terreno donde podría ser construido.

Al parecer, el alcalde Francisco N. Acuña no cedió el terreno, y aunque la investigación no lo dice textualmente, puedo deducir la negación del alcalde, aun teniendo el compromiso de que el proyecto iba ser financiado en su totalidad por el doctor Alcocer.

Sigo buscando la verdadera razón de la negativa. Pudo haber sido porque no querían un centro de apuestas en Saltillo; porque no se pudo regalar el terreno o hasta porque el alcalde no quiso nada más porque no.

Así es, amigo o amiga Saltillense, en nuestra ciudad existió la intención de construir un hipódromo con ciudad deportiva, o ciudad deportiva con hipódromo, como usted guste verlo o escucharlo. Lo que sí estamos seguros es que nunca se construyó.

El Mercader Enojado

En esta ocasión te platico que nuestras investigaciones arrojaron una anécdota ya olvidada por la sociedad Saltillense. Los hechos fueron cuando nuestra hermosa ciudad era villa. Esto en el año de 1724.

Francisco Fernández de Rumayor era un rico mercader del Saltillo antiguo, venido de las tierras vecinas de Zacatecas, y te platico que un día se enojó. Tal fue su disgusto, que presentó una queja ante las autoridades máximas de la Villa de Santiago del Saltillo contra quien resultara responsable de haber hablado mal de él y de haberlo criticado.

Su enfado fue tal que incluso envió una carta al rey de España, Luis I, expresando su enojo y descontento debido a que un grupo de personas se había parado frente a su casa gritando vituperios en su contra.

Alegó que él era hombre de bien, respetuoso de las leyes del hombre y de las leyes de Dios. Su declaración no ofrece exactamente las ofensas inferidas, pero menciona textualmente: “Se dijeron palabras mayores denigrativas a las buenas obligaciones con que nací… tales que en todo son destructivas a la honra, fama y buena opinión que un hombre como yo debe mantener”.

Don Francisco retó a que quien tuviera algo que decir en su contra, lo hiciese en su cara y lo hiciese “bajo juramento”, ya que así sería imposible mentir sobre su honorable comportamiento.

Así es, amigas y amigos, en Saltillo, un rico mercader se enojó, se enfureció y pidió a la más alta autoridad que si alguien tenía que decir algo en su contra lo hiciera de frente. ¿Qué fue lo que se dijo? No se sabe, no hay registro de ello, pero seguramente fue algo tan grave que hasta el rey de España se enteró de su descontento. La pregunta que ahora nos hacemos es: ¿Luis I, el rey de España se habrá preocupado? ¿Habría perdido el sueño? Lo dudamos, pero de lo que estamos seguros es que ese año el rey murió. Esperamos que la carta procedente desde Saltillo, no haya sido la razón.

Cápsulas Saraperas: Academia Beethoven

En esta ocasión te platico sobre una escuela de música, de esta bella ciudad de Saltillo. Una academia, para ser precisos, dedicada a enseñar el arte de la melodía, armonía y ritmo. Doña Flor Aguirre, fundadora de esta escuela, decidió bautizarla “Beethoven”, ya que además de ser su músico favorito, particularmente admiraba la 5ta. Sinfonía, para ella un deleite desde el primero hasta el último acorde.

Fundada en el mes de noviembre de 1940, cuenta con ya casi 74 años de impartir arte. Han enseñado música a generaciones completas, desde bisabuelos, abuelos, hijos y nietos. Su primera alumna fue Minerva García, quien aprendió piano, pues originalmente la academia solo impartía clases de este instrumento. Con el tiempo fueron integrándose a la curricular musical, guitarra, canto y percusiones.

Doña Flor aprendió música aquí mismo, en Saltillo. Tocaba con extrema delicadeza, provocando hermosas notas dignas de admiración.

Su maestra fue doña Elenita Rufo, “La francesita”, como era conocida, quien daba las clases en su casa ubicada en el callejón del Truco; doña Elenita fue alumna del Conservatorio de Bruselas.

La fundadora de la Academia Beethoven inició su aprendizaje musical en 1935 y para el siguiente año su padre le compró un piano marca Hardman fabricado en 1896, adquirido en la vecina ciudad de Monterrey, Nuevo León. Vale la pena señalar que el diploma que acredita a doña Flor como Música está avalado por el mismísimo Manuel María Ponce y por el no menos reconocido Julián Carrillo.

Maestra de gran paciencia, las edades de sus alumnos oscilan de los 6 años hasta adultos de más de 76. Destacados saltillenses han tomado clases en la Academia Beethoven: es de recordar que en 1978 una alumna de doña Flor, Irma Angélica Dávila Segura, ganó un concurso nacional de música en Televisa, logrando participar en un conocido programa televisivo con Raúl Velasco.

Hoy en día, alumnos egresados de esta academia ya tienen sus propias escuelas. La Academia Beethoven ha cosechado grandes frutos, que han pasado desde Sonora y Chihuahua hasta Veracruz.

Escuela donde ya tres generaciones han participado enseñando música. Hoy el director es el hijo de doña Flor, el maestro Liberio Hernández Aguirre.

Como dato anecdótico, les platico que doña Flor tenía una tortuga, y cuando la pianista tocaba “Para Elisa” de Beethoven, la tortuga se trasladaba del jardín y se postraba a un lado de ella. Al terminar la melodía, la tortuga regresaba al jardín.

En el año 2008 doña Flor dejó de acompañarnos, pero en vida disfrutó del galardón más importante que otorga el Ayuntamiento de Saltillo: en 2005 se hizo merecedora de la Presea Saltillo.

Así es, señoras y señores Saltillenses: hoy en día, después de 74 años, una academia de música sigue con la misión de enseñar el arte de las musas, en la calle de Hidalgo frente a la escuela Miguel López. Como dice don Liberio: “Una guitarra más es un pandillero menos; un piano más es un delincuente menos”.

Yo me despido con una frase de doña Flor que toca el corazón y acaricia el alma y que vale la pena recordar: “Con la música se llega al cielo”.

Don Armando Martínez Castellanos

Francisco Tobías

En esta ocasión te platico de don Armando Martínez Castellanos, quien nació en esta bella ciudad de Saltillo hace ya más 77 años en la calle de Maclovio Herrera.

Desde hace 64 años don Armando desempeña el oficio de sastre saquero, trabajo que aprendió de su cuñado Osvaldo Suárez a mediados del siglo pasado. Durante un periodo de su vida tuvo que trasladarse a la Ciudad de México para buscar mejores oportunidades laborales y mejores ingresos familiares, pero el cariño por su patria chica, Saltillo, hizo que regresara a esta hermosa tierra.

Su primera lección en el oficio de sastre duró tres días, en los cuales aprendió a utilizar el dedal de una manera muy peculiar, pues lo mantuvo amarrado entre los dedos, para así poder acostumbrarse. Esto, cuando Armando solo contaba con la edad de 13 años.

Su primera chamba fue la elaboración de un pantalón que hizo para su hermano Carlos y su primer sueldo fue de 50 centavos, salario que devengaba de manera semanal. De ellos, la mitad era para los gastos de la casa que le entregaba puntualmente a su mamá y el resto para él.

Don Armando recuerda que el primer traje que hizo fue para al relojero Jesús Dávila.

En una ocasión, al inicio de su vida laboral, le preguntó, de manera rebelde, a su madre: “¿Por qué me quitas la mitad de mi sueldo?”, y ella le contestó: “Para que tengas derecho a comer. No trabajas, no comes”. 

Actualmente ubicado en la calle de Abasolo donde casi topa Otilio González, le enseñó a sus hijos, Fernando, Marcos y Jaime, este noble oficio. (Por cierto, tampoco ellos se libraron del dedal amarrado).

Cuando le pregunté qué fue lo que más le agradó de haber aprendido el oficio de sastre, me contestó: “No, si no me gustaba. Yo quería ser músico”. Oficio que se le negó, por la necesidad imperante que tenía de trabajar, pero afirma que con el tiempo le agarró cariño a esta ocupación. Un trabajo que siempre ha desempeñado con las famosas máquinas de coser Singer.

Si tienes problemas con tu pantalón, traje o saco, ven con don Armando. La experiencia de más 64 años avalan su trabajo. En verdad, si alguien sabe de sastrería en Saltillo es don Armando, un Saltillense como muchos que tenemos y que vale la pena presumir.

El robo de los chocolates

Francisco Tobías

En esta ocasión te platico de cuando unos ladrones irrumpieron en la que era tienda y casa del Capitán Nicolás Guajardo. Esto sucedió el 10 de enero de 1688, y fue por la noche, de una manera furtiva y dañosa. Los hechos fueron comentados durante varios meses con morbo por toda esta bella ciudad de Saltillo cuando era villa.

Ese día el capitán y vendedor llegó a su morada y encontró una ventana violentada. Al entrar, inspeccionó rincón por rincón para enterarse de lo que había sucedido, y con ello se percató que alguna o algunas personas habían entrado a su vivienda, la cual era también su tienda. Para su sorpresa había sido saqueada. Sí, amigas y amigos de Saltillo: su tienda había sido robada. Comentan que lo llenó la furia y de manera inmediata se dirigió ante la autoridad para denunciar lo que había sucedido.

Muy molesto, enojado, enfurecido (me imagino que hasta humo salían de sus oídos), Nicolás declaró lo sucedido. Además, hizo la cuenta y lo robado sumaba doscientos setenta reales que le sustrajeron de una caja, más los daños a la propiedad y el robo de unos chocolates, cuya suma ascendía a más de setecientos reales. Imagínese usted qué caros debieron de ser esos chocolates.

Al llegar la autoridad al lugar de los hechos, encontraron las huellas de los ladrones, con las cuales dedujo que eran dos, ya que unas huellas eran grandes y otras más pequeñas. Quiero suponer que el más alto sustrajo el dinero y el más pequeño los chocolates. En realidad, nunca se supo nada: las indagatorias no dieron resultados y Nicolás se quedó sin dinero, con una ventana rota, sin chocolates, pero eso sí… con mucho coraje.

Mientras Nicolás, capitán y comerciante, hacía corajes, dos personas disfrutaban de su dinero y se deleitaban con sus chocolates.

Una anécdota más del Saltillo antiguo, una historia en la cual los ladrones tuvieron tiempo hasta de disfrutar de las delicias de los chocolates hurtados.

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