Francisco Tobías

En esta ocasión te platico que por allá en el año de 1729, el 19 de mayo para ser exactos, una anécdota algo extraña sucedió en nuestra hermosa ciudad de Saltillo cuando era villa. Juan Miguel Ramírez fue sorprendido escalando un muro para llegar a la alcoba de su prometida Nicolasa Dávila.

Nicolasa era hija de Nicolás Dávila, quien, cuentan —y con justa razón—, que se enfureció como loco y se lanzó para detener al atrevido enamorado. Su intención era presentarlo a la autoridad por su atrevimiento: don Nicolás llegó a pedir como castigo el destierro. El novio, Juan Miguel, al percatarse del enojo de su futuro suegro, intentó correr pero rápidamente fue alcanzado por don Nicolás. Después de unos empujones y del forcejeo, salió como alma que lleva el diablo, por lo que el ofendido padre volvió a emprender la persecución. Asustado, Juan Miguel se escondió en la parroquia de esta Villa de Santiago del Saltillo. Don Nicolás declaró ante la autoridad: “Yo estaba acostado en la sala con mi esposa en una sala cercana a un aposento donde duerme mi hija, de repente escuché ruidos en el jardín y salí a verificar qué sucedía, y en ese momento me percaté que el Sr. Juan Ramírez había subido al techo de la casa escalando la chimenea con un cabestro con el fin de visitar en su habitación a Nicolasa”.

Escondido en el templo, Juan Miguel alegaba que no era merecedor del destierro ya que Nicolasa contaba con palabra de matrimonio, y que durante un año se había hecho cargo de su manutención, entregando dote, dinero, plata, entre otras cosas de valor, a su futura suegra, quien sabía y consentía sus visitas nocturnas. Ella era conocedora de ese amor bajo las sombras.

El párroco prestó oídos a las declaraciones de Juan Miguel, a lo que le pidió jurara por la Santa Cruz su dicho. Pero el joven se negó, debido a que estaba bajo pena de excomunión por el juez eclesiástico si declaraba al respecto de la entrega de los bienes a doña Clara, quien era la madre de la muchacha.

Juan Miguel declaró que él visitaba a Nicolasa sin preocupación, por creer que doña Clara había hecho de conocimiento a don Nicolás de su amor por Nicolasa. Pero, ¡vaya sorpresa!, el papá, el suegro, fue el último en enterarse de dicho amor.

Los vecinos de la villa comentaron el hecho durante muchos días mostrando alarma y sorpresa por la actitud de doña Clara. Hay quienes decían y hasta aseguraban que en realidad no iba a casar a su hija, que solo quería agenciarse el dinero, la dote y la plata.

Amigos y amigas de Saltillo: existen de suegras a suegras. A mí me tocó una muy buena; a mi esposa le tocó la mejor. Pero, cuídense de una suegra como doña Clara.