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Feminismos en corto y sin tanto rollo: ¿Las mamás tienen la culpa del machismo?

Haidé Serrano

“El machismo es el esfuerzo extra que hacen los hombres para demostrar que son ‘muy hombres’”

Marina Castañeda, autora del libro “El machismo ilustrado

Cuando hablamos de machismo, es recurrente escuchar: “¿quién educó a esos hombres? ¡Pues sus mamás! ¿Dónde aprendieron a ser machistas? ¡Pues en su casa!”. De nuevo, el machismo y la violencia hacia las mujeres es culpa de las mujeres. Una “falacia viril”, expresión acuñada por Kate Millet en su obra “Política Sexual”, tesis doctoral que le costó la expulsión de la Universidad de Oxford y libro que se convirtiera después en best-seller.

En ella, Millet analiza las relaciones de poder entre hombres y mujeres, y cómo la construcción de mentiras perpetúa la opresión y violencia hacia ellas.

De acuerdo con los roles establecidos en el patriarcado, a las mujeres se les ha asignado la obligación de “educar” a las hijas, hijos e hijes. Pero, ¿son las madres las únicas que educan? Evidentemente no. No solamente las madres educan y no es su “culpa” el machismo y la violencia hacia las mujeres. Desde luego, las madres han nacido en el mismo entorno machista que el resto, son machistas también, pero su experiencia incluye la desigualdad y la violencia, así como su calidad de víctimas.

No por haber nacido mujeres, quiere decir que nos deconstruimos, que comprendemos “por naturaleza” o biología el machismo, sus razones y porqué los hombres tienen ventajas que nosotras no tenemos.

A pesar de toda la literatura, películas, capacitaciones, campañas de publicidad para ir explicando qué es el machismo y cómo nos afecta, seguimos pensando que son las madres las responsables, las culpables de que sus hijos varones, en particular, sean machitas.

En un alto porcentaje de las conversaciones se esgrime esta premisa, una metáfora de cómo la serpiente que se muerde la cola. Pero es un argumento machista que lleva a un callejón sin salida, para su conveniencia. Si las mujeres son las principales responsables de la violencia machista, entonces que no se quejen.

Esa argumentación no es inocente. Es esa “falacia viril” que arroja más sombras que luces sobre una problemática gravísima, de violencia sistemática, permanente, estructural, que quiere que no se entienda, no se elimine, pero sobre todo, que no cambie. Que no se asuman responsabilidades y oportunidades de cambio.

Es muy interesante ver cómo estas ideas preconcebidas desde el machismo adjudican ese poder educador omnipresente solamente a las mujeres, cuando son estas mismas quienes fueron excluidas de la educación formal en las escuelas por siglos.

Pero hay otros poderes educadores en nuestra sociedad y tal vez menos reconocidos por su informalidad. En el caso de México, el humor tiene una influencia en nuestra cultura penetrante y formadora de generaciones. Los chistes que se cuentan también educan y muchos de ellos están cimentados en la misoginia.

Otro sitio formador es la calle, espacio antes seguro para el juego, la conversación, la convivencia. Este espacio constructor de cultura y también de machismo educa.

De igual manera el recreo o el descanso en las escuelas educa. Las actividades que realizan de forma “natural” las niñas y los niños forman la construcción de los roles y los estereotipos, muy ligados a prácticas violentas que se manifiestan desde la infancia, el noviazgo y las etapas que vienen.

Manifestaciones de la cultura como la música, el cine, la literatura son fuente rica de misoginia y machismo, y por supuesto, educan. Y ahora el poder avasallador del internet con el acceso total a juegos en línea, redes sociales y violencia sin filtros, educan.

Y qué decir de los padres que han abandonado a sus hijxs, esa ausencia también educa. Cuando dejan de cumplir con sus responsabilidades y obligaciones, eso les da un mensaje claro a lxs hijxs.

Erradicar el machismo es tarea de todas, todos y todes. Hoy podemos ser el cambio en nuestras familias. Pasa primero por la auto observación, más que por el señalamiento y la crítica a las madres, que ya bastante han padecido las desigualdades, violencia e injusticia por culpa, sí, del patriarcado.

Feminismos en corto y sin tanto rollo: Los macho explicadores

Haidé Serrano

Hace unos días recibí una llamada telefónica de un amigo, quien después de saludar, preguntar por la salud, me espetó su opinión sobre uno de mis artículos. Para él, la primera mitad le pareció adecuada, pero la segunda había arruinado el texto porque era “panfletaria” (refiriéndose a la perspectiva de género y al feminismo). Aún con paciencia, le respondí que justo ese es el tema de mis reflexiones, el feminismo, además de que así se llama mi columna. Insistió. Ahora añadiendo cómo debió ser ese artículo. “Tal vez hubieras querido leer otro texto”, le respondí, y que sería buena idea que él mismo lo escribiera, pues el mío cumplía su misión en cuanto a la perspectiva feminista. ¡Continuó! Ahora “explicándome” paternalmente porqué estoy equivocada en cuanto al feminismo, que es una moda y que pasará como ha sucedido con otras formas de pensar. Ya con menos tolerancia, le respondí que su “mansplaining” era deficiente pues no ha leído un sólo libro acerca del feminismo. Oídos sordos.

Este término, “mansplaining”, definido así por primera vez por la escritora Rebecca Solnit en su artículo y libro “Los hombres me explican cosas” une las palabras en inglés “man” (hombre) y “explaining” (explicando), “en alusión a este fenómeno: cuando un hombre explica algo a una mujer, lo hace de manera condescendiente, porque, con independencia de cuánto sepa sobre el tema, siempre asume que sabe más que ella”.

Estas maneras de relacionarse con las mujeres son violencias machistas y forman parte de las diversas formas que emplean los hombres para reafirmar las relaciones de poder. Sus “machoexplicaciones” abarcan todos los ámbitos. Son explicadores de todo y en todo se sienten expertos. Y, por supuesto, nos consideran a las mujeres, sólo por ser mujeres, ignorantes y necesitadas de escuchar su “gran sabiduría y conocimiento”.

Las mujeres, que hemos escuchado desde niñas que “calladitas nos vemos más bonitas”, preferimos en ocasiones no dar esa batalla y dejar que el macho se explique a sus anchas, aunque sepamos que está equivocado. Hemos desarrollado esa tolerancia para dejarlo “creer” en su superioridad y no discutir.

En su libro “Machismos cotidianos”, las autoras Claudia de la Garza y Eréndira Derbez definen este machismo como “manxplicar”, <<cuando un hombre siente la necesidad de explicar algo a una mujer sin que ella se lo pida>>.

A mí me sigue sorprendiendo la seguridad de esos machos, la superioridad con la que se expresan. El arrojo para espetar sus comentarios. La soberbia para ni siquiera dudar de sus opiniones. La sordera que les impide escuchar a su contraparte.

Y luego, ¡pum! ¡se quieren victimizar! “¿Ya no puedo decir mi opinión?”, preguntan. No, no se trata de no expresar las opiniones. Somos libres de hacerlo. Contrarias o a favor. Pero, sus opiniones: ¿fueron solicitadas?, ¿son necesarias?, ¿a quién le importan?

La identificación de estas violencias machistas recurrentes es muy importante porque así las podemos ir derribando. Primero, tomando conciencia de esas opiniones no solicitadas, que en su mayoría son negativas y quieren socavar, una vez más, nuestra autoestima. Y después, haciéndole saber a los machos que no les queremos escuchar, a menos que lo pidamos.

Fue gracias a que Solnit habló por primera vez de esta violencia machista que yo conocí el término. Me alegra mucho que las feministas expresen experiencias que nos son comunes a muchas mujeres, especialmente las que nos lastiman. Es la toma de conciencia sobre la violencia machista en la que estamos inmersas todas, todos y todes, el primer paso para salir de ella, como víctimas y como victimarios.

 

Feminismos en corto y sin tanto rollo: "Así vas a salir, ¿sin arreglarte?"

Haidé Serrano

“Las mujeres tenemos todavía mucho qué pensar y dar qué pensar para salir del lugar de lo no pensado. Del lugar del no reconocimiento, de la no reciprocidad, por tanto, de la violencia. El feminismo, como todo proceso emancipador, es fuente de pensamiento interpretativo, suministra nuevas claves de desciframiento de lo real en tanto que es un proyecto de reconstrucción de la realidad social sobre la base de nuevos e insólitos pactos… Pactos donde lo pactado —y, por ende, lo excluido como sujeto activo del pacto— no fueran las propias mujeres como genérico. Una sociedad, en suma, no constituida por pactos patriarcales…”

Celia Amorós

El machismo y sus expresiones son tan “normales” que pasan desapercibidas en el día a día; ni cuenta nos damos de que forman parte de nuestra visión del mundo. Es porque el machismo es estructural y está inserto en todos los ámbitos de los que participamos, es decir, en las estructuras llamadas familia, comunidad, sociedad, escuela, trabajo, política, y un largo etcétera.

Las expresiones de este machismo se refuerzan a través de generaciones que las van repitiendo sin detenerse a pensar en su significado, trascendencia y, sobre todo, daño.

Para ejemplo, una de ellas: “Así vas a salir, ¿sin arreglarte?” Frase que escuchamos en México las niñas, jóvenes, maduras, viejas, no importa la edad. La hemos dicho todas, todos y todes.

Esta expresión tan común se refiere a salir de casa sin emperifollarse, maquillarse, adornarse, peinarse, entaconarse; señala que hay algo fallado, de origen, en las mujeres que debe ser enmendado.

Esta imagen “natural”, de inicio “descompuesta”, que necesita ser reparada, es una imagen “impresentable” que corresponde con el estereotipo, este otro hijo del patriarcado que se ha ocupado férreamente en ubicarnos en un lugar de inferioridad con relación a los hombres. Y orienta a componerla con una serie de “arreglos” que cumplirán con el mandato de la época y la cultura.

Ese estereotipo “manda” a las mujeres “decorarse” con una serie de accesorios para agradar al sexo opuesto. Para ser femeninas también. Este mandamiento del pensamiento heteropatriarcal exige incluso una sexualización indispensable, que alcanza a las niñas y adolescentes.

Este “deber ser” mantiene a las mujeres esclavizadas. Absortas en mantenerse jóvenes, delgadas, sin arrugas ni canas. Ahora con nalgas y caderas protuberantes. Senos repletos de silicona. Cinturas diminutas posibles sólo con huesos extirpados. Esta dependencia cobra facturas altísimas emocionales, psicológicas y físicas que le han costado la vida a un sinfín de mujeres. Y una salud permanentemente comprometida en aras de esa exigencia estúpida y criminal.

Las diversas épocas documentadas dan cuenta de estos mandatos para las mujeres. Cómo su energía, pensamiento y tiempo se destina en su mayoría a esculpir el físico y diseñar la imagen, especialmente para “conquistar” al hombre. Y una energía alejada de su desarrollo personal, espiritual, profesional, laboral, académico. Además de una financiación económica permanente.

Claramente, la inversión económica es enorme. Un mercado multimillonario que, según la Cámara Nacional de la Industria de Productos Cosméticos de México, asciende a más de 200 mil millones de pesos al año. Toda una industria que se sostiene en nuestras inseguridades, sembradas por los medios de comunicación y que refuerzan constantemente los estereotipos.

México es el tercer país en el que se registran más cirugías plásticas del mundo. Según datos de Deloitte, esta industria en su ramo de turismo médico alcanzará un valor de los 10 mil millones de dólares.

No sucede así con los hombres. Las mujeres siguen dominando en un 85% el mercado de la belleza. Se dice que el hombre ideal debe ser “feo, fuerte y formal”. Otro estereotipo impuesto a ellos. ¿Te imaginas un mundo donde los hombres tuvieran que recurrir a cirugías plásticas, cremas, maquillajes, peinados, tenazas, y demás para verse arreglados?

Las mujeres no estamos desarregladas. Lo que tenemos que revisar y corregir son nuestras ideas acerca de cómo debemos ser y cómo creemos que deben ser las personas.

@HaideSerrano conduce y produce Feminismos en Corto sin Tanto Rollo. Está dedicada a la comunicación sobre feminismo, perspectiva de género, desigualdad y violencia. Ha trabajado en el servicio público, así como en diversos medios de comunicación, entre los que destacan Reforma y Excélsior. Ahora es columnista de Luces del Siglo. Es licenciada en Comunicación por la UNAM, maestrante en Género, Derecho y Proceso Penal.

El racismo nuestro de todos los días

Haidé Serrano

“La tolerancia es el reconocimiento y la aceptación de las diferencias entre personas. Es aprender a escuchar a los demás, a comunicarse con ellos y entenderlos. Es el reconocimiento de la diversidad cultural.” UNESCO

Que las y los mexicanos seamos racistas no es novedad. Nuestra cultura está nutrida con expresiones, pensamientos y actitudes racistas desde hace cientos de años. Nuestro racismo está tan normalizado que en muchos casos no nos damos cuenta.

Este racismo como forma de poder y establecido en nuestro país a lo largo de los siglos, ha sido muy útil para grupos interesados en controlar, explotar y dominar a personas de diversas etnias. Especialmente a mujeres, niñas y adolescentes, quienes padecen el racismo como una forma más de desigualdad que se suma a otras.

El Estudio global sobre la situación de las mujeres y niñas indígenas estima que en el mundo hay 476 millones 600 mil indígenas, de los cuales 238 millones 400 mil son mujeres. En general, representan el 6.2 por ciento de la población mundial, pero constituyen el 15 por ciento de las personas más pobres del planeta.

No es lo mismo nacer niña (o con genitales femeninos) en una comunidad de la Zona Maya, de Quintana Roo, donde aún “los usos y costumbres” toleran el delito de venta de niñas, los matrimonios infantiles y las violaciones; a nacer niña (o con genitales femeninos) en la ciudad de Cancún, urbano y compuesto por personas de otras partes del país y del mundo; y con un acceso más fácil a los servicios de justicia, prevención de la violencia, entre otros.

En este sentido, el concepto de interseccionalidad, es necesario como una metodología para comprender las condiciones, exclusiones y diversas formas de discriminación que enfrentan las personas, pero especialmente los “grupos vulnerabilizados (Vilchis, Luz)”, en este caso, las mujeres, niñas y adolescentes.

La diversidad en México obliga a un análisis que tome en cuenta la interseccionalidad, en particular en las políticas públicas. Si no se cuentan con estudios, investigaciones, que consideren las condiciones diversas se corre el riesgo de generar más condiciones de exclusión y discriminación.

Identificar en primer lugar el racismo que perpetuamos con nuestras actitudes, pensamientos, lenguaje y acciones en lo cotidiano. Reconocer las actitudes racistas es una tarea que deberíamos tener presente para poderlas revertir. Esto parte de un autoanálisis permanente. Podría asemejarse a la metáfora de “ponerse las gafas violeta” del feminismo; es decir, “ponerse las gafas del racismo” para aceptar que somos racistas, porque formamos parte de un sistema económico, político y social que ha logrado invisibilizar el racismo a favor de las relaciones de poder.

En tanto se avance en la identificación, aceptación y análisis de nuestros racismos cotidianos, es que podremos irlos erradicando.

En el ámbito de la administración pública, por ejemplo, las violaciones a los derechos humanos de las personas indígenas son constantes. Y es frecuente que se piense a la administración pública como un ente sin vida o pensamiento o juicio, en este caso sin racismo; pero la administración pública está conformada por personas con cultura, valores, y desde luego por racismo.

No creo que se le haya dado el enfoque ni el abordaje sistemático para el conocimiento, entendimiento y erradicación del racismo en las personas que conforman la administración pública. Si bien, se han diseñado e implementado políticas públicas que tratan de identificar y combatir las consecuencias del racismo, es evidente que las manifestaciones de exclusión están muy vigentes en todo el país. Y tiene que ver en mucho con que las personas que dan servicio directo a la gente aún no han pasado por un proceso de deconstrucción de su racismo y de su discriminación. Por tanto, no tienen conciencia de que son parte del problema de la desigualdad estructural. Se asumen como “superiores” y ejercen la autoridad desde un lugar que minimiza a las personas que les parecen diferentes e inferiores.

Es muy relevante que las y los servidores públicos cuenten con el conocimiento esencial para entender el racismo, la etnicidad, los derechos humanos, la perspectiva de género, para dejar de perpetuar conductas que se traduzcan en discriminación, desde la administración pública, desde el propio Estado.

Esto requiere una capacitación constante, además de que se integre al proceso de contratación de todas las personas que ingresen a la administración pública.

Si contamos con una burocracia tolerante, con perspectiva de género, consciente, entonces las políticas públicas serán más efectivas e iremos avanzando en una sociedad menos violenta, más pacífica.

 

Feminismos en corto y sin tanto rollo: Caníbal, ¿indignación total?

Haidé Serrano

Todos los días se cometen feminicidios en México. Al menos 10 mujeres son asesinadas diariamente por el hecho de ser mujeres. La mayoría de ellos cometidos por hombres. Muy pocos de estos crímenes indignan a la sociedad. Son los menos que llegan a los medios de comunicación. Estos delitos no se investigan en su totalidad, no se encuentran a lxs culpables y mucho menos estos reciben castigo.

La impunidad es el manto protector de una guerra contra las mujeres, niñas y adolescentes que ocurre todos los días frente a nuestros ojos. También una cultura de odio a las mujeres. Vivimos esta realidad y no nos irrita lo suficiente. La violencia feminicida en su mayoría está aceptada y normalizada.

Esta indolencia y apatía de las, los y les mexicanxs es uno de los motivos por los que la Suprema Corte de Justicia decidió producir la serie documental “Caníbal, indignación total”, basada en los feminicidios cometidos por Andrés Mendoza durante tres décadas. Así lo afirmó el ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia Arturo Zaldívar. “Quieren mover conciencias”, dijo.

Los medios dieron cuenta ampliamente de la historia del asesino confeso, quien a la vista de sus vecinos y vecinas cometía los crímenes sin levantar sospechas. Un psicópata que se valía también de la misoginia de un sistema de justicia omiso y desinteresado en hacer justicia.

El ministro Zaldívar informó que la producción, que se estrenará el 27 de junio en el Canal del Poder Judicial y en el Canal de las Estrellas, buscará “generar la reflexión y un cambio de cultura”.

Una cultura que engrandece a los feminicidas y los disfraza de “monstruos”, como es este caso, calificado así por lxs periodistas; medios de comunicación omisos en incorporar la perspectiva de género a su labor como ya lo marca la Ley, con lo que contribuyen a normalizar la violencia; pues estos criminales son hombres como cualquier compañero de trabajo, familiar o amigo.

Andrés Mendoza confesó sus crímenes y es posible que la cifra alcance a 30 mujeres. ¿Cómo lo hizo sin que nadie se diera cuenta? El ministro Zaldívar refiere en su columna de Milenio:

Caníbal expone una realidad atroz: la de un psicópata que mató mujeres por años frente a los ojos de toda una comunidad, pero peor aún, exhibe la realidad de la impunidad, del desdén y la negligencia de los sistemas de procuración de justicia; la realidad de una sociedad indolente que no se inmuta por la violencia sistemática contra las mujeres; la indiferencia de una sociedad para la que las mujeres pobres son invisibles, prácticamente desechables.”

Miles de mujeres siguen desaparecidas. Un día no llegaron a sus casas. Su familia tal vez sí denunció. Y tal vez desistió por falta de dinero para “motivar” una investigación.

Este es el día a día en México, que se retrata muy bien en “Las tres muertes de Marisela Escobedo”, otra pieza documental que muestra el sistema judicial machista que es cómplice de la violencia feminicida en nuestro país.

No hay esfuerzos pequeños para transformar esta cultura de discriminación de las mujeres. Ayudan las series documentales. Pero el sistema de justicia, las y los investigadores, las y los ministerios públicos, las y los fiscales, las y los jueces les siguen debiendo la perspectiva de género a todas esas víctimas, a esas mujeres, a sus hijas e hijos, a su familia y amigos. A toda la sociedad. Hay una deuda muy grande y urge acelerar el paso.

@HaideSerrano conduce y produce Feminismos en Corto sin Tanto Rollo. Está dedicada a la comunicación sobre feminismo, perspectiva de género, desigualdad y violencia. Ha trabajado en el servicio público, así como en diversos medios de comunicación, entre los que destacan Reforma y Excélsior. Ahora es columnista de Luces del Siglo. Es licenciada en Comunicación por la UNAM, maestrante en Género, Derecho y Proceso Penal.

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