Haidé Serrano

Mujeres en el poder

Las mujeres que llegan a espacios de poder son fundamentales para construir comunidades más igualitarias, pacíficas y democráticas. Su presencia en el liderazgo tanto público como empresarial está avanzando empujado por las feministas, las leyes, y también por una parte de la sociedad. Las mujeres líderes son esenciales para que en el imaginario colectivo se les asocie al poder, a la toma de decisiones y a los cambios en los roles de género.

Su visibilidad “arriba” les muestra el camino a las niñas y adolescentes, a quienes permite soñar en un futuro más allá del ámbito doméstico y de cuidados. Lo simbólico también se transforma cuando una mujer llega al poder. Y ese simbólico alcanza a otras personas que se identifican con otros géneros, y que han sido afectadas por el binarismo impuesto por el patriarcado.

El arribo de las mujeres a esos espacios no ha sido sencillo. Ha estado marcado en la mayoría de los casos por los obstáculos que el machismo y la misoginia imponen a las mujeres que se atreven a desafiar los mandatos de género. Muchos de esos escollos son desconocidos por los hombres, quienes han creído que son los únicos merecedores del poder y del espacio público.

Así, la llegada a esa cima, al haber roto el “techo de cristal”, pareciera que los problemas por ser mujer se han terminado. Todo lo contrario. Se nos exige más. La vara con la que se mide a las mujeres es más alta. No basta con cumplir con la experiencia, los estudios, los conocimientos. Siempre se estará en falta.

La violencia se recrudece, pues los iguales a esos niveles son hombres, acostumbrados a tratar con hombres; quienes ahora se sienten “desafiados” por una mujer que “no pertenece a esos círculos”; cuya presencia es una molestia, porque ahora hay que comportarse de manera “diferente”, cuidar de no decir frases y chistes sexistas, porque la “dama” se puede ofender; o bien, como ahora se ofenden de todo, “seguro es otra feminazi”; es sospechosa de haber logrado esa posición a través de favores sexuales, lo que les permite a los misóginos un trato irrespetuoso y violento.  

Pareciera que hay que pagar peaje constante. Como la exigencia de la imagen. El cuerpo de las mujeres en espacios de poder está sometido al escrutinio permanente. Como si de una propiedad pública se tratara. Las mujeres deben ser “bellas”, delgadas, vestirse a la moda, usar ropa “adecuada” con su cargo y encomienda. Su cuerpo debe corresponder a los cánones de belleza actuales. Si es necesario recurrir a las cirugías plásticas, ellas no escatiman para corresponder a las expectativas. La presión social y política sobre ellas demanda juventud. Exigencias que significan cientos de miles de pesos en productos de belleza, ropa, masajes, cirugías que, en muchos casos, ponen en riesgo la salud y la vida.

Esas mujeres atrevidas serán objeto de la vigilancia constante sobre su vida privada e íntima. El mandato de género exige que sean heterosexuales y casadas con hombres, desde luego. Pero si han desobedecido el “sacrosanto” mandato del matrimonio, y son solteras, en automático son promiscuas y un “recurso” disponible para los hombres. Sin son lesbianas será motivo frecuente de violencia y burla. Si tienen otra identidad, se multiplica la violencia.

El castigo social de las y los compañeros, de los jefes, gobernantes, de los líderes de partidos, de periodistas, de la opinión pública, es implacable si las mujeres llegaron al poder, porque desafiaron el ‘status quo’ y se empeñaron, a pesar de toda la violencia.

Esas mujeres están ejerciendo sus derechos. Y con su valentía abren el camino a las próximas generaciones. Ellas necesitan de la sororidad de otras mujeres, de todas nosotras. De la solidaridad de todas, todos y todes.

@HaideSerrano conduce y produce Feminismos en Corto sin Tanto Rollo. Está dedicada a la comunicación sobre feminismo, perspectiva de género, desigualdad y violencia. Ha trabajado en el servicio público, así como en diversos medios de comunicación, entre los que destacan Reforma y Excélsior. Ahora es columnista de Luces del Siglo. Es licenciada en Comunicación por la UNAM, maestrante en Género, Derecho y Proceso Penal.