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Blonde, propaganda anti derechos

Haidé Serrano

"En Hollywood te pagan mil dólares por un beso y cincuenta centavos por tu alma": Marilyn Monroe

El cine ha sido un vehículo muy exitoso para construir estereotipos de género, es decir, las ideas, cualidades y expectativas que la sociedad atribuye a mujeres y hombres. En miles de películas, esas representaciones han respondido a modelos hegemónicos de feminidad y masculinidad. En todo el mundo, cintas taquilleras, películas consideradas obras de arte y otras de culto han usado los estereotipos para justificar la discriminación de género y también la violencia. También el cine ha sido un vehículo poderoso y efectivo para explotar el cuerpo de las mujeres y convertirlo en objeto de consumo.

La película “Blonde” es una nueva versión sobre la vida de Marilyn Monroe, una oportunidad estupenda para revisar con perspectiva de género esta aproximación a una de las mujeres más icónicas de la cultura pop.

Recién estrenada en Netflix, basada en la novela de Joyce Carlo Oates y dirigida por Andrew Dominik, la cinta se convierte, en varios sentidos, en lo que aparentemente quería criticar, la cosificación y sexualización de Marilyn.

“Blonde” es además una propaganda anti derechos de las mujeres. Un panfleto antiaborto. Los embarazos y abortos de la actriz son planteados en diálogos imposibles con fetos que reclaman en voz en off a la “culpable” Marilyn. Las metáforas son idénticas al marketing de grupos anti derechos. Y el resultado es un juicio en contra de Marilyn --quien en realidad es una víctima--, otro argumento de esa propaganda.

Parece que la cinta pretendía ser una visión crítica del Hollywood de entonces y de hoy, una industria depredadora, violenta y machista. Decenas de películas han intentado un “mea culpa”después del movimiento Me too, que desveló cientos de abusos y violaciones, particularmente sexuales, en perjuicio de numerosas mujeres. Sin embargo, en la película, Marilyn queda reducida a un cuerpo, que es el verdadero protagonista. Y su sufrimiento, el otro protagonista. Así, dolor y cuerpo, conforman una invención alejada de la persona. Además, de los innumerables e innecesarios desnudos, solo aceptables bajo la mirada machista.

Esta película revictimiza a Marilyn al convertirla, de nuevo, en un objeto de consumo y explotación. Plantea una perspectiva que deja de lado a la mujer intelectual, lectora voraz, feminista, activista por los derechos civiles, con posturas políticas como el antirracismo y declaraciones y escritos donde denunció el acoso sexual del que ella y muchas más eran víctimas en Hollywood.

En “Blonde”, Marilyn Monroe vive una pesadilla, que se nos ofrece como placer voyerista y sádico acompañado de una cubeta de palomitas.

Haidé Serrano

@HaideSerrano conduce y produce Feminismos en Corto sin Tanto Rollo. Está dedicada a la comunicación sobre feminismo, perspectiva de género, desigualdad y violencia. Ha trabajado en el servicio público, así como en diversos medios de comunicación. Es autora del libro “Mujeres líderes en la pandemia”. Es licenciada en Comunicación y maestra en Género, Derecho y Proceso Penal.

Feminismos En Corto Sin Tanto Rollo: Y tú, ¿por qué no rehiciste tu vida?

Haidé Serrano

Hace unos días, una amiga me preguntó. “Y tú, ¿por qué no rehiciste tu vida?”.

Al tratar de responder, me di cuenta de que, primero, no tenía clara la pregunta y, segundo, mucho menos la respuesta. “Rehacer mi vida” parece significar que mi vida ha estado “desecha” en tanto la soltería ha sido mi “condición oficial” y no el matrimonio.           

Aún en estos días, cuando se cree que tanto se ha avanzado en cuanto a las relaciones entre personas, esta expresión es recurrente. Mujeres solteras, que alguna vez, estuvieron casadas, viudas o en pareja, o ninguna de las anteriores escuchan por igual esta pregunta. Hay una especie de fracaso implícito en ese cuestionamiento, que señala a las mujeres que no están en matrimonio.

No importan los títulos alcanzados, los premios, viajes, salud, crianza plena de les hijes, éxitos profesionales, competencias ganadas, avances científicos, logros políticos, estabilidad financiera, patrimonio, elecciones ganadas, y un largo etcétera, para una gran cantidad de personas, las mujeres fuera del matrimonio heteropatriarcal están incompletas.

En una presunción sobre su vida “des-hecha”, cuestionan las razones de una soltería sospechosa. La condición de las mujeres que no están en pareja pareciera amenazante particularmente para las que sí tienen la “vida hecha”, las que lograron el matrimonio, ese sueño realizado que se ha vendido como la panacea de la felicidad. Claro, el matrimonio patriarcal, heterosexual, como la medida de la perfección, el modelo aspiracional de las mujeres mexicanas.

El matrimonio ha sido considerado como el estado ideal. Ese lugar anhelado al que todas, todos y todes, nos dijeron, que había que llegar. Un lugar idílico donde reina el amor, la felicidad, la abundancia. Donde la realización viene con lxs hijxs, la casa y el perro. Donde las mujeres se contentan con la crianza, el hogar y el cuidado de la familia. Y los hombres trabajan en algún lugar donde son exitosos, estables y bien remunerados…

Y de repente, despertamos. Para muchas, el despertar fue abrupto, de una pesadilla. Para otres, darse cuenta de la estafa les tomó más tiempo. Es claro que este producto milagroso llamado matrimonio se parece mucho a los que prometen bajar de peso con poco esfuerzo y menos tiempo. Porque además viene con una gran advertencia: No te divorcies porque las consecuencias son nefastas. Entrarás al grupo de las “desechas”.

El matrimonio patriarcal y heterosexual dejó de ser hace mucho tiempo el modelo ideal. Seguimos creando nuevas formas de relacionarnos. Con valores que están en revisión y con otros que toman más preponderancia, como el respeto y vidas libres de violencia. Y las mujeres hemos comprobado que nuestra vida no está deshecha. Nos hemos demostrado que podemos hallar la realización, plenitud y felicidad más allá del matrimonio.

Feminismos en corto y sin tanto rollo: Para alcanzar la igualdad de género, ya solo faltan tres siglos 😢

Haidé Serrano

Las desigualdades se están agravando para las niñas, adolescentes y mujeres del mundo. Son los grupos poblacionales más afectados por las crisis económicas, el cambio climático y las guerras. Y al ritmo que vamos, sus condiciones se agravarán, seguirán los retrocesos y empeorarán sus vidas.

Hace unos días, ONU Mujeres y el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (DAES) dieron a conocer el informe “El progreso en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): Panorama de género 2022”. En este destaca que, al ritmo del progreso actual, se alcanzará una igualdad plena en 300 años.

Los tres siglos que faltan son una estimación que refleja la realidad, lo que está ocurriendo ya y que se agudizará.

Debido a las crisis económicas, los precios aumentarán y consecuentemente la pobreza. Cerca de 383 millones de mujeres y niñas (en comparación con 368 millones de niños y hombres) vivirán en la pobreza extrema a finales de este año. No tendrán para cubrir necesidades de vestimenta, alimentación y vivienda adecuada. El salario y los derechos laborales continuarán desiguales.

Los retrocesos en el goce de sus derechos en materia de salud sexual y reproductiva limitan los avances; como es el caso de Estados Unidos donde la Corte Suprema de Estados Unidos anuló la sentencia “Roe contra Wade”, que desde 1973 garantizaba el derecho al aborto. “Hoy, más de 1200 millones de mujeres y niñas en edad reproductiva (entre 15 y 49 años) viven en países y zonas con algún tipo de restricción en el acceso a abortos seguros.”

Los sistemas legales que no avanzan para garantizar el acceso a la justicia y protección de las víctimas de violencia. Así como la erradicación de la trata y desaparición de niñas, adolescentes y mujeres.

La pandemia por el Covid-19 fue un factor que también agravó la situación de las mujeres en el mundo. En el 2020, ellas perdieron alrededor de 800,000 millones de dólares en ingresos. Y aún no se recupera su presencia en el mercado laboral.

Durante la primera parte de la pandemia, con la suspensión de las clases, se requirieron 672,000 millones de horas adicionales de cuidado no remunerado de las niñas y niños. Siendo las mujeres las principales cuidadoras, ellas se habrían hecho cargo de la mayor parte del tiempo, con 512,000 millones de esas horas.

El mensaje de la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, Sima Bahous, anima a acelerar los esfuerzos, a invertir en las niñas de hoy para revertir la tendencia que nos afecta a todas, todos y todes por igual.

Deseo que las y los tomadores de decisiones estén escuchando.

El que paga ¿manda?

Haidé Serrano

Una de las razones por las cuales las mujeres que viven violencia en sus hogares, donde el agresor es la pareja, no rompen con el círculo de agresión es porque no tienen recursos económicos. Han trabajado como “amas de casa”, mamás y cuidadoras sin recibir un sueldo. No tienen ahorros o patrimonio. Han interrumpido --o tal vez nunca comenzado-- su desarrollo profesional para dedicarse a su familia, lo que las limita a incorporarse al mercado laboral, pues no tienen experiencia, relaciones ni currículum. Es decir, han sido víctimas de violencia económica.

Esta realidad se presenta como un obstáculo aparentemente insalvable para miles de mujeres que sufren violencia. ¿Cómo salir del hogar, que es el sitio de peligro, si no tienes dinero? Frecuentemente no tienen a dónde ir. Son responsables además de sus hijas e hijos, quienes también son víctimas de violencia.

Mientras el patrimonio de la familia es construido con el trabajo de quienes la constituyen (remunerados o no), en muchas ocasiones el control económico está en manos de los varones. Ese modelo de familia, donde los varones trabajan en el espacio público y reciben remuneración por ello y las mujeres trabajan en el privado y no tienen paga se ha resquebrajado por numerosas razones.

Gracias a las feministas se nombró este tipo de violencia en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una vida Libre de Violencia (LGAMVLV, 2007), en su artículo 6, fracción IV, como violencia económica:

“Es toda acción u omisión del agresor que afecta la supervivencia económica de la víctima. Se manifiesta a través de limitaciones encaminadas a controlar el ingreso de sus percepciones económicas, así como la percepción de un salario menor por igual trabajo, dentro de un mismo centro laboral”.

Pasaron muchos años para que algunas mujeres se dieran cuenta de que debían romper la dependencia económica. Que el control sobre su patrimonio utilizado por los hombres para abusar de ellas no era buena inversión. Mucho menos cuando la violencia económica se suma a otros tipos de violencia, igualmente tolerados y promovidos por la sociedad machista en la que vivimos.

Aún hoy, este tipo de violencia no es reconocido como tal. Es tan “aceptada” la violencia económica que se tolera sin la conciencia de las consecuencias que pueda tener a corto, mediano o largo plazo. No solo en el ámbito familiar, sino en cualquiera donde se presente.

Es imperativo que se hable de ella, que se identifique y que se le ponga un alto en nuestras relaciones. Esta forma de manipulación del abusador está acompañada de otras formas de violencia.

Algunos ejemplos de violencia económica son: La persona que abusa tiene control sobre el dinero de la otra persona, sea su herencia, sueldo o ahorros. Le critica en lo que gasta, la presiona para que no lo haga o que se invierta en lo que mejor le parezca al abusador.

La persona que abusa esconde, por ejemplo, en cuentas bancarias, en efectivo o en propiedades los recursos económicos que son de ambas personas. O bien, si solo son de una de ellas.

También se niega a realizar las aportaciones que antes habían sido acordadas. Cambia de opinión y hace un “pleito ranchero” cada vez que se habla de dinero.

En otros casos, el abusador obliga a firmar documentos que no son comprensibles para la otra persona. Si están en algún trámite judicial como la custodia de lxs hijxs o el divorcio, se aprovecha de su posición económica, para ganar el juicio, alentarlo o bien ralentizarlo, todo en su beneficio.

Expresa opiniones negativas sobre el trabajo de la persona o la presiona para que renuncie, con el objetivo de que pierda su principal fuente de ingresos.

También es común el machito que critica constantemente a las mujeres para minar su autoestima y que no consigan un empleo. Se autoerige como el experto en temas laborales y quiere mandar sobre dónde, cómo y con quién debe trabajar. Incluso las obligan a trabajar en ciertos horarios, de acuerdo a su conveniencia. Especifican cómo, en qué cuentas, las mujeres deben recibir su salario. En muchos casos, las acosan en sus sitios de trabajo, las espían, las cuestionan sobre sus compañeros y jefes y les dictan la forma de vestir.

La violencia económica, también conocida como abuso financiero, tiene cifras alarmantes, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2016, 13.4 millones de mexicanas la han padecido en algún momento de su vida, es decir, 29% del total de mujeres de 15 años o más.

 

@HaideSerrano conduce y produce Feminismos en Corto sin Tanto Rollo. Está dedicada a la comunicación sobre feminismo, perspectiva de género, desigualdad y violencia. Ha trabajado en el servicio público, así como en diversos medios de comunicación. Es autora del libro “Mujeres líderes en la pandemia”. Es licenciada en Comunicación y maestra en Género, Derecho y Proceso Penal.

 

Feminismos en corto y sin tanto rollo: Amig@, date cuenta

Haidé Serrano

Piensa en todas las mujeres que conoces mayores de 15 años. Incluye a tu mamá, hermanas, primas, tías, abuelas, amigas, compañeras de trabajo. Súmalas. Ahora, imagina que el 70 por ciento de ellas han sido violentadas al menos una vez en su vida. Que alguien las lastimó físicamente o psicológicamente, también sexualmente, e incluso patrimonial o económicamente. Terrible, ¿verdad?

De acuerdo con la más reciente encuesta del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), la violencia en contra de las mujeres ha aumentado. Eso ya lo sabíamos, pero ahora que lo confirma el organismo referente de los datos, podemos transitar de la duda a la certeza. Al menos, esa es mi esperanza, porque sigo percibiendo incredulidad en diversos sectores de la población, que ponen en duda esta realidad pavorosa para quienes la conformamos la mitad de la población.

Los resultados de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021 arrojan que: “Con respecto a 2016, los resultados de 2021 mostraron un incremento de cuatro puntos porcentuales en la violencia total contra las mujeres a lo largo de la vida. La violencia sexual registró el mayor aumento (8.4 puntos porcentuales).

“Estimó que, de un total de 50.5 millones de mujeres de 15 años y más, 70.1 % ha experimentado, al menos, una situación de violencia a lo largo de la vida. La violencia psicológica es la que presentó mayor prevalencia (51.6 %), seguida de la violencia sexual (49.7 %), la violencia física (34.7 %) y la violencia económica, patrimonial y/ o discriminación (27.4 %)”.

El indicador llamado “Prevalencia de violencia contra las mujeres de 15 años y más a lo largo de la vida, 2021” arroja que la media nacional es de 70.1 por ciento. Los estados a la cabeza son Estado de México (78.7 %), en segundo lugar, la Ciudad de México (76.2 %) y el tercer sitio lo ocupa Querétaro (75.2%). Quintana Roo registra el 70.4 por ciento, por encima de la media nacional que ya de por sí es altísima y muy cerca de las entidades más agresivas con las mujeres.

Las estadísticas tienen diversas utilidades, entre ellas está la que permite tener información científica para reorientar las políticas públicas. También sirven para mostrar los cambios sociales a partir de ciertos parámetros.

A mí me interesa destacar que contribuyen a persuadir a la sociedad de que hay una “cultura” terrible de la violencia hacia las mujeres. Usos y costumbres, como algunas personas prefieren llamarles, a las diversas agresiones en contra de las mujeres. La peligrosidad de la normalización de la violencia nos sitúa en un estado de conformidad, de así son las cosas, de “es la época que nos tocó vivir”. Una especie zona de confort que nos aleja de la toma de acción y ser parte del cambio hacia una cultura de respeto hacia las mujeres y sus derechos.

A ver si con los datos más recientes del INEGI nos convencemos de la gravedad de la situación, de la necesaria priorización de acciones para erradicar esta pandemia de terror hacia las mujeres y, sobre todo, de la reorientación de recursos públicos para erradicarla.

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