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Nicaragua, la dictadura quema las naves

Rubén Aguilar Valenzuela
En julio de 1979 el Frente Sandinista para la Liberación Nacional (FSLN) derrota a la dictadura de la dinastía Somoza en Nicaragua. Al inicio una dirección conjunta de nueve comandantes asume la conducción del gobierno.

El FSLN decide hacer elecciones en 1990, para legitimar su poder. Han pasado 11 años del triunfo de la Revolución. Están seguros de la victoria. A lo largo de la campaña electoral Ortega nunca dice lo que toda la sociedad quiere oír; que se suspenda el servicio militar obligatorio.

Los jóvenes reclutas participan en la guerra a la "Contra", que inicia en 1980 y continúa hasta 1991, fuerza militar que se propuso derrocar al gobierno sandinista con apoyo de Estados Unidos. Las familias no quieren que sus hijos vayan a la guerra.

En 1990 se realizan las elecciones y gana doña Violeta Chamorro, esposa del periodista Pedro Joaquín Chamorro asesinado por el dictador Anastasio Somoza. Es un golpe demoledor para Ortega en lo personal y también, para el FSLN. Nunca lo esperaron. Van a pasar 17 años, para que regresen al poder.

El FSLN controlado por Ortega se endurece y cierra el espacio a los sandinistas demócratas que rompen con él, para fundar el Movimiento Renovador Sandinista (MRS) en 1995. Es hasta 2007 cuando gana las elecciones y una vez más asume la presidencia.

Para sostenerse en el poder Ortega y los suyos reforman la Constitución, que ahora establece la reelección consecutiva permanente. Abre un espacio de diálogo y confianza con los sectores empresariales más poderosos y con la jerarquía católica. Acuerda con ellos.

Ortega, ahora con su esposa Rosario Murillo como vicepresidenta, se hace del control de todos los poderes del Estado y los órganos autónomos. A él y su esposa se le someten. Empieza la construcción de la dictadura.

Se cierra la posibilidad de volver a celebrar elecciones que se puedan reconocer como tal. Una vez que de nuevo obtienen el poder no lo van a poner en juego. Llegaron, para quedarse. Nunca más les va a pasar lo de 1990.

Con los años y ante el cierre de espacio de participación política, la suspensión de la libertad de expresión, el creciente autoritarismo surgen expresiones de descontento que son reprimidas. El régimen asesina a miles de manifestantes.

El próximo noviembre hay elecciones en Nicaragua y el presidente y su esposa, para evitar el mínimo riesgo de perder la presidencia compartida, radicalizan la represión que adquiere nuevos niveles. Encarcelan a los cinco precandidatos opositores a la presidencia.

Encarcelan también a dirigentes históricos de la Revolución, a líderes sociales, a periodistas y crece el número de los presos políticos. Nadie les puede disputar el poder, la familia imperial, como la llamaba el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, es dueña del país. Eso no está a discusión.

La familia imperial, como toda dictadura, no va a soltar el poder. Queman las naves y endurecen el régimen dictatorial que ellos encabezan. Al diablo con la supuesta democracia, con la legalidad, con la comunidad internacional y desde luego con unas verdaderas elecciones.

Ortega y su esposa no van a cambiar y ceder nada hasta que ocurran las elecciones y ellos vuelvan a ser reelectos, por otros cinco años, hasta 2026. Estarían 20 años consecutivos en el poder. Después de asumir una vez más la presidencia estarían dispuestos al diálogo y la negociación. Antes no. ¿Qué hacer?

Alberto Fernández, el populista argentino

Rubén Aguilar Valenzuela
El peronista Alberto Ángel Fernández (Buenos Aires, 1959) es presidente de Argentina desde 2019. Abogado con una gran trayectoria en el servicio público. Ha sido también profesor universitario.

En 2000 fue diputado y en 2003 jefe de la campaña del peronista Néstor Kirchner, que después sería presidente. Se desempeña como jefe de Gabinete de Ministros (2003-2007). En la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner ocupa de nuevo ese cargo (2008), pero después se distancia y critica su gestión.

La expresidenta es quien en 2019 anuncia que Fernández sería el candidato a la presidencia por el Frente de Todos donde ella iría como vicepresidenta. La fórmula peronista derrota al presidente Mauricio Macri que se quería reelegir.

Algunos analistas plantean que Fernández es un populista pragmático y no doctrinario, pero que debe responder a lo que quieren oír los sectores del peronismo que lo llevaron al poder.

Como peronista tiene un discurso nacionalista que considera "enemigos del pueblo" a los organismos financieros internacionales. Ellos son los responsables de lo malo que ocurre en Argentina. Es un recurso utilizado por el populismo peronista desde hace décadas.

También, como otros populistas, culpa al pasado de todos los males. Él y su gobierno no asumen las consecuencias de sus actos. Si se falla y las cosas no suceden como se quiere es solo culpa del pasado.

El populismo del Fernández, a diferencia de otros, es uno que tiene poco dinero, para repartir a la población a través de programas sociales donde se entregan recursos directos a nombre del presidente en turno.

Algunos analistas plantean que en el ADN del peronismo está la "necrología política", que se aprovecha de los muertos para montar grandes espectáculos (Eva Perón; María Estela Martínez de Perón y Nestor Kirchner). Fernández con Diego Maradona, el astro del futbol, siguió la misma tradición.

El populismo sin dinero ha sido una constante de los gobiernos peronistas. Tienen una gran práctica de majarse en esa condición. Los largos y farragosos discursos dicen lo que su base quiere oír, aunque pocas veces se haga realidad. Es el arte de la distracción.

Como otros populistas, el presidente sostiene un discurso en permanente tensión, con el propósito de no ahuyentar a los inversionistas, pero al mismo tiempo se pronuncia en contra de los empresarios por ser lo que son.

La difícil situación económica de Argentina, que lleva más de 40 años, la pagan siempre los más pobres y Fernández, como sus antecesores peronistas, con sus discursos, no con hechos, trata de palear la situación.

Ejemplo del discurso populista de Fernández son frases como "no quiero más dos argentinas. Una Argentina dividida entre los que tienen y los que no tienen, sino una Argentina donde todos puedan desarrollarse y el Estado garantice que ocurra".

Alguna vez planteó que "si darle a los que menos tienen es ser populista, soy populista" y que él está ahí, como presidente, para "darle voz a quienes no tienen voz".

En la pandemia agradeció a "los sectores más humildes que fueron los que mejor entendieron el riesgo, más se cuidaron y más ayudaron en la tarea de evitar la propagación del coronavirus". Es el pueblo bueno.

La intervención de los obispos en el espacio público

Rubén Aguilar Valenzuela
Los obispos mexicanos en el primer tramo de gobierno del presidente López Obrador (2018-2024) han mantenido un perfil bajo y han sido particularmente prudentes, para evitar cualquier posible enfrentamiento con él.

Su manera de ser y de concebir el poder han imposibilitado un diálogo constante, abierto y franco de parte de los obispos con el presidente. En los hechos no se ha dado.

El presidente polariza y divide a la sociedad, actitud que está en contradicción con los valores cristianos que dice practicar. Entre otras, la función de un mandatario es promover la unidad y la concordia entre la ciudadanía.

Una tarea fundamental de la Iglesia, inspirada en el Evangelio, es precisamente llamar al diálogo y fomentar la unidad y concordia entre los creyentes y no creyentes.

La iglesia, en el ámbito de su responsabilidad, sin confrontarse, debería invitar a todos los actores políticos y sociales a promover la unidad y la concordia, que son la base de la convivencia social.

Y debería también llamar la atención a todos los que no lo hacen e incluso promueven, en el marco de su estrategia política, la polarización y la división entre hermanos. Eso no puede pasar desapercibido a los obispos.

En el segundo tramo del gobierno del presidente, que ha dejado en claro que no va a cambiar su política de polarización y división, los obispos deben pensar si la estrategia que ahora han seguido es la adecuada.

Es posible que lo sea, pero también que no. Que se exija de una actitud distinta y una presencia mayor de los obispos en el espacio público invitando a la unidad y la concordia a toda la sociedad sin importar su credo.

Los países confrontados internamente no prosperan e incluso retroceden. La unidad y la concordia son indispensable para construir la paz que toda sociedad necesita, para desarrollarse y prosperar.

La sociedad mexicana, hoy polarizada y dividida, está urgida de puentes que la unan y éste es un papel que la iglesia y sus obispos pueden jugar. Harían así un gran servicio al país.

Que la iglesia y los obispos trabajaran en esta dirección podría tener costos, que deberían de asumir, en aras de un bien mayor: la unidad y la concordia fuentes de la paz. El país la necesita.

Va por Mexico y agenda legislativa común

Rubén Aguilar Valenzuela
Los presidentes de los partidos que integran la alianza Va por México (PRI-PAN-PRD) asumen que la decisión de ir juntos en 210 diputaciones federales fue un éxito.

La alianza les permitió hacerse de 66 diputaciones uninominales que de otra manera no hubieran ganado. El PAN aumentó en 34 el número de diputados, el PRI en 28 y el PRD en 4.

Este resultado trae como consecuencia que Morena y sus aliados ya no tienen la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y que Morena perdió también la mayoría absoluta. Ahora requiere de sus aliados, para lograrla.

Saben también que en sectores de la sociedad hay dudas sobre la consistencia de la alianza y conciencia del propósito de las declaraciones del presidente López Obrador, para sembrar dudas sobre la solidez de la misma.

Una prueba contundente de la fuerza del pegamento de la alianza es la construcción de una Agenda legislativa común en la que ahora trabajan.

Ésta señala dos realidades, de un lado que hay un acuerdo en qué proponer en la lógica de un proyecto compartido y de otro que frente a las iniciativas de ley del Ejecutivo tendrán una posición común.

De entrada, entre otras cosas, se defienden de cualquier intento de división que pretenda el presidente. Saben que más allá de los discursos lo va a intentar. Lo conocen.

Pero sobre todo, ese es el gran propósito, la agenda muestra que hay una propuesta y que no se está en una posición solo reactiva al proyecto del presidente. Existe una real alternativa de cambio.

Uno de los dirigentes políticos que trabaja en la construcción de la agenda compartida me comenta que tiene una gran carga social, que se traduce en propuestas concretas que tienen efecto en la vida de las personas.

Por ahora el acuerdo va más de una agenda legislativa compartida, cosa no menor, y es el de ir juntos en las próximas elecciones locales y en la federal y locales de 2024.

Está en una primera fase de discusión el ir a la próxima contienda por la presidencia de la República con un solo candidato en la lógica de un gobierno amplio de coalición.

La formación de la alianza Va por México es una respuesta política a una circunstancia excepcional, la de un presidente que atenta contra la democracia y las instituciones de la República que tanto costó construir.

Sigue presente su proyecto de la restauración del presidencialismo autoritario, paternalista y clientelar que caracterizó al viejo PRI donde se formó el ahora presidente. Hay que impedirlo.

Inicia el declive del poder presidencial

Rubén Aguilar Valenzuela  
En el gobierno de Vicente Fox (2000-2006) pude ver desde dentro que significa, para el presidente la elección de medio término que es cuando se renueva la Cámara de Diputados.

Desde el primer día que gana la elección un presidente empieza un proceso gradual de acrecentar su poder. Llega a la cima en el tiempo de los comicios, para elegir diputados federales.

A partir de ese momento inicia un proceso gradual de pérdida de poder. Comienza el declive. El presidente pasa a ser el que ya se va. Cada día que pasa es uno menos.

Al interior de su equipo, también de cara a los actores externos, se empieza a ver quien será el próximo presidente, todavía faltan tres años, pero la disputa se instala.

Da principio, entonces, así ha sucedido por lo menos en los últimos ochenta años, el juego interno por la sucesión presidencial. ¿Quién sigue?

En el grupo cercano del presidente da comienzo la lucha por la sucesión. No hay excepciones. Así ya empezó a suceder en el gobierno del presidente López Obrador (2018-2024).

Por su manera de ser y de pensar es muy probable que no se de cuenta de esta realidad, pero ya está presente. Su gobierno no es diferente a los anteriores. La historia se repite.

Existe la posibilidad de que hasta el final conserve la capacidad del dedazo y elija como candidato a quien quiera. Esos eran los usos y costumbres en los gobiernos del PRI de donde procede el presidente.

Esto, con todo, no evita la lucha interna por el poder. Ya inició. Así ha sido antes y ahora también. Los bandos en disputa, cada uno con su candidato, hacen todo lo que está en sus manos, para asegurar su triunfo.

Esa contienda abierta no estaba presente, aunque era latente, en los tres primeros años de la gestión presidencial. Ésta se desata cuando comienza el segundo tramo del gobierno.

Los candidatos en disputa van a tratar de quedar siempre bien con el príncipe elector y harán todo lo que esté a su alcance, para congraciarse con él. Ya lo estamos viendo. El poder del presidente ha entrado en declive, ya se va.

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