Rubén Aguilar Valenzuela
Los obispos mexicanos en el primer tramo de gobierno del presidente López Obrador (2018-2024) han mantenido un perfil bajo y han sido particularmente prudentes, para evitar cualquier posible enfrentamiento con él.

Su manera de ser y de concebir el poder han imposibilitado un diálogo constante, abierto y franco de parte de los obispos con el presidente. En los hechos no se ha dado.

El presidente polariza y divide a la sociedad, actitud que está en contradicción con los valores cristianos que dice practicar. Entre otras, la función de un mandatario es promover la unidad y la concordia entre la ciudadanía.

Una tarea fundamental de la Iglesia, inspirada en el Evangelio, es precisamente llamar al diálogo y fomentar la unidad y concordia entre los creyentes y no creyentes.

La iglesia, en el ámbito de su responsabilidad, sin confrontarse, debería invitar a todos los actores políticos y sociales a promover la unidad y la concordia, que son la base de la convivencia social.

Y debería también llamar la atención a todos los que no lo hacen e incluso promueven, en el marco de su estrategia política, la polarización y la división entre hermanos. Eso no puede pasar desapercibido a los obispos.

En el segundo tramo del gobierno del presidente, que ha dejado en claro que no va a cambiar su política de polarización y división, los obispos deben pensar si la estrategia que ahora han seguido es la adecuada.

Es posible que lo sea, pero también que no. Que se exija de una actitud distinta y una presencia mayor de los obispos en el espacio público invitando a la unidad y la concordia a toda la sociedad sin importar su credo.

Los países confrontados internamente no prosperan e incluso retroceden. La unidad y la concordia son indispensable para construir la paz que toda sociedad necesita, para desarrollarse y prosperar.

La sociedad mexicana, hoy polarizada y dividida, está urgida de puentes que la unan y éste es un papel que la iglesia y sus obispos pueden jugar. Harían así un gran servicio al país.

Que la iglesia y los obispos trabajaran en esta dirección podría tener costos, que deberían de asumir, en aras de un bien mayor: la unidad y la concordia fuentes de la paz. El país la necesita.