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Conservar la serenidad

Gerardo Moscoso Caamaño

La riqueza verdadera, es hija del conocimiento. Pero para que el discernimiento escape al control de unos pocos y se democratice, responsabilice y multiplique, es preciso que los conductos informativos sean amplios, libres y descentralizados.

Los medios de información, en general, han creado un caterva de incultos que durante años ha sido bombardeada de notas a notas, de spot a spot, de programa a programa, con el objetivo de crear la necesidad de un enriquecimiento acelerado y masivo para poder consumir valores que en nuestro mundo han quedado reducidos a productos. Se ha desplazado al hombre del centro de la vida, para substituirlo por el dinero y toda la cadena consumista condena a los críticos de éste sistema y favorece y protege a los defensores del mismo, con lo que cada vez son más los que se rinden ante ello.

Si no se contrarresta esa fuente de poder es imposible reclamar que la sociedad sea honesta, madura y regenere la tan necesaria ética. Una clase política inculta, convierte en una reyerta animal el acceso al poder.

En parte, lo que ha estado sucediendo en los últimos años, se debe a que se ha olvidado que el hombre no es solo hombre de la naturaleza y de la economía, si no el hombre de la cultura y del conocimiento. La mejor manera de vencer obstáculos es enfrentándose a ellos.

Amor y paz, por ejemplo, en los sesentas era novedad, ahora ese lema está caduco. México, con todo el potencial para poder convertirse en uno de los laboratorios de la sociedad futura, porque aquí confluyen la cultura mesoamericana, la europea, la árabe, la oriental y la influencia definitiva del american way of life, es muchas realidades a un tiempo.

Precisamos en estos momentos conservar la serenidad, los valores y tradiciones que contrarresten el individualismo feroz, la pelea por el botín y el saqueo del poder que están mostrando la actual administración federal, que está poniendo en riesgo los enormes y costosos esfuerzos que se han hecho a lo largo de muchos años para crear instituciones ciudadanas, confiables y democráticas. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

El despotismo no ilustrado

Gerardo Moscoso caamaño

Toda incontinencia verbal o escrita, es sospechosa.  Desconfío de los habladores venenosos; de los estúpidos necios que hablan sin ton ni son tal vez por miedo a oír, en el silencio, el vacío retumbar de sus cerebros; pero sobre todo temo a los envidiosos y presuntuosos, a los tipos arrogantes, altaneros, orgullosos, que creen tener la mejor o tal vez la única y última palabra digna de pronunciarse.  Estos personajes son la esencia misma del despotismo no ilustrado, porque desdeñan la opinión del otro, o simplemente, porque “les da flojera”. Todos estos perfiles de personajes vanidosos ya son bastante malos de por sí como simples vecinos de la vida; pero ahora imaginemos por un momento que un individuo de esas características, carente de toda medida de sí mismo y tan enajenado de la realidad, se hace con un coto poder, ya sea grande o pequeño, en su comunidad, y establece un régimen arbitrario, sencillamente porque él siempre tiene la razón.  ADVERTISING El poder absoluto siempre silencia y descalifica al oponente. 

Esa es la primera regla de la intolerancia. De modo que un charlatán obsesivo que consigue instalarse en el poder, se convierte en fanático envidioso. Este tipo de ideas está contagiando a México:  La culpa pertenece a otros, la idea de que nuestro miedo, nuestro fracaso o nuestra desgracia han sido tramados por enemigos ajenos a nosotros y a la vez traidoramente infiltrados en nuestra cercanía, la idea de que se puede dividir a los seres humanos en puros e impuros, en inocentes y culpables, en malos y buenos, en nosotros y ellos, en chairos o fifís.  Pero el veneno, para extenderse y desarrollarse no necesita de colores rojos, verdes o azules, blancos o morenos. 

Aquí mismo, entre nosotros, los personajes que se esconden en el anonimato, ya comenzaron su tarea. Sin que nos demos cuenta alguien empezó, bajo la cobardía del anonimato, a generar una falta de respeto al que difiere, al que no piensa de manera semejante, al que ejerce la libertad de expresión. 

Esta actitud, desde el poder, puede ser más destructiva que el armamento más letal.  Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 

La espera…

Gerardo Moscoso Caamaño

Todo el que persevera sabe que la victoria es suya.  Pero el que muere esperando muere vencido, y tal vez ni le sirve siquiera de alivio lo que dice aquel poema de Salvador García Bodaño, “Yo sé que para aquella derrota, hay una victoria, aguardando” . 

Le importa a nuestra vanidad, a nuestro deseo legítimo de reconocimiento, aunque los dos suelen encontrarse tan mezclados que casi nunca es posible distinguir el uno del otro.  Algunas veces los mejores sueños se cumplen, los anhelos que parecían más imposibles: sólo que quién deseó y soñó, ya no llega a saberlo, porque en la espera, por ejemplo del emigrante para regresar a su tierra, se le fue la vida, y porque el futuro es demasiado largo para la brevedad de la existencia humana. Kafka, Stendhal, Van Gogh, Elena Garro, Manuel Acuña, Cervantes y muchos otros aguardaron sin saber que la victoria era suya y que el porvenir los veneraría. En vida, a Cervantes, por ejemplo, lo despreciaron las figuras más selectas de la intelectualidad de Madrid. 

Seguramente murió pensando que no habría logrado gran cosa, que le había faltado tiempo para escribir lo que soñaba y, en lo personal, recuerdo con algo de lástima y solidaridad la vida de aquel hombre del que sabemos tan poco y a quién admiramos tanto, muerto y enterrado en su pasado lejano, en las vísperas del grandioso futuro que ni siquiera llegó a vislumbrar, y que quizá, en el fondo, al final de su vida, no le habría importado tanto.  Una novela editada, aunque tenga pocos lectores, es algo, existe de una forma tangible. 

Pero una obra de teatro que no se representa está tan muerta como una música que nadie ha tocado, tan muerta en una pausa de vida latente que puede durar para siempre. 

Así, de esa manera, se han quedado enterrados muchos proyectos literarios, teatrales o musicales importantes para trascender con la esperanza de que algún día se les reconozca Las mesas de análisis sobre temas que a todos nos atañen, brillan por su ausencia. 

Se convoca, cuando las hay, a quién no incomode. Hay recursos para que lo inmediatamente mediocre se difunda. 

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En su propia mierda

Gerardo Moscoso Caamaño

Los medios, sobre todo los impresos, llevan un tiempo ofreciendo algunas alternativas que no son solo las de las empresas al servicio del neoliberalismo económico. 

Además de las pocas publicaciones ideológicas de algunos partidos políticos, se difunden ahora una serie de publicaciones e información que amplían el espectro informativo. Son las generaciones más jóvenes las que cada vez soportan menos el amaneramiento informativo y los cinturones que los inmovilizan. 

Este academicismo de la erudición superficial, practicado por pretenciosos comunicadores de los medios, viene convirtiéndose en una patética acta de defunción de una sociedad cada vez más desinformada. Los editoriales sentenciosos, afectados, de muchos de los noticieros, las informaciones “objetivizadas”, el amarillismo redaccional que nos ahoga, los anzuelos publicitarios que ofrecen bienestar perpetuo, y todo el endémico y vacío lenguaje del poder, se hunden en su propia mierda. En la mayoría de los medios de comunicación, actualmente, no existe imparcialidad, ni objetividad, ni vocación de servicio, ni apego a la verdad, ni talante democrático, ni nada de nada que no tenga que ver con sus propios intereses económicos. 

Ellos son, los medios de comunicación, en gran parte, responsables de haber desplazado del centro de la vida al hombre, para poner en su lugar al dinero. 

Con todo ello, y basándonos en la ley de causa y efecto, ¿qué sociedad esperábamos obtener? El presidencialismo de hoy y el poder tienen sus portavoces. Los vanidosos de la actual “mafia de la autoridad “, también.  ¿Y los que no aspiran a ningún poder? Pues también deberían de tenerlo. 

iLos trabajadores, los proletarios, los asalariados, (aunque ahora, las grandes empresas para desorientarlos, los conceptúan como “socios” o “colaboradores”), deberían potenciar sus vehículos de expresión que pudieran reflejar sus aspiraciones posibles, que son y deberían ser, algo más que el bienestar económico. 

Lo alarmante es que la conciencia de clase en México, es cada vez más, una quimera.

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Una actitud de libertad

Gerardo Moscoso Caamaño

El optimista no posee una naturaleza definida, no puede definir su generación ni su edad, tampoco habla lenguas ni necesita viajar de un lado a otro para sentir cualquiera que sea el corazón que tiene enfrente, sea de la orientación sexual, religión, raza o partido político que sea. 

Al optimista también lo define su capacidad de adaptación, su universalidad, su rapidez para ofrecer soluciones en las circunstancias más variadas y con la gente más dispar. 

Siempre genera una solución posible, y a diferencia del charlatán o del pesimista, cada decisión tomada va acompañada de la persistencia y la conducta íntegra y congruente al precio que sea:

El optimista no se detiene hasta encontrar la mejor solución posible; la planea, la sigue y la persigue hasta obtener resultados satisfactorios. 

El optimismo no depende de nada ni de nadie; es, por su propia esencia, una actitud de libertad.

Nuestra mente necesita hoy, generar esperanza, ilusión y unas cuantas descargas de felicidad que puedan producir la lucidez necesaria para no resbalar y partirse la madre en estos tiempos cívicamente menesterosos.

El optimismo también tiene la habilidad para transformar con lo mínimo espacios cerrados y obscuros en amplias habitaciones llenas de aire fresco. 

Reparte y comparte por igual éxitos y puede disminuir el impacto del fanatismo ciego y temible que polariza a la sociedad. 

Al sufrimiento le otorga la atención necesaria, pero ni un milímetro más; no se deja vencer por la adversidad porque tiene la certeza de que nada es para siempre.

El optimista es agradecido, recuerda todas las ayudas recibidas, a los amigos leales, las situaciones divertidas, los techos donde refugiarse durante las tempestades. 

Sin embargo, extrañamente olvida con sorprendente facilidad aquello que ensombrece el horizonte, los pasados y las traiciones que pueden afligir su presente. 

Y singularmente en este olvido selectivo, el optimista no padece ansiedades ni angustias: transforma el veneno en medicina. 

Se ríe constantemente de sí mismo, y también de aquellas cosas consideradas serias en esta vida. 

Se carcajea hasta de sus contradicciones, de sus defectos, casi sin problema, por ello y más, el optimismo es una medicina milagrosa. 

 

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