Rubén Aguilar Valenzuela
A propósito del efecto del discurso de Donald Trump sobre amplios sectores de la sociedad estadunidense, el historiador Timothy Snyder (Ohio, 1969) reflexiona sobre cómo la mentira se difunde, consolida y permanece una vez que se ha ido el mentiroso.
En el ensayo "La mentira no desaparece con el mentiroso. Eso es lo malo de Trump", publicado originalmente en The New York Times, y traducido por El País (Ideas, 16.01.21), ofrece un agudo análisis referido a Estados Unidos, pero que vale para otras realidades.
El profesor de la Universidad de Yale señala cómo Trump pasó toda la campaña "asegurando que las elecciones iban a estar amañadas y que no pensaba aceptar el resultado si no le era favorable".
Y al final de la jornada electoral "proclamó, sin razón, que había ganado, y después se dedicó a endurecer su retórica: poco a poco, el resultado pasó a ser una victoria de dimensiones históricas y las diversas conspiraciones que, según él, se la querían arrebatar se volvieron más elaboradas e inverosímiles".
"La gente le creyó, lo que no resulta sorprendente", afirma el historiador, y añade que "es necesario un esfuerzo tremendo para educar a los ciudadanos y lograr que resistan la poderosa atracción de creer en lo que ya creen, o en lo que cree la gente de su entorno, o en lo que da sentido a sus decisiones anteriores".
Para él, "los congresistas y senadores que respaldaron las mentiras del presidente a pesar de las pruebas inequívocas en su contra traicionaron su misión constitucional. Al actuar basándose en sus mentiras, hicieron que estas cobraran cuerpo y que Trump pudiera exigirles la sumisión a sus deseos".
El especialista en historia contemporánea de Europa plantea que "la posverdad es prefascismo; y Trump ha sido el presidente de la posverdad. Cuando renunciamos a la verdad, cedemos el poder a quienes tienen la riqueza y el carisma necesarios para crear en su lugar un espectáculo". Y la posverdad termina por desgastar el Estado de derecho y promueve un régimen que se basa en mitos.
Snyder considera que "como los líderes fascistas históricos, Trump se presenta como la única fuente de verdad. Su uso del término fake news (noticias falsas) recuerda al insulto nazi Lügenpresse (prensa mentirosa); igual que los nazis, califica a los periodistas de 'enemigos del pueblo'".
Ilustración: Patricio Betteo
En noviembre de 2020 Trump, gracias a las posibilidades tecnológicas y a su talento personal, a través de las redes sociales, "contó a millones de mentes solitarias una mentira peligrosamente ambiciosa: que había ganado unas elecciones que, de hecho, había perdido", afirma el académico.
Y agrega "el grado de falsedad era inmenso. No sólo era una afirmación falsa, sino que estaba hecha de mala fe, con fuentes poco fiables. Contradecía las pruebas, pero también la lógica (...) la mentira electoral de Trump flota a la deriva, sin contraste con la realidad. No se basa en hechos, sino en afirmar algo que otro ha afirmado. El sentimiento es que hay algo que está mal porque siento que está mal y sé que otros sienten lo mismo".
Para el catedrático de Yale, "Trump es un político carismático e inspira devoción no sólo entre los votantes, sino entre un asombroso número de legisladores, pero no tiene ninguna visión más importante que él mismo o que lo que sus admiradores proyectan sobre él. En este sentido, su prefascismo nunca ha llegado a ser fascismo, porque su visión nunca ha ido más allá de mirarse en el espejo. Llegó a la mentira más grande de todas no desde una visión del mundo, sino desde la realidad de que podía perder algo material".
Y en consecuencia, la gran mentira de que le robaron la elección conduce a la teoría de la conspiración que "hace que la víctima parezca más fuerte: pinta a Trump resistiendo frente a los demócratas, los republicanos, el Estado profundo, los pedófilos, los satanistas". Los suyos creen en lo que su líder les dice.
El catedrático recuerda que después del asalto del seis de enero al Capitolio, promovido por Trump, el siete de enero recula y se compromete a un traspaso pacífico del poder, aunque no se hizo presente, pero "aun así, siguió repitiendo e incluso intensificando su mentira electoral, que convirtió en una causa sagrada por la que se habían sacrificado algunas personas".
Para los suyos "Trump es el mártir supremo" y eso sirve de "base para que los seguidores del presidente ya predispuestos a creer la gran mentira, en efecto, se la creyeran". La mentira con su propia inercia siguió creciendo y consolidándose. Y si "Trump continúa presente en la vida de Estados Unidos, es indudable que seguirá repitiendo constantemente su gran mentira".
El historiador advierte que los congresistas republicanos al defender la gran mentira del seis de enero "sentaron un precedente: si un candidato republicano a la presidencia resulta derrotado, el Congreso debe designarlo de todas formas".
Y subraya que "el intento de golpe de Trump en 2020-2021, como otros intentos de golpe fallidos, es una advertencia para los partidarios del Estado de derecho y una lección para los detractores. Su prefascismo dejó al descubierto una posibilidad para la política estadounidense".
"Pero también es estructuralmente fascista, con su falsedad extrema, su pensamiento conspiratorio, su inversión de los papeles de los responsables y las víctimas y su conclusión de que el mundo se divide entre ellos y nosotros. Mantenerla viva durante años es fomentar el terrorismo y el asesinato", señala el historiador.
Piensa que en el futuro "Estados Unidos no va a sobrevivir a la gran mentira sólo con apartar al mentiroso del poder. Necesitará una cuidadosa repluralización de los medios y un compromiso con la verdad como bien público. El racismo incorporado a todos los aspectos del intento de golpe es una llamada de atención para que aprendamos de nuestra historia".
Y concluye "no podemos ser una república democrática si decimos mentiras racistas, sean grandes o pequeñas. La democracia no consiste en quitar importancia a los votos ni en hacer caso omiso de ellos, en manipular ni romper un sistema, sino en aceptar que los demás son iguales a nosotros, en escucharlos y contar sus votos".
El análisis de Snyder, a partir de Estados Unidos, ofrece elementos para entender realidades también presentes en otros países donde los gobernantes son la única fuente de verdad, mienten sistemáticamente, se hacen pasar como mártires que se enfrentan a conspiraciones en contra de ellos y aprovechan su carisma personal para el logro de objetivos personales de poder. Es el caso de México.