Francisco Tobías

En esta ocasión te platico de cuando unos ladrones irrumpieron en la que era tienda y casa del Capitán Nicolás Guajardo. Esto sucedió el 10 de enero de 1688, y fue por la noche, de una manera furtiva y dañosa. Los hechos fueron comentados durante varios meses con morbo por toda esta bella ciudad de Saltillo cuando era villa.

Ese día el capitán y vendedor llegó a su morada y encontró una ventana violentada. Al entrar, inspeccionó rincón por rincón para enterarse de lo que había sucedido, y con ello se percató que alguna o algunas personas habían entrado a su vivienda, la cual era también su tienda. Para su sorpresa había sido saqueada. Sí, amigas y amigos de Saltillo: su tienda había sido robada. Comentan que lo llenó la furia y de manera inmediata se dirigió ante la autoridad para denunciar lo que había sucedido.

Muy molesto, enojado, enfurecido (me imagino que hasta humo salían de sus oídos), Nicolás declaró lo sucedido. Además, hizo la cuenta y lo robado sumaba doscientos setenta reales que le sustrajeron de una caja, más los daños a la propiedad y el robo de unos chocolates, cuya suma ascendía a más de setecientos reales. Imagínese usted qué caros debieron de ser esos chocolates.

Al llegar la autoridad al lugar de los hechos, encontraron las huellas de los ladrones, con las cuales dedujo que eran dos, ya que unas huellas eran grandes y otras más pequeñas. Quiero suponer que el más alto sustrajo el dinero y el más pequeño los chocolates. En realidad, nunca se supo nada: las indagatorias no dieron resultados y Nicolás se quedó sin dinero, con una ventana rota, sin chocolates, pero eso sí… con mucho coraje.

Mientras Nicolás, capitán y comerciante, hacía corajes, dos personas disfrutaban de su dinero y se deleitaban con sus chocolates.

Una anécdota más del Saltillo antiguo, una historia en la cual los ladrones tuvieron tiempo hasta de disfrutar de las delicias de los chocolates hurtados.