La Ciudad de México, una de las principales capitales del mundo, siempre ha tenido sus episodios violentos, viví algunos de cerca, les narro uno de la época de los ochentas tempranos.
Rumbo al estacionamiento del Vips de las Antorchas, todo era risas, después de tomar café y de una amena plática acompañaba a Victoria al vocho que le había prestado su hermano para que se moviera ese día. Me ofreció un raid y lo acepté, siempre apegado a la premisa de que si un favor no hago - un desaire menos. A pesar de que el estacionamiento contaba con buena iluminación, las calles que lo rodeaban eran oscuras. Ideal para lo bueno, ideal para lo malo.
Cerré la puerta de Victoria, me acomodaba en el asiento del conductor cuando escuché un estruendo, pirotecnia en mi mente, quise bajar a ver que pasaba en mi alrededor, el grito de mi novia me frenó, la orden: no bajes; la advertencia: fue un balazo. Primero muerto a no saber que esta pasando, el mismo error de Don Pacho, me bajé con cuidado del carro, deslizándome suavemente, hasta salir de él.
Al final del estacionamiento, en la calle, una mujer gritaba con desesperación, aterrada, “lo mataron, lo mataron”. El velador del estacionamiento y yo nos acercamos con cautela. Qué le pasa señorita, ¿qué pasó?, nuestra primera pregunta. Lo mataron, lo mataron, mataron a mi novio. Terrible respuesta. A unos metros de donde yo disfrutaba la vida, a unos centímetros donde el creía disfrutarla. Un hombre apareció, le apuntó su cañón, jaló el gatillo y, en un instante, acabó con su vida.