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AMLO y la Iglesia católica: la guerra religiosa que no fue

Rubén Aguilar Valenzuela 
Ilustración: Estelí Meza

Tras el asesinato de los sacerdotes jesuitas Joaquín Mora y Javier Campos, el pasado 21 de junio, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) y la Compañía de Jesús hicieron pública su crítica a la estrategia de seguridad del gobierno actual. En lugar de recoger los señalamientos, el presidente Andrés Manuel López Obrador arremetió de inmediato contra los obispos y los jesuitas en una de sus conferencias mañaneras. Su ofensiva desde esa tribuna duró dos o tres días, pero después el presidente dejó de hablar del tema. De forma parecida, la CEM y los jesuitas también tomaron la posición de no insistir en su crítica.
 
Es de conocimiento público que el presidente no perdona a quien lo ha criticado y que siempre busca, de una u otra manera, vengarse de aquellos a quienes considera sus enemigos por el simple hecho de atreverse a contradecirlo. A poco más de un mes del asesinato de los sacerdotes, el presidente volvió contra la Iglesia católica y sus obispos. Esta vez, sin embargo, optó por hacerlo a través de un emisario o esquirol que le es fiel y también muy útil.
 
El ataque
 
El 3 de agosto, el pastor evangélico pentecostal Arturo Farela Gutiérrez —hombre muy cercano al presidente— abrió fuego en contra de la Iglesia católica. En una entrevista publicada en El Universal, el religioso recitó textual el guion preparado en Palacio Nacional. Dudo que Farela lo hubiera hecho por cuenta propia. Nunca antes, en los muchos años que tiene como pastor y también metido en la política, se había manifestado de esa manera. En la entrevista el ministro protestante acusó a la Iglesia católica de "incendiar al país" con los pronunciamientos sobre la violencia imperante y la estrategia de seguridad del gobierno que sus dignatarios hicieron a partir del posicionamiento de los obispos ante el asesinato de los jesuitas en la Sierra Tarahumara.
 
Farela, quien dice orar con el presidente en Palacio Nacional, sostuvo que las críticas a la inseguridad que enfrenta al país vertidas por sacerdotes y obispos católicos eran de "muy mal gusto" y "francamente equivocadas". Siguiendo el guion, aseguró que las expresiones de preocupación de los portavoces de la Iglesia católica "son sin fundamento, sin razones y sin argumentos. Con esto, podemos darnos cuenta de que la jerarquía católica no desea el bien de México, sino todo lo contrario: está tratando de incendiar al país". Para el guía espiritual del presidente, a pesar de la contundencia de los datos que dan cuenta de los trágicos niveles de violencia, "el país está en paz" y "no hay violencia".
 
El pastor Farela es presidente de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas y Evangélicas (Confraternice), una de las expresiones más conservadoras —incluso reaccionarias— del evangelismo. En el guion, presumiblemente preparado por los responsables de la comunicación del presidente, Farela leyó que: "el México de hoy es muy distinto; ahora es un país institucional que se ciñe al respeto del Estado de derecho". Y añadió que "por ello, debemos apoyar al presidente y dejar de hacerle esas críticas destructivas; hay que hacerlas, pero de manera constructiva para ayudarlo". El líder de la Confraternice también aseguró que en el gobierno de López Obrador no existen fallas o errores, ni tampoco nada que cuestionar. A los voceros de la Iglesia católica los acusa de irracionales: "En un país democrático debe haber crítica fundamentada, reflexiva, analítica, pensante, pero no irracional".
 
En 1991 Farela y otros pastores fueron convocados por el presidente Carlos Salinas de Gortari a una reunión privada en la que les anunció que venía un cambio en la Constitución para reconocer la existencia oficial de las iglesias. A partir de ese momento, los evangélicos asumieron un papel cada vez más visible en la vida pública del país. En particular, Farela y la Confraternice apoyaron abiertamente y con toda su fuerza las candidaturas de López Obrador en 2006, 2012 y 2018. Se sabe que el presidente, cercano al evangelismo pentecostal, sigue orando con su pastor incondicional.
 
La reacción
 
Al día siguiente de la publicación de la entrevista con Farela el padre Mario Ángel Flores Ramos, director del Observatorio Nacional de la CEM, respondió al pastor evangélico en el mismo diario. El sacerdote afirma que la Iglesia "está llamando a la responsabilidad de las autoridades para revisar sus estrategias y para asumir sus compromisos". Y añade que "hasta el momento no ha habido una respuesta; no ha habido empatía. Al contrario, ha habido rechazo y todo mundo lo puede ver". El padre Flores Ramos afirma también que "la Iglesia, después de ese rechazo, que incluso incluyó insultos, no respondió de una manera inadecuada o violenta". Al contrario, dice, "la Iglesia ha llamado a la oración, al compromiso, a la paz. No estamos llamando a un incendio sino a una conciencia de la ciudadanía y a una responsabilidad de los gobernantes".
 
Flores Ramos, quien fuera rector de la Universidad Pontificia de México, continúa: "Las opiniones que la Iglesia ha dado no son ataques; son críticas que son válidas. Y sólo estamos ejerciendo un derecho consagrado en la Constitución". Y añade: "No estamos teniendo injerencia en cuestiones políticas, porque no nos interesan, pero sí como parte de la sociedad mexicana estamos expresando legítimamente nuestros puntos de vista".
 
Flores Ramos asegura que los dignatarios de la Iglesia católica están "dispuestos al diálogo. Lo que nos está faltando en medio de todo esto es precisamente eso, el diálogo". También plantea que "estamos siendo gobernados con un monólogo interminable. Todos los días escuchamos un monólogo. ¿Dónde está el diálogo? Eso es precisamente lo que estamos pidiendo nosotros". De manera directa, el sacerdote apela a Farela y a través de él a Palacio Nacional: "Un gobierno que ataca, que divide, ¿dónde deja el amor al prójimo? ¿Dónde está? ¿De qué sirve saludar sólo a los que te saludan? ¿De qué sirve querer solo a los que te quieren? ¿De qué sirve solo ayudar a los que te ayudan? Dice el Evangelio: de nada. El prójimo somos todos, no hay una visión selectiva, como se está realizando".
 
Hasta la intervención de Flores Ramos, la Iglesia católica no había respondido a los ataques de López Obrador. En esta ocasión, sin embargo, la institución reaccionó de inmediato a la campaña de desprestigio en su contra que Palacio Nacional al parecer ha confiado a uno de los líderes más conocidos y poderosos de las iglesias evangélicas pentecostales.
 
La guerra que no fue
 
Tras la respuesta de la Iglesia —respuesta que, es importante subrayar, no vino a través de la CEM o de alguno de sus obispos, sino en la voz individual de un sacerdote— Palacio Nacional decidió no seguir con la crítica y en su lugar optó por el silencio. Hubo un claro cambio de estrategia. Seguramente los ideólogos de cabecera del presidente y sus asesores en comunicación —entre los que uno supone se cuentan Jesús Ramírez, el vocero de la presidencia, y Rafael "El Fisgón" Barajas, el monero de palacio— midieron el costo de antagonizar al catolicismo y recularon. Vieron, o alguien cercano les hizo ver, la gravedad de iniciar en México una guerra religiosa entre el sector de las iglesias evangélicas liderado por Farela y la Iglesia católica. Hay que celebrar que el presidente y sus allegados hayan dado marcha atrás. En esa guerra todos perderían, pues ciertas regiones del país —ahora sí— se hubieran podido incendiar con una tela prendida en Palacio Nacional.

La última cinta de Krapp

Rubén Aguilar Valenzuela    
En 1958, el dramaturgo y novelista irlandés Samule Beckett (1906-1989) escribió el monólogo La última cinta de Krapp. En 1969 ganó el Premio Nobel de Literatura.
 
La obra cuenta la historia de Krapp que desde hace más de 30 años graba en cintas su vida, para dejar registro de ella. Al cumplir los 69 años, decide escuchar la grabación del día que cumplió 39 años.
 
En la libertad donde lleva anotado el orden de las cintas, encuentra donde está la de esa noche. En la obscuridad de un cuarto escasamente iluminado, prende la grabadora y oye la cinta.
 
Adelanta, detiene y regresa la grabación. Los recuerdos despiertan la memoria que va y viene en tres planos temporales distintos: la juventud, la madurez y la vejez.
 
El texto de Beckett, que algunos críticos consideran el más autobiográfico, es una reflexión de carácter filosófico sobre el sentido de la vida.
 
Es una pregunta sobre el pasado, que es el que construye, al final, la idea del futuro. Es lo que permanece. Es también un adentrarse a verse en la trayectoria de los años.
 
El tiempo pasa y al recordar lo que se ha vivido aparece la realidad con sus contradicciones. Lo bueno y lo malo. El gozo y el dolor. Se cobra sentido de que hay un final.
 
Esta obra de Beckett nos remite al pasado, que ya no podemos cambiar, pero sí recordar. Nos plantea la pregunta de si el pasado puede dar cuenta del presente y explicar lo que será el futuro.
 
Del montaje de la obra, la directora Sandra Félix, que ha dirigido más de 40 obras de teatro, dice: "que ir de la mano de Luis de Tavira en esta travesía de vida ha sido un viaje extraordinario: colega, amigo, maestro del arte teatral. Su profundidad intelectual, filosófica e intelectual enriqueció el estudio del universo breckttiano. La forma en que se entregó a este reto actoral es algo que definitivamente quedará en nuestra memoria".
 
Y añade que "Beckett nos hace tocar las fibras de la fragilidad humana: de nuestra propia fragilidad. Ver a Krapp, ese viejo en solitario que recuerda su pasado, nos hace pensar en lo que somos, lo que hemos sido y lo que seremos (...)". La obra del Premio Nobel nos enfrenta a la realidad de que todos los seres humanos guardamos los recuerdos del pasado.
 
En nuestra condición de mortales, de que nuestra vida tiene un fin que resulta imposible evitar, los recuerdos de lo que ya pasó lo son de la vida que fue en otro tiempo y que desde el hoy nos señalan que algún día, en el futuro, dejaremos de ser. Desde el hoy nos confrontamos con el ayer. Nosotros fluimos de manera permanente en la vida hasta ya no ser.
 
Luis de Tavira, director y dramaturgo, vuelve a actuar como lo hizo en La última sesión de Freud (Marc St German) y La Fundamentalista (Juha Jokela). Y en este monólogo de Beckett, de 60 minutos, que se van muy rápido, lo hace una vez más con enorme naturalidad. El crea un Krapp que resulta creíble. Nos transmite su angustia y desesperación. Su dicción es perfecta. El Premio Nacional de Ciencias y Artes 2006, es un gran actor. Me gusta mucho su trabajo.
 
La escenografía de Philippe Armand es radicalmente minimalista: Un escritorio, una silla, una grabadora y tres lámparas. Y la iluminación, que también es de él, crea un ambiente de penumbra que envuelve muy bien a Krapp haciendo ir y venir las cintas de la grabadora. En la reflexión de su vida a partir de la memoria del pasado.
 
Se puede ver hasta el 13 de septiembre. Funciones sábado y domingo a las 18.00. Foro La Gruta. Centro Cultural Helénico. 
 

 
La última cinta de Krapp      
Foro La Gruta
Centro Cultural Helénico
Dramaturgia: Samuel Beckett
Dirección: Sandra Félix  
Escenografía e iluminación: Philippe Armand
Diseño sonoro: Rodrigo Castillo
Elenco: Luis de Tavira
 
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Samuel Beckett. Nació el 13 de abril de 1906, en Foxrock, cerca de Dublín, en el seno de una familia irlandesa de clase media. Tras asistir a una escuela protestante en el norte de Irlanda, ingresó en el Trinity College de Dublín, donde empezó a escribir poemas y hace su licenciatura en lenguas romances. En 1926 viajó a París con la intención de conocer a los célebres escritores (Joyce, Hemingway, Fitzgerald, etc) asentados en la ciudad francesa por aquel entonces. En 1937 se estableció definitivamente en París, donde trabajaría temporalmente como secretario de James Joyce, autor que ejerció una gran influencia sobre su obra.
 
En 1942, tras adherirse a la Resistencia, tuvo que afincarse brevemente en la zona liberada del sur de Francia.
Al final de la guerra regresó a París, donde produjo cuatro grandes obras: su trilogía Molloy (1951), Malone muere (1951) y El innombrable (1953), y su célebre obra de teatro Esperando a Godot (1952), textos de una gran austeridad formal en los que el dramaturgo irlandés remarcaba el carácter angustioso y absurdo de la condición humana. Gran parte de su producción posterior a 1945 fue escrita en francés. Otras obras importantes, publicadas en inglés, son Final de partida (1958), La última cinta de Krapp (1958), Días felices (1961), That Time (1976), y dos colecciones de Poemas (1930 y 1935). En 1969 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Murió en 1989. (Circulo de Bellas Artes de Madrid)
 

Chile: Un presidente a la altura de las circunstancias

Rubén Aguilar Valenzuela

El mismo domingo cuatro de septiembre, después de que se conocieran los resultados del Plebiscito Constitucional, que rechazó el proyecto de la nueva Constitución de Chile, el presidente, Gabriel Boric, pronunció un discurso dirigido a la Nación.

Con ese texto, una vez más, muestran su convicción de un demócrata de izquierda, que toma distancia, diría que abismal, del discurso de los populistas que se dicen de izquierda en América Latina y otras latitudes del mundo.

Es público que el presidente estaba a favor de la nueva Constitución. Su discurso arranca reconociendo la decisión de la ciudadanía: "Hoy ha hablado el pueblo de Chile y lo ha hecho de manera fuerte y clara".

Asume que la ciudadanía, con su voto, les ha entregado dos mensajes: "El primero es que quiere y valora a su democracia. Que confía en ella para superar las diferencias y avanzar" en un proceso electoral "que ha tenido la mayor convocatoria de ciudadanos y ciudadanas en las urnas en toda nuestra historia".

El segundo mensaje es que el pueblo "no quedó satisfecho con la propuesta de Constitución que la Convención le presentó a Chile, y por ende ha decidido rechazarla de manera clara en las urnas".

En su discurso ningún reclamo o descalificación a la ciudadanía. Todo lo contrario, el reconocimiento pleno por su decisión de participar y expresar lo que piensa. En eso consiste la democracia, que se oigan y respeten todas las voces.

El presidente afirma, con razón, que "Este 4 de septiembre la democracia chilena sale más robusta. Así lo ha visto y reconocido el mundo entero: un país que en sus momentos más difíciles opta por el diálogo y los acuerdos para superar sus fracturas y dolores. Y de esto compatriotas, debemos estar profundamente orgullosos".

Y reconoce que la decisión expresada en las urnas "exige a nuestras instituciones y actores políticos que trabajemos con más empeño, con más diálogo, con más respeto y cariño, hasta arribar a una propuesta que nos interprete a todos, que dé confianza, que nos una como país".

De manera tajante, como demócrata, afirma que "el maximalismo, la violencia y la intolerancia con quien piensa distinto deben quedar definitivamente a un lado" y añade que "como Presidente de la República, recojo con mucha humildad este mensaje y lo hago propio".

Y reconoce que "quienes hemos sido históricamente partidarios de este proceso de transformación, debemos ser autocríticos sobre lo obrado. Los chilenos y chilenas han exigido una nueva oportunidad para encontrarnos, y debemos estar a la altura de este llamado".

El presidente recoge el mandato de las urnas y se compromete a que "en conjunto con el Congreso y la sociedad civil, un nuevo itinerario constituyente que nos entregue un texto que, recogiendo los aprendizajes del proceso, logre interpretar a una amplia mayoría ciudadana. Y sé que en eso todos y todas nos van a acompañar".

Chile habrá de entrar a un renovado proceso, para construir una nueva Constitución donde, como lo planeta Boric, "no podemos dejar pasar el tiempo ni enfrascarnos en polémicas interminables. Y es que nuestros compatriotas, quienes nos están viendo hoy día en sus casas, no entenderían que los responsables políticos, en lugar de atenuar sus incertidumbres, se las acentuáramos".

Los populistas pseudoizquierdistas actúan en sentido contrario. Dividen y polarizan a la sociedad, la descalifican si no piensan como ellos. Acentúan la incertidumbre y provocan, de manera intencional, como parte de su estrategia político – comunicacional polémicas absurdas e interminables.

El presidente afirma que la ciudadanía puede "tener la tranquilidad que el camino a una nueva Constitución jamás será obstáculo para dar respuesta a las urgencias que ustedes nos han planteado".

Y subraya, con convicción, que "hoy, Chile ha demostrado ser exigente y confiar en la democracia. Tenemos todos y todas que estar a la altura de este mandato".

Termina su mensaje: "Llamo de corazón a toda la ciudadanía, independiente de la opción que cada uno haya tomado en el plebiscito de hoy, a abordar juntos y unidos la construcción del futuro, porque es un futuro esplendor el que nos espera".

"Ustedes, continúa, lo saben, es cuando actuamos en unidad, cuando sacamos lo mejor de nosotros mismos. A eso, a volver a encontrarnos para hacer grande a nuestra patria, es a lo que les invito".

El discurso del presidente chileno se inscribe en la tradición de la izquierda democrática, que tanto trabajo ha costado construir en América Latina, que tiende a la izquierda autoritaria, que en muchos casos ha derivado en dictaduras, que se han mantenido por décadas.   

Pasta de Conchos y El Pinabete

Rubén Aguilar Valenzuela
La minería subterránea es un trabajo de alto riesgo en todo el mundo y de manera particular la que se dedica a la extracción del carbón.
 
El país con más muertes de mineros que trabajan en minas de carbón es China. En 2004, que fue un año récord, perdieron la vida 6,017 mineros en ese país.
 
A lo largo del siglo XX en Estados Unidos murieron más de 100,000 mineros que trabajaban en minas de carbón. El año récord fue 1907 con 3,200 víctimas.
 
En el caso de México, de 1883 a 2022 han muerto 3,103 mineros, de acuerdo a la Organización Familia Pasta de Conchos, nacida en 2006 a raíz del accidente en esa mina.
 
La mayor tragedia en nuestro país ocurrió en 1969 en la mina de Barroterán, municipio de Muzquiz, Coahuila, cuando perdieron la vida 153 mineros.
 
En México ha quedado grabada en la memoria de la sociedad, la explosión del 19 de febrero de 2006 de la mina de Pasta de Conchos, municipio de San Juan Sabinas, Coahuila, en la que por una explosión de gas perdieron la vida 65 mineros.
 
El pasado tres de agosto se registró el derrumbe e inundación de la mina El Pinabete, en el mismo municipio de Sabinas, en donde murieron 10 mineros, cinco pudieron salir y solo sufrieron lesiones.
 
Siempre que ocurre un accidente en una mina de carbón surge el cuestionamiento de si había o no las medidas de seguridad que marca la ley.
 
Todos los que trabajan en esta industria asumen que incluso cumpliendo las más estrictas medidas de seguridad siempre puede ocurrir un accidente.
 
Toca a las autoridades investigar, para el caso de El Pinabete, si se cumplían o no las medidas que exige la ley. Si no es el caso debe de actuar y llevar a los responsables ante la justicia.

En las minas de carbón que se derrumban por explosión de gas o colapsaron por inundación, el rescate de los mineros muertos resulta muy difícil por las condiciones del terreno.
 
El rescate supone un riesgo muy alto y las normas de seguridad se impone, para proteger la vida de los rescatistas. Por eso es muy frecuente que la operación no se lleve a cabo. No debe de haber más muertos.
 
El caso de Pasta de Conchos, que ocurrió en el gobierno de Fox, y El Pinabete, en el gobierno de López Obrador, cada día se parecen más.
 
Los especialistas nacionales en internacionales en Pasta de Conchos concluyeron que el intento de rescate podría provocar una nueva explosión y morir los rescatistas.
 
Su recomendación, para salvar vidas fue que no se intentara el rescate. Decisión dolorosa, pero no solo explicable sino responsable.
 
Algo semejante ocurre en el rescate en la mina El Pinabete. Después de algunos intentos infructuosos, los especialistas concluyeron que no había condiciones, para el rescate. Intentarlo era poner en riesgo la vida de los rescatistas.
 
Ahora, el intento se ha trasladado a meses o incluso años. Se habla de una posible excavación, para acceder a la mina, que podría llevar ese tiempo. Y no hay ninguna seguridad de que el rescate se pueda realizar.
 
Se sabe que el actual gobierno ha retirado los fondos federales destinados a vigilar la actividad de las minas de carbón en Coahuila, como lo han señalado diversas organizaciones y estudiosos del tema.
 
Y también ha reducido el número de inspectores de la Secretaría del Trabajo en esa misma región, como lo señala la Asociación Familia Pasta de Conchos, organización que vela por la seguridad en las minas de carbón.
 
Una diferencia notable entre Pasta de Conchos y El Pinacate es la reacción de la oposición y de la sociedad ante el hecho, en la primera, la crítica fue de gran intensidad, pero en la segunda no.
 
En ese entonces políticos de la oposición y algunos medios acusaron al gobierno y a la empresa, dueña de la mina, de ser los responsables directos de la muerte de los mineros.
 
Ahora no hay una oposición que critique al gobierno, entre otras cosas, por retirar los fondos de vigilancia de la actividad minera o que incentive la producción de carbón, con alto nivel de riesgo, para abastecer a la CFE.
 
Para los medios de comunicación, el tema dejó muy pronto de ser relevante y ha quedado en el olvido. Hoy la obsolescencia de las noticias ocurre con enorme rapidez.

¿Qué pasó y que sigue en Chile?

Rubén Aguilar Valenzuela 

El pasado domingo la mayoría de la sociedad chilena decidió rechazar la propuesta de nueva Constitución, que substituía la de la época del dictador Augusto Pinochet. 

Buena parte de los integrantes del actual gobierno, presidido por Gabriel Boric, fueron entusiastas y decididos impulsores del proyecto de la nueva Carta Magna.

En Chile el resultado ha provocado un intenso debate y el gobierno, de manera responsable, a través de su presidente, ha fijado su posición.

Una persona cercana al gobierno me comenta, de manera autocrítica, algunos de los elementos que contribuyeron al resultado. Los comparto:

La mayoría de la sociedad chilena votó en segunda vuelta por un presidente de izquierda, pero no dio al gobierno un cheque en blanco.

Se planteó una Constitución con muchos temas y artículos, que expresaban una posición progresista, con una gran dosis de romanticismo, pero que, para amplios sectores sociales resultaba, muy radical.

Así, el contenido de la nueva Constitución era expresión de un sector amplio de la sociedad, pero otro sector también amplio no se identificó con ella. La vio como una amenaza a la vida institucional.

Para el nuevo grupo en el gobierno, abocado todos los días a sacar adelante sus responsabilidades, la promoción y apoyo a la nueva Constitución pasó a un segundo tema. Sus prioridades eran otras.

La oposición si convirtió en tema central promover el rechazo a la nueva Carta Magna. Mostró sus ambigüedades y señaló temas realmente discutibles.

¿Qué sigue en el futuro?

El presidente, como demócrata, asume la decisión de la ciudadanía: "Hoy ha hablado el pueblo de Chile y lo ha hecho de manera fuerte y clara".

La ciudadanía, añade, "nos ha entregado dos mensajes. El primero es que quiere y valora a su democracia. Que confía en ella para superar las diferencias y avanzar".

El segundo que el pueblo chileno "no quedó satisfecho con la propuesta de Constitución que la Convención le presentó a Chile, y por ende ha decidido rechazarla de manera clara en las urnas".

Chile, dice, "es un país que en sus momentos más difíciles opta por el diálogo y los acuerdos para superar sus fracturas y dolores. Y de esto compatriotas, debemos estar profundamente orgullosos".

Como presidente afirma que "recojo con mucha humildad este mensaje y lo hago propio" y que "hay que escuchar la voz del pueblo, no sólo de este día sino de todo lo acontecido en estos últimos años intensos que hemos vivido".

A lo que se compromete es "poner todo de mi parte para construir, en conjunto con el Congreso y la sociedad civil, un nuevo itinerario constituyente que nos entregue un texto que, recogiendo los aprendizajes del proceso, logre interpretar a una amplia mayoría ciudadana. Y sé que en eso todos y todas nos van a acompañar".

La sociedad chilena inicia ahora un nuevo proceso, para construir una nueva Constitución que sea expresión del consenso, de la gran mayoría, y no solo la visión de un sector de la sociedad, por buena que esta sea.

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