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El asesinato del jesuita Nicolás Tamaral

Ruben Aguilar Valenzuela
El sacerdote jesuita Javier Nicolás Tamaral nació en Sevilla, España, en 1687. Ingresó a la Compañía de Jesús el 23 de octubre de 1704 en su ciudad natal. En 1712, después de haber terminado la filosofía, vino a la Nueva España. Aquí estudió teología y se ordenó sacerdote. En 1716 hizo su tercera probación en Puebla de los Ángeles, la última etapa de formación de los jesuitas.
 
Sus superiores lo envían a las misiones de California en marzo de 1717. Llegó a Loreto y en 1720 funda la misión de la Purísima Concepción de Cadegomó donde permaneció 10 años. El padre Francisco Maria Pícocolo fue el primer jesuita que visitó esa región en 1712 cuando estaba en la misión de Santa Rosalía de Mulegé.
 
Tamaral funda la misión de San José del Cabo Añuití con el apoyo del padre visitador José de Echeverría, el 8 de abril de 1730. Es la más al sur de las que los jesuitas establecieron en California.  La misión se establece en el sitio que los pericúes llamaban Añuití. Se dedicó a San José. El padre en la misión congregó a indígenas que vivían de manera aislada en la zona.
 
En un inicio la iglesia y la casa se construyeron con materiales frágiles y perecederos cerca de la playa en el lugar donde ahora está el poblado de La Playa. Después el misionero toma la decisión de cambiar la ubicación a un sitio ocho kilómetros territorio adentro lugar en el que ahora está San José Viejo.
 
El marqués de Villapuente de la Peña, que nace en 1670 en Muriedas, Santander, y muere en 1739, en el Colegio Imperial de los Jesuitas en Madrid, fue mecenas de la nueva edificación. En 1734 estalla la que se conoce como la Rebelión de los Pericués que se prolonga hasta 1737. Los historiadores sostienen que el levantamiento es una reacción al abuso de poder de los conquistadores y las autoridades españolas.
 
A esto se añade el deseo de ciertos grupos de indígenas de volver a sus tradiciones y costumbres que habían sido alteradas por el trabajo misional de los jesuitas. Al parecer la mecha que prende el fuego es la reprimenda pública que el padre Carranco hace, en la misión de Santiago de los Coras, al cacique indígena Botón por tener varias esposas.
 
Las crónicas españolas de la época dicen que éste, para cobrar venganza de la afrenta pública, va a Yenecá en busca de un mulato de nombre Chicorí que había raptado a una joven cristiana de la misión de Añuití. Botón y Chicorí se alían para intentar revertir los cambios que la colonización europea había llevado a cabo en esas tierras. El plan de los sublevados era asesinar primero a los soldados, después a los misioneros y finalmente a los indígenas conversos al cristianismo.
 
En septiembre de 1734, los rebeldes dan muerte a un soldado de la misión de Todos Santos y después a otro que custodiaba la misión de Airapí. El padre Carranco enterado de los hechos envía una escolta de indígenas a la misión de San José del Cabo Añuití, para que el padre Tamaral, con la protección de estos, se traslade a la misión de Santiago de los Coras. Este se niega a dejar la misión que atendía. El 2 de octubre de 1734 los indígenas levantados asaltan la misión de Santiago de los Coras Aiñiní y dan muerte al padre Carranco.
 
Al día siguiente ese mismo grupo de pericúes se dirige a la misión de San José del Cabo Añuití, donde acaba de oficiar la misa el padre Tamaral. Cuando ya se encontraba en su casa, a un costado de la iglesia, entran y lo sacan arrastrando.  Lo agreden con flechas y ya moribundo uno de los alzados lo apuñala "con un cuchillo largo", que el padre le había regalado. Era el 3 de octubre de 1734.

La iglesia y la casa fueron destruidas y se abandona la misión. Ahora lo único que se conserva de lo que fue la construcción son los dibujos que hizo el padre jesuita Ignacio Tirsch. En la misión de Todos los Santos, el padre Segismundo Taraval fue avisado por los nativos conversos de lo ocurrido a los padres Carranco y Tamaral.  Entonces huye hacia la misión de La Paz y posteriormente a la Isla del Espíritu Santo y finalmente viaja a la misión de Dolores.
 
Desde aquí da aviso al padre superior de las misiones Clemente Guillén, radicado en la misión de Loreto, de la muerte de los sacerdotes y de 27 nativos conversos en la misión de Todos Santos. El padre Guillén da aviso al virrey del alzamiento indígena y ordena a todos los misioneros concentrarse en la misión de Loreto para salvaguardar su vida. El capitán Esteban Rodríguez Lorenzo decide concentrar las escasas fuerzas con que contaba en la misión de San Ignacio en previsión de un levantamiento de los cochimíes.
 
Ante la gravedad de los sucesos los padres pidieron ayuda a los jesuitas de las misiones de Sonora y también al virreinato. Los jesuitas reaccionaron con rapidez y enviaron cien indios flecheros y 25 soldados.
 
En cambio el virrey, quien no la llevaba bien con los jesuitas, negó al principio la ayuda con el pretexto de que solo el rey podía autorizarla. Posteriormente decidió enviar a Manuel Bernal de Huidrobo, gobernador de Sinaloa, para acabar con la insurrección. A finales de 1735, el gobernador apresó a varios indígenas quienes dieron los nombres de los sublevados. Así como capturaron alrededor de 25 culpables a quienes se les condenó al destierro. Durante el trayecto a la contracosta – narra el padre Venega – trataron de amotinarse y los soldados abrieron fuego sobre ellos, dejando solo dos con vida, mismos que murieron en el destierro. 

En 1737, la Corona española estableció en San José del Cabo un presidio para contener los alzamientos indígenas, al que se destinaron 30 soldados. A estos se les ordenó funcionar de manera independiente y sin injerencia de los misioneros.

El jesuita Miguel Venegas publica en Madrid Noticias de la California y su conquista temporal y espiritual, que tiene un gran éxito en 1757. Al texto lo acompañan imágenes, entre ellas, de los asesinatos de los padres Carranco y Tamaral. La edición en inglés aparece en 1759, la holandesa en 1762, la francesa en 1767 y la alemana en 1770.
 
El historiador Ignacio del Río en su libro Conquista y aculturación de la California jesuítica, dice que "las crónicas  (de época) describen la saña de los indígenas con el cuerpo de los misioneros que aún después de muertos fueron lapidados, vejados, desmembrados, arrastrados por la misión y finalmente quemados en una hoguera; el cuerpo del padre Carranco fue decapitado a golpes de piedra". 
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Hacia 1955 en San José Viejo, cuando los propietarios de un terreno excavaron en busca de agua, encontraron la campana original de la misión de San José.

Y en esa misma ocasión, en otra de las excavaciones, dieron con los restos del padre Nicolás Tamaral, su sotana, objetos personales y de la iglesia. El jefe de la familia que ahí vivía ordenó que todo se volviera a enterrar y que ya no se siguiera excavando "porque yo no deseo tener problemas con cosas de la Iglesia".

En esa ocasión se marcaron los sitios de los hallazgos. En este lugar se encuentra la base de la nave principal de la iglesia original. Se ven también vestigios de una construcción adyacente que se piensa fue la casa del padre. Parte de la vivienda de la familia se encuentra sobre estos restos arqueológicos.
 
En 2007, el obispo de La Paz, Miguel Ángel Díaz, fue informado de la existencia de los restos del padre Tamaral y la ubicación original de la misión de San José del Cabo Añuití.

Historias del buen Dios

Rubén Aguilar Valenzuela 
Historias del buen Dios (Universidad Veracruzana, 2019) es el segundo libro de narrativa de Rainer María Rilke (1875-1926), escrito bajo el influjo del viaje que en 1899 hizo por Rusia en compañía de la escritora Lou Andreas-Salomé.
 
En esta ocasión, Rilke conoció a Tolstoi y entró en contacto con la religiosidad y la mística ortodoxa de la que derivó la creencia de que Dios está presente en todas las cosas, en todos los lugares y en todas las personas.
 
La obra se publica en 1900 y reúne 13 relatos con historias estructuradas a partir de planteamientos teológicos. Los artistas y los niños, seres privilegiados, son los encargados de contar a Dios cómo es el hombre.
 
Los seres humanos no pueden sujetar a Dios entre sus manos y Dios deja a los seres humanos libres. Rilke invita a la experiencia religiosa con toda su fuerza enigmática y al tiempo desgarradora.
 
El hilo conductor de los relatos es un maestro de escuela que pide al poeta unos cuentos para contárselos a sus pequeños alumnos. Estas parábolas se sitúan en un tiempo y en un espacio indefinidos. 
 
Rilke nos conduce hacia al punto origen: en el principio Dios era verbo, palabra y silencio, que pone fin al caos cuando habita en el interior de toda la creación y de cada cosa creada.
 
Dios es un creador, y como tal un artista. El artista, entonces, ¿es como Dios? La obra de Dios, como la del artista, es incompleta y siempre está en construcción. Es cambio y movimiento constante. Dios humanizado es una experiencia interior cuya profundidad se abre a la eternidad.
 
Los relatos son parábolas, de lenguaje sencillo, pero su estructura resulta compleja y no fácil de entender. Cada relato posee una carga simbólica, que encierra el misterio divino.
 
Estas parábolas se proponen abiertas a la interpretación del lector y esta apertura las convierte en una invitación al cuestionamiento de la experiencia de lo divino.
 
Los niños son los depositarios de la revelación de Dios y el narrador siempre termina su exposición con "haga saber esta historia a los niños" porque son ellos quienes más disfrutan del misterio del buen Dios.
 
Es a ellos, a quien más fácil resulta comprender la esencia de lo divino, porque se encuentran en un estado cercano a la pureza, poseen una mirada sin filtros y prejuicios.
 
Rilke, sacraliza la infancia y trasmite la nostalgia de los tiempos que se han ido, que hacen referencia al estado natural del sabio y el poeta, que son fuente de la sensibilidad, la reflexión y la imaginación.
 
Historias del buen Dios nos proporciona una mirada distinta, para hablar de Dios como vivencia y no como concepto filosófico o teológico.
 
La edición de la Universidad Veracruzana cuenta con el prólogo de Alfonso Colorado, que ofrece una mirada del contexto histórico que vive el poeta y nos proporciona datos claves, para entenderlo.
 
Historias del buen Dios
Rainer María Rilke
Universidad Veracruzana
Jalapa, Veracruz, 2019
pp. 141

Versión original: Traducción del alemán al español de Miguel Nicolau. 

El Papa Francisco y la persecución de la Iglesia en Nicaragua

Rubén Aguilar Valenzuela

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck

La posición del Papa Francisco y de la Secretaría de Estado del Vaticano frente a la dictadura de Nicaragua, que encabezan Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, es para muchos inexplicable. Lo es de manera particular, para quienes viven en ese país y son testigos de la violación sistemática de los derechos humanos y de la libertad de expresión, así como de la persecución del sector progresista de la Iglesia católica.


La primera vez que estuve en Nicaragua fue en diciembre de 1979, seis meses después del triunfo de la Revolución Sandinista. Tuve la oportunidad de recorrer el país y entrevistarme con altos funcionarios del gobierno, y también con líderes de organizaciones de base. Al inicio de los años ochenta, Nicaragua era la retaguardia estratégica del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador. Fue por esta razón que, en el marco de mis responsabilidades en la guerrilla salvadoreña, viví una temporada en Managua. Años después, como consultor de organismos internacionales, seguí de cerca el desarrollo del país y amplié mi red de amigas y amigos nicaragüenses, con los cuales mantengo una estrecha relación hasta el día de hoy. Por lo mismo, lo que ocurre en ese país no sólo me interesa, sino que también me afecta. 
Tengo un gran respeto por el Papa, aunque no siempre esté de acuerdo con lo que piensa. Admiro sus esfuerzos por transformar a la Iglesia; una estructura conservadora y burocrática donde coexisten muy diversos grupos y tendencias. Con inteligencia, midiendo la correlación de fuerzas, ha hecho cambios que llegaron para quedarse. Me sorprende la posición del Papa y el Vaticano con relación a la dictadura nicaragüense. Me dí a la tarea de conocer qué se piensa sobre eso en Nicaragua. Me puse de acuerdo con una amiga muy querida, que fue guerrillera y luego funcionaria en el primer gobierno sandinista, para desatar una dinámica que recogiera diversas opiniones sobre el tema.
 
Para iniciar la discusión envié a Managua un texto con tres hipótesis sobre la actuación del Papa que no eran excluyentes entre sí: 1) Francisco quiere evitar la polarización e incluso la fractura ante la división de la Conferencia Episcopal; 2) Francisco tiene miedo fundado de que, ante una definición clara y contundente, el dictador radicalice la persecución e incluso recurra al asesinato de sacerdotes; 3) Francisco considera que el conflicto entre la dictadura y la Iglesia va a profundizar el apoyo del gobierno a la expansión de las iglesias evangélicas. Al mismo tiempo, también admití que puedo estar totalmente equivocado, que y la explicación de su postura se sustente en otras razones.

Mi amiga de Managua le mandó mis hipótesis a diez personas, entre ellas sacerdotes, religiosos, líderes de organizaciones de la sociedad civil, académicos, escritores y artistas. A algunas las conozco y a otras no. Estas personas —la mayoría de las cuales militó años atrás en el sandinismo y están muy bien informadas de lo que ocurre en su país y en la Iglesia de Nicaragua— enviaron sus puntos de vista a mi amiga, quien a su vez me las hizo llegar. Cabe aclarar que estas personas no se comunicaron entre sí, pero sí intercambiaron puntos de vista con mi amiga. Acá ofrezco lo que dicen.
 
Una de ellas manifiesta estar en total acuerdo con las dos primeras hipótesis. En su versión el Papa no se pronuncia porque no quiere que se radicalice la persecución a la Iglesia al grado de poner en juego la vida de sacerdotes, y también porque no quiere profundizar la división en la Iglesia nicaragüense que podría incluso llevar a la ruptura de un sector.
 
Otra considera que Nicaragua "es una mosca en el mapa" que resulta un tema menor comparado con todos los problemas que el Papa y la Iglesia enfrentan a nivel mundial. Considera que a nivel local e internacional no hay consenso sobre lo que ocurre con la Iglesia en el país. Por el momento "las fuerzas del mal" (dictadura) se han apropiado del poder y utilizan todos los medios para conservarlo. Bajo ninguna circunstancia están dispuestas a compartirlo.
 
Hay quien sostiene que en la Iglesia la toma de decisiones se ha democratizado y que es a las iglesias locales a las que toca definirse en independencia de lo que se piense y diga en Roma. La Iglesia de Nicaragua es a la que toca pronunciarse, además de que tiene todos los elementos, más que en el Vaticano, para actuar en consecuencia.
 
Alguien más dice: "Me inclino a pensar que en cualquier caso el régimen de la dictadura se impondrá" y que por ahora sigue acumulando poder. El Papa, ante esta realidad, no puede hacer nada más allá del "cuidado del rebaño". En la actualidad, Nicaragua no tiene más espacio. Esa es la responsabilidad fundamental del Papa.
 
Para otro, el "silencio ante estos hechos es complicidad". Esta persona considera que el Papa es "pusilánime y cómplice". No puede evadir su responsabilidad profética de anuncio y denuncia". Añade: "¿Ser pastor para qué? ¿Para callar ante tanto crimen? Ninguna de las tres razones, arriba mencionadas, justifica el silencio cómplice y "negociador" de la curia Vaticana y de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN)".
 
Otra de mis interlocutoras asume que la división de la Iglesia en Nicaragua es una realidad y que en un sector de la misma existe "la consigna de no hablar en el púlpito para evitar irritar a la dictadura": así como que, al pasar el tiempo, "la dictadura se entiende mejor con los evangélicos" que en conjunto no critican al régimen. Esta misma persona considera que Ortega y Murillo "chantajean" a la Iglesia, la cual tiene miedo de que la dictadura revele casos de pederastia y corrupción `por parte de algunos sacerdotes y obispos.  En su versión el Papa, al que califica de pseudoizquierdista, no quiere "desgastarse" con un país de "poca importancia".
 
Una más considera que, desde hace ya años, "Ortega y Murillo han fomentado y apoyado a las iglesias evangélicas para contrarrestar la acción política de la Iglesia católica". Y piensa que, para la dictadura, resulta muy rentable y provechosa la relación con los pastores evangélicos, quienes nunca se pronuncian en contra del régimen. Y que "esta orientación estratégica no va a cambiar por una supuesta intervención del Papa".
 
Otra dice que "no es muy acertado pensar que el Papa vaya a tener una posición fuerte, porque su tono diplomático, como representante del Vaticano, lo lleva a buscar algún tipo de arreglo donde la Iglesia católica en Nicaragua pasa a tener un papel político discreto". Añade que "el perfil y actuación del nuncio que el Papa nombró para Nicaragua tiene como propósito desarticular la beligerancia política de la iglesia católica". En su valoración de la situación "las percepciones del Papa no se ajustan en ningún sentido a la actual realidad de Nicaragua".
 
"La represión a la Iglesia le resulta estratégica a la dictadura, ya que es el último bastión activo y con base civil suficiente para alentar la resistencia a la dictadura", opina otra de las personas. Ella misma plantea que "para la dictadura el diálogo con el Papa es irrelevante".
 
Y agrega que "si el Papa cree que en realidad está dialogando con ellos, peor para él. La dictadura ha hecho fracasar a todos los actores nacionales e internacionales, que han intervenido en algún inicial proceso de diálogo". Hoy por hoy, Ortega no está abierta a la negociación —y en el futuro tampoco lo estará—. Ante cualquier crisis, el camino será incrementar "la crueldad y la arbitrariedad en línea de dejar claro que son un poder cerrado".
 
Las respuestas de estas diez personas son muy diversas al tratar de explicar por qué el Papa no se pronuncia con fuerza frente a la persecución del sector progresista de la Iglesia en Nicaragua. De sus perspectivas es posible concluir que lo más probable es que la situación no cambie radicalmente, al menos en el futuro inmediato. De lo que dicen queda también claro que la Iglesia, que está dividida, vive una situación difícil y compleja.
 
El Papa y la Secretaría de Estado del Vaticano en ningún momento darán a conocer las razones de su posición frente a la dictadura que encabeza Ortega y Murillo. Uno las tiene que derivar. Se puede estar o no de acuerdo con ellas. Su postura, en todo caso, se origina a partir del análisis político, de la situación de la Iglesia en ese país, de las posibilidades del trabajo pastoral y de la situación que viven los fieles.

La once, con las compañeras del colegio

Rubén Aguilar Valenzuela

En 2009, la cineasta chilena Maite Alberdi comenzó a registrar la reunión donde participaba su abuela con el grupo de amigas del colegio.
 
Desde que terminaron la escuela cada mes se habían reunido a tomar el té y a platicar en casa de una de ellas. Esta práctica tenía 60 años.
 
La directora grabó esas reuniones durante cinco años, de 2009 a 2013, y de ese cuidadoso trabajo surge el documental La Once (Chile, 2014).
 
En Chile la once es el nombre que se le da a la hora del té o la merienda. Es el momento en que la familia y los amigos se reúnen para compartir y disfrutar los alimentos.
 
Alberdi, considera que la clave de la acogida que ha tenido el documental estriba en que las mujeres en su conversación "tocan temas universales y transversales" que nos son comunes a todos los seres humanos.
 
Ellas hablan, continua la directora, del amor, la amistad, la vejez y la muerte. Resulta atractivo "ver a estos personajes viejos haciendo y conversando cosas que uno no imaginaría".
 
Para lograr eso fue necesario que estas mujeres se olvidaran, o que no les importara, que ahí estaban las cámaras y que estaban siendo filmadas y grabadas.
 
La directora y el equipo nunca interactuaron con ellas pasara lo que pasara. La idea era que no estaban y que la reunión debía desarrollarse como siempre había sido por más de 60 años.
 
Con el tiempo lograron, fue una conquista, olvidarse de las cámaras. En los encuentros hablan de su vida, de sus conflictos matrimoniales, de la educación que recibieron y de su condición de viudas.
 
Y también de sexo, de política, de los nuevos tiempos y costumbres, de la nueva cultura, de los valores de los jóvenes de ahora. Lo hacen siempre de buen humor y entre risas.
 
Como toda conversación entre amigos con facilidad pasan, sin más, de un tema a otro. Una de ellas utiliza la letra de canciones, para subrayar lo que quiere decir.
 
La frescura y veracidad de su conversación convierte al documental en un testimonio de vida y al mismo tiempo, sin proponérselo, resulta un trabajo antropológico de primer orden.
 
Hay un especial cuidado en registrar los detalles de la mesa, de la vajilla y de los alimentos. Siempre aparecen las trabajadoras del hogar que les sirven, que no son chilenas, sino peruanas o bolivianas.
 
Se retrata también, en primer plano, ciertas costumbres como el pintarse los labios, maquillarse durante la reunión o siempre iniciar el encuentro con una oración y agradecimiento a Dios.
 
De un año a otro, el grupo se reduce porque alguna ha muerto. Son mujeres que rondan en los ochenta años. En la última reunión a la mesa ya solo están cuatro.
 
El documental es un trabajo que cautiva e impresiona. Uno se identifica con esas mujeres que han vivido un largo tiempo y nos comparten su experiencia, sus alegrías y dolores.
 
La directora, que dedica el documental a su abuela y a su madre, registra con su trabajo la historia de una generación con sus virtudes y contradicciones.
 

El documental es un canto a la vida y un homenaje a la amistad y la solidaridad entre las mujeres. Es también un reconocimiento a las personas ya mayores.
 
Maite Alberdi por este trabajo ha ganado diez premios internacionales entre ellos: Del Público del Festival de Biarritz; Mejor Documental Iberoamericano del festival de Guadalajara; Mejor Dirección Femenina AWFJ (Aliance of Woman Film Journalists, NY, USA) y Mejor película DocsBarcelona.
 
Se puede ver en Netflix.
 

 
La Once
Título original: La once
Producción: Chile, 2014
Dirección: Maite Alberdi
Guión: Maite Alberdi
Fotografía: Pablo Valdés
Música: José Miguel Tobar
Intervenciones: María Teresa Muñoz, Alicia Pérez, Angélica Charpentier, Juanita Vásquez, Ximena Calderón, Nina Chicarelli, Manuela Rodríguez, Ines Krisch y Gema Droguett.

El Ejército y los Cuerpos de Defensas Rurales (CDR)

Rubén Aguilar Valenzuela
Para la gran mayoría de la sociedad mexicana es desconocida la existencia de una estructura de civiles que depende directamente del Ejército, los Cuerpos de Defensas Rurales (CDR), que también se les conoce como Guardia Rural (GR).

En el país existen 26 CDR, que se concentran en 21 de las entidades federativas y están al mando de un director general, ahora el general de brigada Rodrigo Herrera.

Sus integrantes son ejidatarios voluntarios que se organizan en 12 cuerpos de Caballería y 14 de Infantería. Cada uno de estos se integra con cuatro compañías, que se distribuyen al interior del estado.

Los CDR en sus comunidades no se enfrentan directamente al crimen organizado, no tiene capacidad para eso, pero si recogen información sobre su accionar, que luego entregan al Ejército.

"Su misión es proporcionar seguridad a la población donde se encuentran establecidas y sus contornos, manteniéndolos en contacto con las Unidades de Defensa Rurales cercanas (...) y funcionan como órganos de información para nuestras unidades" afirma el general Herrera". (Reforma 09.02.23).

El Ejército a los CDR proporciona armamento, uniformes y botas. Los caballos y equipo de transporte son propiedad de sus integrantes, que utilizan en su tarea.

Para el general Herrera estos ejidatarios son militares porque se someten a un mando y a la legislación militar. Cuando se presentan como voluntarios reciben un adiestramiento básico, para uso de armamento y en la normatividad.

Para incorporarse existe un proceso de "verificación" para ver si realmente son ejidatarios con posesión de parcela y que sean personas honorables y reconocidas por su comunidad.

El director general de los CDR considera que estos cumplen tareas enfocadas a fortalecer y a apoyar a sus comunidades, pero también que proporcionan "información muy valiosa", para las actividades del Ejército.

Los CDR tienen su origen en los Cuerpos de Policía Rural, que el presidente Benito Juárez crea el 6 de mayo de 1861 bajo las órdenes del Ministerio de Guerra. Su misión era garantizar la seguridad de los caminos y combatir al bandolerismo.

En la actualidad estos cuerpos están bajo el mando de la zona militar que le corresponde por el lugar en el que se ubican sus comunidades.

Para este artículo busqué cuántos efectivos tienen ahora los 26 CDR, pero no lo obtuve. En los ejércitos una compañía se integra entre 70 y 250 elementos.

Los CDR tienen 104 compañías, así el número total de integrantes de esta estructura civil-militar podría estar entre los 7 280 y 26 000 efectivos.

El gobierno bajo los principios de transparencia y rendición de cuentas debería de dar a conocer lo que realizan estos cuerpos civiles, pero con mando militar. De ellos se conoce muy poco.

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