Back to Top

contacto@nuestrarevista.com.mx

headerfacebook headertwitter
 

CAPITALES:  Parques científicos y tecnológicos en México: motores de innovación y desarrollo regional

Francisco Treviño Aguirre

​​En un país cuya historia económica ha estado anclada a la explotación de recursos naturales y al uso intensivo de mano de obra barata, los parques científicos y tecnológicos (PCT) emergen como una apuesta hacia esquema tecnológicos. No son simples vitrinas con laboratorios de exhibición, sino verdaderas plataformas que apuntalan una transición largamente esperada: el salto hacia una economía basada en el conocimiento, la innovación y la inteligencia colaborativa. Su consolidación no es un lujo futurista, sino una urgencia nacional. Sin embargo, esta misión enfrenta retos estructurales: financiamiento sostenido, articulación interinstitucional eficaz y una aún incipiente vinculación con el aparato productivo, especialmente con las pequeñas y medianas empresas (pymes), que representan más del 99% del tejido empresarial del país.

Los PCT en México son nodos estratégicos que articulan los esfuerzos de la academia, la iniciativa privada y el sector público bajo el paradigma de la “triple hélice”. Funcionan como aceleradores del conocimiento aplicado, al convertir la investigación en soluciones concretas: productos, procesos, servicios y modelos de negocio con alto valor agregado. En la actualidad, existen más de 40 parques distribuidos a lo largo del territorio nacional, ubicados mayoritariamente en zonas metropolitanas de Nuevo León, Jalisco, Yucatán, Ciudad de México, Puebla y Querétaro. Esta red en expansión es uno de los pilares del ecosistema nacional de ciencia, tecnología e innovación (CTI).

Un ejemplo emblemático de este modelo es el Parque de Investigación e Innovación Tecnológica (PIIT), en Apodaca, Nuevo León. Inaugurado en 2009 con una inversión tripartita (federal, estatal y privada), el PIIT representa una de las expresiones más ambiciosas de política tecnológica en México. Para el año 2016, había acumulado más de 600 millones de dólares en inversión, desplegados sobre una superficie de 110 hectáreas, albergando 35 centros de innovación y cerca de mil científicos. Pero más allá de su infraestructura, el PIIT ha cultivado una cultura de colaboración transversal. En mayo de 2025, por ejemplo, Iberdrola celebró ahí su “Día de la Innovación”, firmando convenios para el desarrollo de soluciones en energía limpia, movilidad eléctrica y sostenibilidad. El PIIT se ha transformado en un ecosistema en sí mismo, donde confluyen incubadoras, clústeres de tecnologías de la información, centros de nanotecnología y biotecnología, así como laboratorios internacionales.

La experiencia del PIIT no es aislada. El Parque Científico y Tecnológico de Yucatán (PCTY) es otro caso paradigmático. Desde su inauguración en 2015, tras una inversión pública superior a los 1,000 millones de pesos acumulada desde 2008, este parque se ha consolidado como un polo regional de innovación con visión global. Reúne instituciones como el CINVESTAV, ECOSUR y la UNAM, y concentra su actividad en áreas como biotecnología, tecnologías de la información y ciencias ambientales. La diversidad de su infraestructura, que incluye una biofábrica, una litoteca (def: sistema organizado de muestras de minerales y rocas con fines de documentación, investigación y educación), un banco de germoplasma y múltiples laboratorios especializados, ha permitido generar soluciones aplicadas, desarrollar patentes, y dinamizar proyectos con fuerte anclaje territorial. En 2023, se convirtió en un organismo público estatal, lo que ha ampliado su margen de gestión y su capacidad de vinculación estratégica.

En este marco, el Plan Nacional de Desarrollo y la Estrategia Digital Nacional han propuesto consolidar esta red de parques como instrumentos de equidad territorial, ciencia útil y desarrollo sostenible. La meta no es solamente escalar posiciones en el Índice Mundial de Innovación, donde México ha oscilado entre el lugar 55 y 58 en los últimos años según WIPO, sino generar bienestar tangible a partir de la innovación.

Hoy por hoy, los parques científicos y tecnológicos no son una moda pasajera ni una vitrina cosmética de modernidad. Son la infraestructura crítica para la soberanía tecnológica, la reindustrialización inteligente y el desarrollo territorial equilibrado. En su convergencia se cultivan ideas que se transforman en empresas, conocimiento que se traduce en bienestar, y talento que regresa a sus comunidades con propósito. México tiene el talento, la infraestructura inicial y el empuje empresarial, solo falta tomar la decisión política de convertir a los parques científicos en política de Estado. En el pulso de las innovaciones late la esperanza de un México que no espera, sino que construye; que no reacciona, sino que anticipa; que no subsiste, sino que lidera.

X:@pacotrevinoa

CAPITALES: ¿Sabiduría obsoleta? Cómo los mayores están siendo marginadosca Cola

Francisco Treviño Aguirre

​​En México y en muchos otros lugares, el profesional con décadas de experiencia en un área ya no es visto como un activo, sino como un problema a ser sustituido. La consigna silenciosa, incluso aplaudida, es: “lo viejo no sirve, lo nuevo manda”. Y no hablo de tecnología: según estudios recientes la verdadera temeridad es prescindir de la experiencia: ese know-how construido con errores, aciertos y campañas fallidas. ¿Cómo calcular el valor moral y económico de la sabiduría operativa abandonada por un simple cambio de algoritmo? El dilema es brutal: se pierde no sólo productividad, sino prevención. Las personas con experiencia detectan lo que otros no, anticipan fallos y ahorran tiempo y dinero. Cuando se quitan de enmedio, en lugar de un sistema eficiente, se deja un sistema diseñado para fallar.

En Estados Unidos, un informe de Exploding Topics identifica que casi la mitad de quienes fueron despedidos por IA creen que se trata de un problema generalizado: un 46.9 % estima que “alguien como ellos” ha sido reemplazado por la tecnología. No obstante, en pleno proceso de activación laboral, estos “veteranos industriales” no reciben la inversión en capacitación necesaria: las empresas promueven la rotación de personal antes que apostarle a la experiencia duradera. El resultado es una erosión silenciosa de la resiliencia organizacional.

Mientras tanto, Europa hace lo contrario. Los países de la UE enfrentan un envejecimiento poblacional que, más allá de ser un problema, es una oportunidad dorada. Ante cifras crecientes, como la previsión de un aumento de 20 % de personas mayores de 65 para 2020, se ampliaron incentivos para mantener a los mayores en la plantilla: leyes, subsidios, seguridad social, formación continua, y planes de activación laboral. La vieja guardia dejó de ser un costo para ser un activo. El modelo danés de “flexicurity” ejemplifica este enfoque: flexibilidad contractual, seguridad social activa, formación continua y política laboral firme. Excepcional, sí, pero revelador: aquí, la experiencia no se margina; se invierte en ella.

En contraste, en América Latina no existe una estrategia similar, salvo honrosas excepciones. Resultado: la vejez laboral se convierte en jubilación y luego en ocio poco deseado. Somos especialistas en ignorar lo evidente. Contratamos asesorías extranjeras, importamos libros de gestión que ya hablaban de esto hace décadas, pero seguimos despidiendo personas mayores sin medir el costo oculto. El espejismo neoliberal, que ve en los jóvenes promesas pura vida laboral, ignora la curva de aprendizaje, el mentoring, la transferencia tácita. Nos falta sentido integral del tiempo. Desplazar a profesionales con décadas de experiencia crea una deuda: aumentos en los costos de supervisión, errores repetidos, formación ineficiente, rotación crónica. Es irónico: mientras recortamos en lo probado, gastamos en lo nuevo sin evaluar el riesgo. ¿Estamos invirtiendo o especulando?

Hoy por hoy, a las nuevas generaciones que se creen dueñas de la verdad, les susurro: cuidado, la autoridad no nace del acceso temprano a una app ni de pensar que tu teoría vale más que treinta años de práctica. La única verdad universal es el error… y la única garantía duradera es la experiencia que se aprendió de ellos. Subestimar a quienes llevan más camino solo porque llevan más tiempo caminando es una necedad. La razón absoluta, esa sí que no existe, se disuelve cuando chocas con el expertise. Mientras Europa invierte, al menos en parte, en experiencia, en Latinoamérica la descartamos como chatarra obsoleta. El resultado es previsible: sistemas laborales fracturados, conocimiento evaporado y un presente sin raíces. ¿Hasta cuándo seguiremos pagando una factura que no podremos cubrir ni con disculpas ni con falsas promesas? Ya lo dice el viejo y conocido refrán: más sabe el diablo por viejo, que por diablo.

X:@pacotrevinoa

CAPITALES: Cuando el progreso energético choca con la riqueza natural de México

Francisco Treviño Aguirre

El Proyecto Saguaro, también conocido como Saguaro Energía, encarna la tensión latente entre la promesa de desarrollo económico y la preservación ambiental de uno de los ecosistemas marinos más ricos del planeta. Propuesto por la empresa Mexico Pacific Limited, con sede en Texas, el proyecto busca construir una terminal de licuefacción de gas natural en Puerto Libertad, Sonora, con capacidad inicial para exportar 15 millones de toneladas anuales de gas natural licuado (GNL). el proyecto contempla la construcción de un gasoducto de 800 kilómetros y una terminal de gas natural licuado de dimensiones equivalentes a 70 veces el Estadio Azteca.

Los promotores del proyecto argumentan que Saguaro posicionará a México como el cuarto mayor exportador de gas natural licuado del mundo, gracias a su estratégica ubicación en la costa del Pacífico, que permitiría reducir los tiempos y costos de transporte hacia Asia, evitando el Canal de Panamá. También se presume que generará miles de empleos y una inversión extranjera directa estimada en más de 15 mil millones de dólares, apoyada por contratos con gigantes como Shell y ExxonMobil

Pero, como todo megaproyecto de esta escala, la pregunta fundamental no es cuánto promete en números, sino qué exige en sacrificios. Y aquí empiezan las grietas. El primer gran foco rojo es ambiental: el Golfo de California, considerado “el Acuario del Mundo”, alberga más de 12,000 especies, incluyendo 43 especies de cetáceos. El tráfico constante de buques de 300 metros, sumado a la contaminación acústica y el riesgo de colisiones, pone en jaque la integridad de uno de los ecosistemas marinos más importantes del planeta. Para los especialistas, permitir un complejo industrial de esta magnitud en una zona tan sensible es, simplemente, una irresponsabilidad ecológica.

Además, los efectos climáticos no son menores. El proyecto generaría aproximadamente 73 millones de toneladas de dióxido de carbono al año, lo que equivale a las emisiones conjuntas de países como Suecia y Portugal. A esto se suma el metano, gas con un potencial de calentamiento 80 veces superior al CO₂ en un periodo de 20 años, que se filtraría inevitablemente durante el proceso de extracción, transporte y licuefacción. No se trata solo de una contradicción frente a los compromisos asumidos por México en el Acuerdo de París, sino de una verdadera amenaza para los esfuerzos globales contra el cambio climático. Y justo ahí nace la polémica. Porque el trazo del gasoducto toca zonas protegidas, áreas con alto valor ecológico y regiones habitadas por pueblos originarios. La empresa ha dicho que cuenta con estudios de impacto ambiental y asegura que el proyecto será “sustentable,” pero especialistas en conservación marina cuestionan la profundidad y alcance de esas evaluaciones.

A nivel político, la controversia ha escalado. Legisladores del Partido Verde, del PRI y de Movimiento Ciudadano han exigido la suspensión del proyecto, señalando su incompatibilidad con los compromisos ecológicos del país. La campaña ciudadana “Ballenas o Gas”, que ya ha reunido más de 200,000 firmas, ha tomado fuerza en redes sociales y espacios públicos. Greenpeace, el NRDC y otras organizaciones han solicitado la intervención de organismos internacionales como la UNESCO, advirtiendo que el Golfo de California podría perder su estatus de Patrimonio Natural de la Humanidad si se aprueba el proyecto.

Desde una óptica económica, es cierto que México necesita fortalecer su infraestructura energética y diversificar sus exportaciones. Sin embargo, el dilema radica en el tipo de desarrollo que se busca. Apostar por combustibles fósiles en plena crisis climática internacional, cuando el mundo camina, aunque lentamente, hacia energías limpias, resulta contradictorio. Más aún cuando los beneficios son difusos y los costos ambientales son irreversibles. Lo más delicado, sin embargo, es el mensaje que se transmite. México tiene ante sí la posibilidad de demostrar que el desarrollo económico no tiene por qué ir reñido con la conservación ambiental. Pero si sigue adelante con un proyecto que pone en riesgo un ecosistema único en el planeta, lo que estará diciendo, con todas sus letras, es que, en su modelo de progreso, el medio ambiente sigue siendo un obstáculo, no un activo.

Hoy por hoy, si México avanza con este proyecto, lo hará con plena conciencia de que está sacrificando un tesoro natural por rentabilidad de corto plazo. Pero si lo detiene, podría sentar un precedente ejemplar en favor de un desarrollo congruente, justo y responsable. Y ese es el verdadero dilema. No se trata de estar a favor o en contra de la inversión, sino de exigir que cada proyecto, por ambicioso que sea, cumpla con los más altos estándares ambientales, sociales y éticos. Porque no hay cifra en dólares que justifique la pérdida de un patrimonio natural como el Golfo de California. Y porque, al final, ningún desarrollo que destruye lo que pretende proteger puede llamarse verdaderamente progreso.

X: @pacotrevinoa

CAPITALES: ¿Tu memoria te engaña? El inquietante misterio del efecto Mandela

Francisco Treviño Aguirre

​​El cerebro humano es una compleja máquina que no solo almacena información, sino que también, en ocasiones, la distorsiona. Entre estos fascinantes fenómenos se encuentra el llamado "efecto Mandela", una extraña distorsión colectiva de recuerdos que ha capturado la imaginación de millones alrededor del mundo. El término "efecto Mandela" fue acuñado por la investigadora paranormal Fiona Broome en 2010. Broome descubrió que ella y muchas otras personas compartían un falso recuerdo colectivo: creían firmemente que Nelson Mandela había fallecido en prisión durante la década de 1980. La sorpresa fue mayúscula al comprobar que Mandela, líder sudafricano, no solo había sobrevivido a su encarcelamiento, sino que se convirtió en presidente y murió en diciembre de 2013.

El fenómeno radica precisamente en esta peculiaridad: grandes grupos de personas recordando claramente eventos o detalles históricos que nunca sucedieron o que sucedieron de forma muy diferente a como se recuerdan. ¿Pero cómo ocurre algo así? ¿Cómo es posible que miles, o incluso millones, coincidan en recuerdos erróneos con tanta convicción? Una explicación reside en la naturaleza reconstructiva de nuestra memoria. Cada vez que recuperamos un recuerdo, no lo sacamos de un archivo intacto, sino que lo rearmamos, pieza por pieza, influenciado por emociones, experiencias posteriores y hasta información externa. La exposición repetida a datos incorrectos o malinterpretados puede reforzar estos recuerdos falsos, generando una certeza tan poderosa que es difícil de cuestionar.

Detectar el efecto Mandela es relativamente sencillo, aunque desconcertante. Normalmente emerge durante conversaciones casuales donde una discrepancia histórica o cultural provoca asombro generalizado. Luego, al verificar los hechos, la sorpresa es total al constatar que el recuerdo colectivo está equivocado. Entre los ejemplos más palpables está el famoso caso de la frase de la película "Star Wars". ¿Cuántos recuerdan claramente a Darth Vader diciendo "Luke, yo soy tu padre"? Pues bien, la línea correcta en realidad es "No, yo soy tu padre". La diferencia parece mínima, pero es profunda en el recuerdo colectivo.

Mencionemos otros ejemplos: Una gran cantidad de personas recuerda claramente que Pikachu, el famoso personaje de Pokémon, tiene la punta de la cola de color negro. En realidad, jamás tuvo esa característica, pues la cola es completamente amarilla. Un ejemplo más, muchos aseguran que la figura icónica del hombre de Monopoly, conocido como Rich Uncle Pennybags, utiliza un monóculo. Sin embargo, este personaje nunca ha llevado este accesorio. Este último ejemplo es el más sorprendente: la popular canción de la banda de rock Queen, "We Are The Champions", se recuerda frecuentemente finalizando con la frase épica "...of the world". Pero, ¡oh sorpresa!, la grabación original termina simplemente en "We are the champions", sin agregar el "of the world" final.

La explicación más polémica del fenómeno, y que genera debates encendidos, está relacionada con teorías cuánticas y universos paralelos. Algunos entusiastas del efecto Mandela argumentan que estos recuerdos incorrectos son vestigios de realidades alternativas o dimensiones paralelas que se entrecruzan ocasionalmente con la nuestra. Si bien es científicamente improbable, esta teoría ofrece un terreno fértil para la imaginación y la especulación. A nivel psicológico, el efecto Mandela también podría reflejar el poder de la sugestión social. La influencia de los medios masivos, la repetición incorrecta en películas, comerciales y otras formas de cultura popular podría crear o reforzar estos recuerdos compartidos erróneos.

Pero más allá de la explicación que se prefiera, el efecto Mandela nos revela una verdad inquietante sobre la fragilidad de nuestra memoria y la facilidad con la que nuestra mente acepta como verdadero algo que puede no serlo. En una era digital saturada de información, donde la verdad se desdibuja entre fake news y realidades manipuladas, el efecto Mandela es más que una curiosidad; es un llamado de atención sobre nuestra propia vulnerabilidad cognitiva.

Hoy por hoy, quizás la verdadera paradoja del efecto Mandela es que revela lo fácil que somos manipulados, lo poco fiables que son nuestros recuerdos y, en última instancia, lo dispuestos que estamos a aceptar realidades falsas mientras estas nos parezcan cómodas o familiares. La pregunta incómoda que deberíamos plantearnos es si realmente deseamos saber la verdad o si preferimos vivir en nuestras reconfortantes mentiras colectivas.

X:@pacotrevinoa

CAPITALES: De mi biblioteca: “Todo mundo miente” de Seth

Francisco Treviño Aguirre

Esta obra plantea una tesis contundente y profundamente reveladora: las personas mienten constantemente, excepto cuando se expresan en la intimidad del motor de búsqueda de Google. Esta premisa, respaldada por el análisis masivo de datos anónimos, cuestiona la validez de los métodos tradicionales de recolección de información y propone una forma alternativa de entender el comportamiento humano basada en lo que la gente busca, no en lo que declara. A través de un enfoque empírico y multidisciplinario, el autor demuestra que nuestras búsquedas en internet ofrecen una visión más auténtica, cruda y precisa de nuestras emociones, prejuicios, deseos y temores. Google, convertido en confidente silencioso, se ha transformado en una herramienta más poderosa que cualquier encuesta para develar la psique colectiva.

Stephens-Davidowitz argumenta que el verdadero rostro del ser humano se revela en el anonimato del buscador. A diferencia de las encuestas, donde las respuestas están condicionadas por la deseabilidad social, los patrones de búsqueda reflejan pensamientos íntimos que rara vez se expresan públicamente. Esta revelación se traduce en un cambio metodológico de gran calado: el abandono parcial de técnicas tradicionales (entrevistas, focus groups) y la incorporación del análisis de big data como herramienta para comprender comportamientos sociales reales. Los motores de búsqueda recopilan información que no está filtrada por el juicio externo, lo que los convierte en una fuente única y reveladora.

Uno de los ejemplos más contundentes que expone el autor es el caso de la campaña de Barack Obama en 2008. Mientras las encuestas tradicionales auguraban una sociedad estadounidense dispuesta a superar el racismo, los datos de Google revelaron lo contrario: aumentaron significativamente las búsquedas de contenido racista en estados clave. Este fenómeno permitió anticipar con mayor precisión los resultados electorales desfavorables en ciertos territorios, poniendo en evidencia el contraste entre la narrativa pública y los sentimientos reales de la ciudadanía. El análisis de datos anónimos expuso una hipocresía social que las encuestas no detectaron.

El autor introduce el concepto de una “sociedad paralela” que se expresa en Google, donde ideologías extremistas, discursos de odio y teorías conspirativas encuentran eco. Este universo oculto ayuda a comprender fenómenos políticos como el ascenso de Donald Trump en 2016, cuando, a pesar del rechazo mediático, sus menciones en búsquedas digitales revelaban una popularidad silenciosa pero efectiva. Estas conductas no necesariamente se traducían en apoyo explícito, pero sí en un interés activo que, finalmente, se materializó en votos. El caso ilustra cómo el análisis de datos puede superar a los métodos tradicionales en la predicción de comportamientos electorales.

Un aporte fundamental del libro es su aproximación a la salud mental a través de las búsquedas. Temas como depresión, ansiedad, suicidio o soledad aparecen con frecuencia creciente, especialmente en ciertos momentos de la semana como los domingos por la noche. Estos picos reflejan emociones reprimidas que las estadísticas oficiales muchas veces omiten o subestiman. Según el autor, los motores de búsqueda actúan como una especie de terapeuta digital que recibe confesiones que no llegan a los consultorios. A pesar de ello, los sistemas de salud pública no han incorporado esta fuente de datos en sus estrategias diagnósticas y preventivas.

El autor también aborda el delicado tema de la ética en el uso de macrodatos. Aunque la mayoría de los estudios son anónimos y científicos, el riesgo de que las grandes corporaciones tecnológicas utilicen esta información para manipular decisiones comerciales o políticas es muy real. Advierte sobre una línea borrosa entre el análisis legítimo de datos y la vigilancia encubierta. El conocimiento profundo de las debilidades humanas puede ser utilizado con fines cuestionables si no existe regulación y transparencia. La solución, según el autor, no es renunciar a los datos, sino utilizarlos con responsabilidad para mejorar el diseño de políticas públicas y diagnósticos sociales.

El mensaje final del libro es claro: ya no basta con preguntar lo que las personas piensan; hay que observar lo que realmente hacen. Los datos masivos, bien gestionados, permiten superar sesgos como el deseo de agradar o el temor al juicio, y constituyen una radiografía honesta de la mente colectiva. Este enfoque no busca sustituir a las ciencias sociales, sino complementarlas. El big data puede y debe integrarse a la sociología, la psicología y la economía para construir una comprensión más profunda, honesta y útil del ser humano.

En resumen, Todo mundo miente es una obra provocadora que sacude las certezas de la investigación social tradicional. Con base en evidencia empírica obtenida del comportamiento digital, Seth Stephens-Davidowitz propone una nueva manera de interpretar la verdad humana: aquella que se manifiesta no en lo que decimos, sino en lo que buscamos en privado. La lectura de este libro no solo representa una invitación a revisar nuestros métodos de análisis, sino también un llamado a la honestidad colectiva. Si entendemos cómo realmente nos comportamos cuando nadie nos observa, estaremos en mejores condiciones de diseñar políticas, productos y entornos sociales que respondan a nuestras verdaderas necesidades.

Este enfoque puede ser incómodo, pero también representa una de las herramientas más potentes para construir sociedades más empáticas, inteligentes y congruentes con la propia humanidad.

X:@pacotrevinoa

Página 2 de 30