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La tierra bajo mis pies

Susana Cepeda Islas

El estado de Coahuila ha sido y es cuna de grandes artistas internacionales. Por mencionar algunos: Manuel Acuña, poeta; Los hermanos Soler, actores; Magda Guzmán, actriz; Paty Ayala, cantante; Rubén Herrera, pintor y escultor; Nancy Cárdenas, dramaturga, productora teatral, poetiza, periodista, entre otros. La lista de grandes artistas es tan amplia que resulta imposible citarla completa en estas líneas. Todos ellos tienen algo en común: talento, valentía, originalidad, disciplina, dedicación, pasión y una visión que se expresa con autenticidad.

Hace poco tuve la fortuna de conocer a un extraordinario artista coahuilense: Alfredo de Stefano, un fotógrafo destacado internacionalmente, cuyas expresiones artísticas revelan su pasión por el paisaje, en especial por el desierto. Orgullosamente monclovense, egresado de la primera generación de la carrera de Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila. Después de conocer toda su obra, le aseguro querido lector que estará de acuerdo conmigo que es un verdadero maestro.

Le comento un dato curioso sobre cómo lo conocí. Supe de él por la difusión de sus fotografías en Instagram —excelente material, se lo recomiendo ampliamente —. Recordé que, en la Feria Internacional del libro de Coahuila este año, asistí a un homenaje al compositor argentino Astor Piazzolla, interpretado por el pianista Alex Mercado y el bandoneosnista Raúl Vizzi a quien me encontré platicando con un amigo. Le pedí a ese amigo que me tomara una fotografía con este extraordinario músico argentino; resulta que ese amigo no era otro que Alfredo de Stefano.

Además de ser un artista visual y cineasta, después de años de exploración artística y proyectos como Tormenta de Luz, decidió manifestar sus emociones a través de la música. Así, en el 2003 fundó Blues Band Blues banda mexicana de indie rock con influencias de blues y rock alternativo, integrada por Azalea Go, con su privilegiada voz; Héctor García en la guitarra, arreglos y música; Mauricio González en el Saxofón; y Alfredo De Stefano compositor de letra y música, además baterista. La propuesta musical se caracteriza por un sonido crudo, emocional y contemporáneo. Las canciones están interpretadas en español y en formato bilingüe, su narrativa lírica conecta inmediatamente con los escuchas.

Después de un año de trabajo están lanzando su primer Extended Play (EP) titulado La tierra bajo mis pies”, una colección de seis canciones originales que combinan energía interpretativa, poesía narrativa y una identidad sonora intensa y honesta. Las canciones que conforman el EP, las define de Stefano de la siguiente manera: “Lo que el fuego no quema”, canción directa y emocional que habla de lo que permanece más allá de la pérdida. “Llámame por mi nombre”, es un grito de identidad y resistencia desde la voz femenina, con fuerza y actitud. “Macondo is a woman”, reinventa la figura femenina en América Latina como cuerpo mítico y territorio simbólico. “Apagar el mundo”, es una reflexión poética sobre la sobreexposición digital y el deseo de desconexión interior. “Desert Angel”, evocación de un paisaje árido, espiritual y redentor, con una atmósfera introspectiva. Finalmente, la canción “La tierra bajo mis pies”, tema que da título al EP, es un manifiesto íntimo de pertenencia, búsqueda y raíz.

Su música llega a un lugar profundo del alma; se siente en cada molécula del cuerpo y provoca diversas emociones. En algunas interpretaciones es imposible evitar el llanto, porque denuncia el dolor producto de la inseguridad y violencia que vive el país, una situación cada día más complicada, ante la cual no se hace nada por remediarla. ¡Él alza la voz! Es su forma de resistir.

Mi recomendación para disfrutar esta magnífica obra musical es buscar un lugar íntimo y relajado, acompañado de la bebida de su preferencia; siéntese en un sillón cómodo, cierre los ojos y perciba cómo vibran las notas y su letra en todo el cuerpo. Luego reflexione sobre las acciones que usted puede emprender desde su propia trinchera para transformar esta realidad, tal como lo hace Alfredo de Stefano a través de su arte.

¿Qué nos pasa?

Susana Cepeda Islas

En esta ocasión quiero compartir con usted apreciado lector, lo que me sorprende actualmente. No me explico que tenebrosas vibras están invadiendo el país que lo trae de cabeza. La ética ya no es indispensable en la convivencia humana, no distinguimos entre lo correcto y lo que no lo es, entre lo que nos beneficia y lo que nos hace daño. Estamos abandonando los principios y valores que nos guían en la vida cotidiana, como la honestidad, el respeto, la empatía entre otros, que nos favorecen y hacen crecer e indudablemente mejoran nuestras relaciones con el prójimo.

La palabra ética proviene del griego ethos que significa carácter, comportamiento. El concepto de ética la definieron los filósofos griegos, el primero fue Sócrates quién hacía referencia a “conócete a ti mismo” y “conócete para obrar correctamente”. Posteriormente Platón afirma que la virtud ayuda a tener una vida plena y armoniosa. Entonces, la ética es una disciplina que estudia la conducta humana.

Nuestras decisiones son éticas si son enfocadas al bien y la moral, esta última está orientada a las normas y valores que nos guían en forma individual y también la establece un grupo social. Los valores los vivimos todos los días, porque nos ayudan en la conducción de nuestro hacer cotidiano.

Al ver los medios de comunicación cada día me convenzo de que nuestra sociedad se está ahogando en los antivalores. Todos los días anuncian una gran cantidad de muertes, nos están enseñando que la vida no tiene ningún valor, se arrebata con gran facilidad, según datos oficiales hay alrededor de entre 82 y 91 homicidios diarios. Imagine la situación por la que pasan las familias que lo sufren. A esto súmele los robos con violencia que sufren los ciudadanos, la cifra oficial es que se registran aproximadamente 561 al día. En estas cifras no se encuentran los desaparecidos, ni los secuestrados. La corrupción es normal en nuestros políticos se premia, pero no se castiga.

La mentira es ahora el protagonista en la conducta de la mayoría de las personas, en el libro Ética para Amador del filósofo español Savater comenta que: “La mentira generalmente es algo malo, porque destruye la confianza en la palabra y causa enemistad entre las personas; pero a veces puede parecer útil o beneficioso mentir para obtener alguna ventaja, o incluso para hacer un favor a alguien”. En efecto ahora se utiliza para sacar ventaja y beneficios. Lo que me asombra es que una parte de la sociedad la está aceptando como una conducta correcta. Lo que no toman en cuenta las personas que acostumbran a mentir es que tiene graves consecuencias, debido a que, con su acumulación, se van formando poco a poco grandes fracturas en la confianza imposibles de reparar y que provocan heridas emocionales difíciles de controlar. Llevando irremediablemente al caos.

¿Qué nos pasa? ¿Por qué nos comportamos sin principios? Estoy convencida que somos un número considerable los que no aceptamos estas conductas, que están destruyendo el tejido social brutalmente. Es un hecho que la sociedad ya no acepta el engaño, porque está sufriendo las consecuencias en carne propia. ¡Tenemos que cerrar esta caja de pandora, para tener armonía en la sociedad! No olvidemos que los valores se enseñan con el ejemplo.

La solución no es provocar más violencia, debemos trabajar todos en la sociedad para contrarrestar esta situación, ¿Cómo? Difundiendo conductas correctas, en el hogar, en las escuelas, en el trabajo, en las calles y castigando las conductas incorrectas. Es necesario poner límites, se debe sancionar, escarmentar, para eso están las leyes, pero cuando no se respetan los sucesos se salen de contexto. Lo exhorto a difundir los valores éticos y a rechazar categóricamente los antivalores, para exigir justicia a quien tiene la responsabilidad de hacerlo, cuidarnos entre nosotros para sentirnos protegidos y vivir en armonía. Ya es hora de darle la cara a la indiferencia social y enfrentar la realidad con hechos efectivos.

Pertenecer

Susana Cepeda Islas

Los humanos siempre buscamos pertenecer a un grupo. Somos, en esencia, seres sociales que necesitamos la convivencia con otros. Ya lo mencionaba el famoso filósofo griego Aristóteles: El hombre es un ser social por naturaleza. Buscamos vivir en comunidad, nos sentimos bien con la interacción con los demás, creamos lazos de apoyo y afecto, pero también de rencor, envidia, entre otros sentimientos negativos.

Pertenecer implica formar parte de alguien o de algo, buscando conexión, identidad y aceptación con sus miembros. Las personas queremos compartir en grupo los valores, las creencias y los intereses comunes, por ello, al sentir que pertenecemos, satisfacemos la necesidad de apoyo social, fortalecemos nuestra identidad personal y logramos nuestros objetivos. Pertenecer a un grupo nos da seguridad, mejora nuestra autoestima y nos impulsa al desarrollo personal. Todo depende del tipo de grupo y de sus objetivos.

Como todo en la vida, pertenecer a un grupo puede traer consecuencias positivas, pero también negativas. Al aceptar pertenecer nos arriesgamos a aceptar todas las condiciones que proponga el grupo nos agraden o no. Por ejemplo, en algunos no se acepta la disidencia; se suele castigar cuando la conducta se sale de lo establecido. Aparecen líderes con más poder que el resto del grupo, sobre todo en la toma de decisiones o el reparto de roles. Incluso se legitima la hostilidad hacia quienes no forman parte del grupo.

Para lograr la aceptación, las personas hacen cosas que no acostumbran en lo cotidiano, con un solo objetivo: no ser rechazados o excluidos. No es lo mismo querer pertenecer a un grupo delictivo que a un grupo de aprendizaje o deportivo, todos tienen un propósito. Existen conductas muy diversas que realizamos las personas para pertenecer, por mencionar algunas: se puede dañar a otros para demostrar valentía; seguir las reglas al pie de la letra -se esté de acuerdo o no-, ofrecer presentes o dádivas a los miembros, o cerrarse y no aceptar nuevos miembros.

Hay dos autores que hablan al respecto. Uno de ellos es el padre del psicoanálisis Sigmund Freud, que propone que un grupo se consolida cuando todos comparten una cualidad en común el Yo ideal, que puede otorgarse a una persona o a una idea, es decir, los miembros del grupo desean la condición que se ofrece al pertenecer. También está el argentino Enrique Pichón-Rivière, que otorga importancia a la tarea común que es la finalidad del grupo.

Estimado lector ¿Ha pensado a cuántos grupos pertenece y cuál es su comportamiento en cada uno de ellos? Le aseguro que es diferente, porque los propósitos también lo son. De lo que estoy convencida es que no podemos dejar de convivir en grupo. Lo valioso es hacerlo con autenticidad, pertenecer a grupos donde se valore la honestidad, el respeto, la diferencia.

Recuerde que no se necesita fingir para ser aceptado. Esto nos ayuda a tomar decisiones con base en nuestras creencias y valores. Está prohibido seguir la mentalidad de ser borrego y seguir al rebaño sin cuestionar absolutamente nada y seguir ciegamente a los otros. Arthur Schopenhauer, filósofo alemán decía: “Lo que más odia el rebaño es aquel que piensa de modo distinto; no es tanto la opinión es sí, sino la osadía de querer pensar por sí mismo, algo que ellos no saben hacer”. Por eso, al pertenecer a un grupo no se debe perder la esencia, sino lograr el crecimiento personal.

 

Es hora de hacernos responsables

Susana Cepeda Islas

Esta es una reflexión que comparto con las personas que amablemente se toman el tiempo de leerme cada semana, porque considero importante abordar un tema que frecuentemente evadimos; la responsabilidad de nuestros actos, influenciados por lo que nos muestran los medios de comunicación todos los días. Aprendí lo que significaba ser responsable en mi hogar. Desde pequeña, mis padres se preocuparon por fomentar la responsabilidad en sus cuatro hijos; nos enseñaron a cumplir con nuestras obligaciones en casa. Entre las tareas que nos encomendaba mi madre estaban: tender la cama, mantener el cuarto limpio y ayudar con otras labores domésticas.

La educación en casa es fundamental para formar buenos ciudadanos, simplemente enseñando, tanto en el hogar como en la escuela a cumplir con las responsabilidades que ambas implican. Anne-Robert-Jacques Turgot, conocido como Turgot, que fue político, escritor y economista francés afirmó que "El principio de la educación es predicar con el ejemplo", destacando que las conductas significativas son más influyentes que las explicaciones. Se educa con el ejemplo. 

La palabra responsabilidad tiene su origen en el latín responsum, que significa responder. Es el valor de una persona para cumplir su promesa ante un compromiso y actuar en consecuencia. La responsabilidad es un valor ético que es necesario practicar en todo momento; significa cumplir con nuestras obligaciones, compromisos y asumir las consecuencias de nuestros actos. Es simplemente entender que nuestras decisiones impactan en nosotros y en los demás. Tenemos obligaciones personales, familiares, laborales y ciudadanas, es decir, ser responsable es cumplir con lo que asumimos, saber responder de manera inmediata a lo que nos comprometemos.

La responsabilidad es tener autoridad o control sobre algo o alguien. En nuestra sociedad, es cotidiano evadirla, lo menciono porque observo el comportamiento de las personas y la mayoría no lo hace, especialmente en nuestros políticos, quienes están en las más altas esferas del poder. Ellos difunden diariamente el mensaje de que, cuando no cumplen con sus obligaciones, es mejor culpar a otros que asumir sus compromisos.  Olvidan con facilidad que su trabajo consiste en ocuparse y tomar decisiones para resolver los problemas urgentes, afrontar los resultados —sean positivos o negativos— y comprometerse a solucionar los errores que causan daños a la ciudadanía.

La obligación de un político en nuestro país es defender la democracia, la justicia, trabajar de manera honesta y responsable, atender los compromisos legislativos, ser transparente en las cuentas públicas, preocuparse por mantener la credibilidad de las instituciones, siempre teniendo presente que el bien común es lo principal. El artículo 89 de nuestra Constitución señala las obligaciones de un presidente, en cuanto a su función ejecutiva: “Se encarga de hacer cumplir las leyes y velar de que las políticas públicas se implementen de manera efectiva en todo el país”. Esto implica tomar decisiones sobre temas que van desde la seguridad nacional hasta la economía, pasando por la administración pública y se debe cumplir al pie de la letra. Es terrible que en la realidad hacen todo lo contrario con gran descaro.

Es muy cómodo e irresponsable no asumir el fracaso de las políticas establecidas, “lavarse las manos” como Pilatos, y culpar a otros, no cambiar la estrategia, insultar, humillar y despreciar mediante la burla, sacudirse los errores buscando los mismos pretextos. Lo lamentable es que, cuando esta situación llega al límite, se sale de control. No se necesita ser un genio para entender, por qué no se quiere corregir la política actual y enmendar los errores: existe complicidad. La realidad es que muchos ya no somos presa del engaño y la mentira; estamos exigiendo que se hagan responsables, porque para eso aceptaron el cargo que ostentan y deben cumplirlo.

Por una sana Administración Pública

Susana Cepeda Islas

He dedicado varios años de mi vida al servicio público y como catedrática en el tema de la Administración Pública, lo que me ha llevado a reflexionar que es una disciplina mucho más profunda que una simple función administrativa del Estado. Para mí, el servicio público es, ante todo, una actitud: una forma de entender que lo que hacemos debe tener un impacto positivo en los demás y no solo en nuestro beneficio personal. Servir a los ciudadanos es servir a la comunidad, a la gente que nos rodea, y en última instancia, a nosotros mismos, porque todos somos parte de esa colectividad.

Actualmente, el servicio público enfrenta numerosos desafíos: satisfacer las necesidades ciudadanas políticamente definidas, la insuficiencia presupuestal, la atención rápida a los afectados por desastres naturales derivados del cambio climático, así como la corrupción, la falta de preparación de los funcionarios, su indiferencia ante las demandas sociales, la carencia de sensibilidad y la ausencia de voluntad política por parte de los administrativos para resolver, de manera expedita los retos que diariamente plantea la sociedad.

Estoy convencida de que quienes viven el servicio público con verdadera responsabilidad y vocación logran marcar la diferencia en la Administración Pública. Servir, es en esencia, un acto de generosidad, un recordatorio de que no estamos solos y que nos importa el bienestar de los demás. En el Estado recae la responsabilidad de elaborar políticas públicas, que son el conjunto de decisiones y acciones emprendidas por el gobierno que coadyuvan a alcanzar los fines sociales propuestos durante un periodo. Su compromiso es organizar los recursos y los servicios públicos para cumplir con los ciudadanos. Siempre con la aplicación de la ley.

Actualmente el gobierno federal presenta varias contradicciones en su quehacer público, se habla de legalidad, pero no se aplica la ley y ni se respeta; las decisiones dependen de criterios políticos o intereses particulares, lo que debilita la confianza ciudadana en las instituciones. Los funcionarios no se profesionalizan no se aplica el servicio civil de carrera, los puestos son ocupados por militantes partidistas sin experiencia pública. Se habla de simplificación administrativa y gobierno digital, pero en la práctica los trámites siguen siendo lentos, costosos y duplicados, reflejando inercias propias de una burocracia pesada.

Los discursos oficiales promueven un gobierno abierto, pero la toma de decisiones estratégicas suele ser centralizada, con espacios limitados para la incidencia social real. Las decisiones se toman visceralmente sin importar el daño a los ciudadanos. Ahora las instituciones que son fundamentales para la administración pública desaparecen sin medir las consecuencias de ello.

Aunque existen plataformas de gobierno electrónico, la brecha digital impide que gran parte de la población -sobre todo en zonas rurales- pueda acceder plenamente a estos servicios. Se toma como bandera el combate a la corrupción, y en la práctica persisten actos de soborno, favoritismo y simulación, lo que erosiona la legitimidad institucional, se premia a los funcionarios públicos que cometen actos indebidos.

No podemos negar que la sociedad actual vive una vorágine de cambios en todos los ámbitos. Por ello, se requiere una sana Administración Pública para llevar a cabo la gestión pública con eficacia y eficiencia, sobre todo durante la crisis, las respuestas de los gobiernos deben ser expeditas, y con la capacidad de generar consensos, para mantener la calma pública y garantizar los derechos fundamentales incluso en escenarios adversos.

Finalmente, la Administración Pública tiene la responsabilidad de gestionar los bienes comunes y de los asuntos de los ciudadanos siempre con la convicción de que estas acciones conducen al orden público construyendo nuevas opciones para mejorar el servicio. No destruyendo lo que es necesario e indispensable para su funcionamiento. Como dice la política estadounidense Margaret Chase Smith: “El servicio público debe ser más que realizar un trabajo con eficiencia y honestidad. Debe ser una dedicación total al pueblo y a la nación”.

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