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Viernes o los limbos del Pacífico

Arcelia Ayup Silveti

Michel Tournier nació en París en 1924. Viernes o los limbos del Pacífico, es su primera novela con la cual se hizo acreedor al Grand Prix du Roman de la Academia Francesa.  Además, gracias al contexto literario de esta obra logró un reconocimiento internacional. En Viernes o los limbos del Pacífico, su autor intenta entender la conducta humana fuera de un entorno de civilización tradicional. Él ha sido también ensayista, crítico literario y periodista.  En esta novela el autor reconstruye la historia de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. 

Ésta última logró ser un icónico mito sobre el que se ha reflexionado infinidad de veces en la historia de la literatura. Tournier enaltece a Viernes y muestra ese especial encuentro entre dos civilizaciones que se ven unidas sin remedio y que logran compaginar sus abismales diferencias culturales y sociales. 

A diferencia de la novela de Defoe, el Viernes que nos muestra Tournier deja de ser un esclavo. 

Se convierte en individuo con las mismas condiciones que Robinson, es un compañero, un hermano y un amigo. Viernes al mismo tiempo, descubre en esta nueva coyuntura a un Robinson diferente, con varias perspectivas de la vida salvaje. Viernes, ese araucano que Robinson salvó de ser sacrificado, es un ser salvaje, un bárbaro ante los ojos modernos. 

Es en realidad un ser con grandes atributos como el sentido común y su destreza con la flecha. Tiene la sabiduría de vivir al momento. Es alegre, disfruta del juego, la música, el baile y la risa. En la primera novela, deseaba de manera ferviente la idea de regresar a su país, de volver a ser el nombre que fue dentro de la civilización que tenía en su mente y que de cierta manera lo traspasó a la isla. 

El coprotagonista un día, sin más, ve llegar un barco que los puede transportar a la civilización, a su natal Londres. 

¿Cuántas preguntas y emociones pasarían por su piel? No contaré lo que Robinson decide hacer, después de esperar veintiocho años ese momento.

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Mujeres de humo

Arcelia Ayup Silveti

Cocina de Humo. Canas de humo. Mujeres de humo. Sentimientos y sabores en espirales de humo. 

El aroma del humo perpetrado, de generación en generación entre las mágicas cocinas de Totonacapan, Veracruz tiene un legado para la posteridad en el libro Mujeres de Humo en la cocina espiritual Totonaca.

Los textos de varios autores nos comparten sus enriquecidas visiones del tema. Mujeres de humo, es una aguerrida defensa de preservar el espacio de la cocina como punto de reunión principal de nuestras casas, donde se generan todo tipo de sentimientos y emociones. El respeto a la cocina, la combinación de los cuatro elementos naturales, la espiritualidad de ofrecer sus platillos a un ser supremo, son algunos de los elementos que protege la ideología de sus autores. 

Ellos afirman que dar es un acto generoso que se revierte de manera exponencial. Las cocineras jarochas dan a manos llenas, cocinan a diario, para su familia, amigos y para las fiestas. La gastronomía totonaca, al igual que su artesanía, cultura, belleza e historia son poesía pura. 

Cito de la página 200: “Tienes que saber bendecir tu comida día a día, o que no puedes combinar cierta hierba con otra porque es amarga […].” Perciben la comida como sanación, como ofrendas para sus muertos; como un amasijo de sentimientos; para secar lágrimas al comal; con maravillosas hierbas que deben cortarse de madrugada, bañadas de rocío y cobijadas por la luna y emociones. Mención aparte merecen las esplendidas fotografías y los diálogos, cuidados minuciosamente para darnos una idea de cómo es la vida en su tierra. 

Leer Mujeres de Humo recetario de la cocina espiritual Totonaca es una cautivadora invitación a conocer la exuberancia de su estado. Agradezco la invitación al maestro Jesús Salas Cortés a presentar esta bella y trascendental obra. (Fragmento del texto leído en la presentación de dicho libro al lado de Martha Soledad Gómez Atzin y Eloy Núñez. 

Chimamanda

Arcelia Ayup Silveti

Hace un par de años descubrí la novela Medio sol amarillo, de Chimamanda Ngozi Adichie, una contundente escritora nigeriana que se ha convertido en la principal pluma de su país y que su obra ha impactado en otras naciones. 

Hurgando en su biografía, me topé con un par de libros con temas sobre feminismo, manejado de una manera profunda y sencilla.  Se trata de Todos deberíamos ser feministas y Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo. El primero es un texto brevísimo que en su momento compartió en la plataforma TED. Fue el libro que se dio lectura en el Maratón Lobos Lectores de la UAdeC en la Unidad Torreón.

Con un estilo limpio y ágil, la autora aborda temáticas de igualdad de salarios, libertad sexual, así como padrones machistas y actitudes misóginas que tienden a verse normalizados. En el Instituto de Investigación de Desarrollo Integral de la Mujer Universitaria (IIDIMU), en el cual laboro, arrancamos la semana pasada “Chimamanda: Taller de Lectura y Debate sobre Feminismo. ” Esta actividad realizada en diferentes escuelas y facultades de la Unidad Torreón de la UAdeC ha tenido gran aceptación. Los participantes son el cuerpo de gobierno, así como estudiantes. 

El Instituto proporciona el material de lectura, así como el personal para generar el debate. En una hora se da lectura y se realiza el taller. Suelen ser participativos, inquietos y actúan con madurez en el tema, cada uno desde su propia perspectiva, en un ambiente de respeto y armonía. 

El propósito del taller es compartir perspectivas, acotar y vencer paradigmas que inhiben la mejor convivencia entre diferentes géneros.  

La invisibilidad es otra de las aristas recurrentes en esta interesante actividad.  La crianza diferente entre los hijos y las hijas, así como las nuevas masculinidades son temas que interesan a los universitarios. Las texturas de la vida, que se refiere a la ecuación entre intelectualidad y glamur, es otro de los puentes que ha pasado la autora. 

No hay diferencia entre los ejemplos nigerianos y los usos y costumbres que ejercemos los laguneros.

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Decide

Arcelia Ayup Silveti

Alguna vez te ha pasado que observas un edificio que no viste en los últimos diez años de tu tránsito diario por esa calle? Cuando me sucede esto, recuerdo una amiga que dice en broma:  “Pero si no estaba ayer.” Hace días, noté que el tablero de mi auto tiene el ícono de un pedal con un pie sobre él. A su lado, aparece el dibujo del botón de encendido.  Desde hace un par de años observo esa pantalla a todas horas, todos los días de la semana. En ese tiempo, mi mente sólo vio el símbolo de encendido. ¿Qué generó que lo descubriera? En honor a la verdad, desconozco.

Puede ser que haya desbloqueado algo mi inconsciente, que se abriera algún canal interior; o en términos mundanos, que no anduviera tan despistada ese día, o bien, que le restara atención a mis deberes diarios para centrarme en el aquí y en el ahora. 

Si alguien tiene la respuesta, por favor, que me diga. Me pasa con frecuencia, en especial porque mi personal reloj de arena tiene ya un amplio recorrido. 

Alguna vez un amigo me dijo que le daba pena saludarme, porque siempre me veía concentrada, como si estuviera atendiendo mis pensamientos y enumerando mis pendientes. 

Me llamó la atención su percepción y desde entonces, traté de buscar un equilibrio entre las acciones y los pensamientos. 

Ahora, me regalo espacios de descanso mental, en los cuales me programo para no amontonar ideas ni especulaciones. Si voy a tomar un recreo y por ejemplo, me como alguna fruta y me concentro en ella, en el proceso de su gestación y su enraizamiento con la madre naturaleza. 

En las personas que estuvieron involucradas en que se convirtiera en manzana o en durazno. Lo mismo con el platillo que tengo frente a mí.  Cuántas manos y esfuerzos se tuvieron que juntar para que los ingredientes se integraran en una oferta culinaria, para que otras manos le agregaran su toque personal y lo transformara en un elemento atractivo a los ojos y sublime al paladar. 

La dinámica diaria nos succiona y nos pone tapaojos. Es trabajo de cada uno decidir si es lo que queremos o paramos y volvemos a elegir.  Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 

Mexicanidad

Arcelia Ayup Silveti

El domingo pasado di pie al tema de la mexicanidad, a su exuberante belleza de accesorios, bolsas, huaraches, huipiles, rebozos, textiles, trajes típicos y zapatos elaborados por manos de nuestros artesanos. 

Con uno sólo de los siguientes estados, tenemos un mosaico infinito de las prendas que menciono: Chiapas, Chihuahua, Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Michoacán, Nayarit, Oaxaca, San Luis Potosí y Veracruz.

Alguna vez escribí que es posible comer cada día del año un platillo diferente de nuestra oferta gastronómica. 

Pero, ahora estoy convencida que también podemos usar una prenda tradicional mexicana por 365 días, sin repetir. Disfruto mucho de portar nuestros productos. 

De hecho, este año, me propuse vestir cada día del mes este tipo de atuendo. 

Recordemos que nuestro arte textil es parte fundamental del Patrimonio Cultural Inmaterial de México. 

Es difícil abordar el tema en dos mil cien caracteres. Una sola prenda ha sido digna de ser contada en numerosos libros. Muchas de ellas, tienen que ver con la multietnicidad y multiculturalidad de su población.

La mayoría de los diseños de estas hermosuras están llenos de simbolismos que nos dan a conocer la cosmovisión de su cultura, del origen del mundo, de la vida y de la muerte. 

Representan también su visión onírica, inspirada en la extraordinaria belleza natural que tienen la mayoría de nuestros artesanos. 

He visto huipiles cuyas manos pueden tardar hasta un par de años en bordarlo. 

Siglos de historia, creatividad, amplia diversidad de tradiciones, costumbres, mestizajes y cosmogonías se plasman en nuestras prendas. 

Gracias a ello, México es reconocido como uno de los principales países con una hermosa producción artística en el mundo textil. 

La explosividad de colores es un poema escrito en hilos cuya elaboración lleva también una carga histórica. Lo que menos merecen es nuestro reconocimiento, no el regateo.

Qué maravilla haber nacido en esta bella y rica nación. Como dijo mi amigo Julián Parra: “Entre más conozco a México, menos quiero visitar a otros países”.

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