Copia_de_Mauricio_Vega_Luna_Nuestra_Revista.jpgMauricio Vega Luna

En toda estructura social o política debe existir un factor que actúe como autoridad final, una "última palabra" que resuelva las contradicciones. En las democracias electorales, este rol lo desempeña el pueblo. Así lo establece nuestra Constitución en su artículo 39. ¿Es el pueblo todopoderoso? Sí, esa es la esencia de la democracia: "demos" (pueblo) + "kratos" (poder). ¿Y quién representa al pueblo? Evidentemente de los tres poderes, los más representativos son el poder legislativo y en México el ejecutivo pues sus puestos son votados directamente. Esto es especialmente cierto en una república presidencialista, donde la figura del ejecutivo siempre ha tenido una supremacía simbólica y real. Antes de 2018, las disputas entre el poder judicial y los otros dos poderes eran excepcionales, mostrando así una clara supremacía de los poderes elegidos directamente por el pueblo, sobre las decisiones de personas no electas. Pero después de 2018, el poder judicial comenzó a interpretar de manera distinta esta supremacía. 

Si está tan claro que la soberanía recae en el pueblo y que ese pueblo se expresa en las urnas eligiendo a sus representantes y a su presidenta ¿por qué vemos a personas juzgadoras, juristas, académicos, comunicadoras y periodistas sostener que en realidad la última palabra la tiene el poder judicial? Porque en su interpretación así es, a pesar de que ésta contradiga claramente a la Constitución. Y es que cada interpretación de la constitución, lejos de ser neutral o imparcial, refleja una postura política e ideológica. En México usualmente esas interpretaciones se han expresado en dos posturas políticas que siempre han estado en pugna: una visión mayoritaria liberal frente a una minoritaria conservadora. En nuestros tiempos, esta pugna es entre el humanismo mexicano, que defiende al pueblo como origen y destino de la acción política, y el neoliberalismo oligárquico, que privilegia la defensa de las minorías como fin último de la política.

Esta confrontación no siempre es tan clara; quienes propagan la visión neoliberal oligárquica muchas veces se camuflan como defensores de la democracia y los derechos humanos. Aunque para la mayoría de los mexicanos, con una conciencia histórica y sentido común, es evidente que la verdadera defensa de la democracia recae en la presidenta electa, quien obtuvo más de 36 millones de votos, y en la mayoría calificada en ambas cámaras del Congreso.

Independientemente de los votos, es difícil creer que la defensa de la democracia esté en manos de ese grupo de políticos, empresarios y académicos que se han beneficiado durante décadas de un régimen corrupto y neoliberal. Ellos, que alguna vez reprimieron a quienes luchaban por sus derechos, que robaron elecciones y justificaron el actuar de gobiernos autoritarios, y hoy pretenden erigirse como los paladines de la democracia, mientras acusan a las mayorías pacíficas y humanistas de amenazar sus derechos. En esa misma línea, un grupo de jueces y ministros se niega a respetar la voluntad popular. Por aferrarse a sus privilegios, piensan que poniendo en riesgo el orden constitucional lograrán desgastar al gobierno democrático encabezado por la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. Paradójicamente, esta estrategia beneficiará a la larga al bloque transformador pues al exhibirse como parte de ese grupo pequeño con intereses mezquinos que alguna vez nos gobernó, pierden legitimidad. Quienes sigan defendiendo a ese grupo irán debilitando su credibilidad, y cada vez serán más ineficaces frente a la transformación del país. Mientras tanto, cada vez más gente comparte el discurso del humanismo mexicano. Puede que en sus círculos sean vistos como mártires pero para la mayoría son una molestia, un tope, un obstáculo en el camino hacia nuevos tiempos.

Sin embargo, incluso a esos conservadores, buscamos expandirles sus derechos. Cuando impulsamos más libertades, lo hacemos para que todo el país pueda disfrutarlas, en beneficio de todos: ricos y pobres, hombres y mujeres, morenos y güeros. Este movimiento no busca oprimir a nadie; se trata de una liberación inclusiva. En un avance humanista, ningún mexicano retrocede.

Ante el temor conservador de que el poder democrático pueda volverse autoritario, cabe recordar: ¿no fue autoritario y sin control el régimen neoliberal? Esos gobiernos no dudaron en destruir vidas, instituciones, el medio ambiente y, en definitiva, el futuro del país para lograr sus objetivos. Pero ahora que esa minoría se siente amenazada por los potenciales abusos de la mayoría, corren y gritan en pánico que avanzamos hacia una dictadura; mientras cuando sí vivíamos en una dictadura, minimizaban los abusos y los justificaban con un discurso económico y político. Lo cierto es que en lo que lleva la Cuarta Transformación no ha habido ningún abuso contra las minorías.  En cambio, los abusos del pasado neoliberal tienen fecha, pruebas y víctimas; son esos abusos los que la 4T busca erradicar a través de la democracia.

Como no tienen ejemplos reales de abusos, intentan asustarnos con ejemplos exageradamente hipotéticos como la aprobación de la esclavitud, la reelección, o quitar el voto a la mujer. Esto sólo muestra lo conservadora que es su visión de la política. ¿Es en verdad una ley lo que permite que las mujeres voten, o es el movimiento feminista que lleva décadas, si no siglos, empujando para conquistar derechos como el sufragio? ¿Es la ley electoral la que prohíbe la reelección del ejecutivo o fue la lucha revolucionaria antirreeleccionista que abanderó Madero la que, en la práctica, hace imposible una reelección presidencial? ¿Es la ley laboral la que prohíbe la esclavitud y permite la jornada laboral de ocho horas, o es la incansable lucha obrera y campesina que, desde antes de Hidalgo, ha pugnado por el fin de la esclavitud? Es evidente que la cristalización de una lucha en ley es importante, pero una ley escrita en papel no significa nada si no hay detrás un impulso político que la haga efectiva. Esa visión de que lo que está escrito en un papel es más importante que lo que está detrás de esas palabras es profundamente conservadora y, sobre todo, está profundamente equivocada. No comprende la política ni el verdadero espíritu de la nación mexicana. México es más que un conjunto de normas escritas en un papel. Nuestro país es la fecunda historia política y los profundos valores morales y espirituales que nos acompañan desde hace milenios. Es esta esencia la que nos hará seguir avanzando al horizonte utópico de una democracia plena. 

 

El autor estudió Relaciones Internacionales en el Tec de Monterrey y Política en la Universidad de Essex. 

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