Susana Cepeda Islas

Esta es una reflexión que comparto con las personas que amablemente se toman el tiempo de leerme cada semana, porque considero importante abordar un tema que frecuentemente evadimos; la responsabilidad de nuestros actos, influenciados por lo que nos muestran los medios de comunicación todos los días. Aprendí lo que significaba ser responsable en mi hogar. Desde pequeña, mis padres se preocuparon por fomentar la responsabilidad en sus cuatro hijos; nos enseñaron a cumplir con nuestras obligaciones en casa. Entre las tareas que nos encomendaba mi madre estaban: tender la cama, mantener el cuarto limpio y ayudar con otras labores domésticas.

La educación en casa es fundamental para formar buenos ciudadanos, simplemente enseñando, tanto en el hogar como en la escuela a cumplir con las responsabilidades que ambas implican. Anne-Robert-Jacques Turgot, conocido como Turgot, que fue político, escritor y economista francés afirmó que "El principio de la educación es predicar con el ejemplo", destacando que las conductas significativas son más influyentes que las explicaciones. Se educa con el ejemplo. 

La palabra responsabilidad tiene su origen en el latín responsum, que significa responder. Es el valor de una persona para cumplir su promesa ante un compromiso y actuar en consecuencia. La responsabilidad es un valor ético que es necesario practicar en todo momento; significa cumplir con nuestras obligaciones, compromisos y asumir las consecuencias de nuestros actos. Es simplemente entender que nuestras decisiones impactan en nosotros y en los demás. Tenemos obligaciones personales, familiares, laborales y ciudadanas, es decir, ser responsable es cumplir con lo que asumimos, saber responder de manera inmediata a lo que nos comprometemos.

La responsabilidad es tener autoridad o control sobre algo o alguien. En nuestra sociedad, es cotidiano evadirla, lo menciono porque observo el comportamiento de las personas y la mayoría no lo hace, especialmente en nuestros políticos, quienes están en las más altas esferas del poder. Ellos difunden diariamente el mensaje de que, cuando no cumplen con sus obligaciones, es mejor culpar a otros que asumir sus compromisos.  Olvidan con facilidad que su trabajo consiste en ocuparse y tomar decisiones para resolver los problemas urgentes, afrontar los resultados —sean positivos o negativos— y comprometerse a solucionar los errores que causan daños a la ciudadanía.

La obligación de un político en nuestro país es defender la democracia, la justicia, trabajar de manera honesta y responsable, atender los compromisos legislativos, ser transparente en las cuentas públicas, preocuparse por mantener la credibilidad de las instituciones, siempre teniendo presente que el bien común es lo principal. El artículo 89 de nuestra Constitución señala las obligaciones de un presidente, en cuanto a su función ejecutiva: “Se encarga de hacer cumplir las leyes y velar de que las políticas públicas se implementen de manera efectiva en todo el país”. Esto implica tomar decisiones sobre temas que van desde la seguridad nacional hasta la economía, pasando por la administración pública y se debe cumplir al pie de la letra. Es terrible que en la realidad hacen todo lo contrario con gran descaro.

Es muy cómodo e irresponsable no asumir el fracaso de las políticas establecidas, “lavarse las manos” como Pilatos, y culpar a otros, no cambiar la estrategia, insultar, humillar y despreciar mediante la burla, sacudirse los errores buscando los mismos pretextos. Lo lamentable es que, cuando esta situación llega al límite, se sale de control. No se necesita ser un genio para entender, por qué no se quiere corregir la política actual y enmendar los errores: existe complicidad. La realidad es que muchos ya no somos presa del engaño y la mentira; estamos exigiendo que se hagan responsables, porque para eso aceptaron el cargo que ostentan y deben cumplirlo.