Susana Cepeda Islas
Los humanos siempre buscamos pertenecer a un grupo. Somos, en esencia, seres sociales que necesitamos la convivencia con otros. Ya lo mencionaba el famoso filósofo griego Aristóteles: El hombre es un ser social por naturaleza. Buscamos vivir en comunidad, nos sentimos bien con la interacción con los demás, creamos lazos de apoyo y afecto, pero también de rencor, envidia, entre otros sentimientos negativos.
Pertenecer implica formar parte de alguien o de algo, buscando conexión, identidad y aceptación con sus miembros. Las personas queremos compartir en grupo los valores, las creencias y los intereses comunes, por ello, al sentir que pertenecemos, satisfacemos la necesidad de apoyo social, fortalecemos nuestra identidad personal y logramos nuestros objetivos. Pertenecer a un grupo nos da seguridad, mejora nuestra autoestima y nos impulsa al desarrollo personal. Todo depende del tipo de grupo y de sus objetivos.
Como todo en la vida, pertenecer a un grupo puede traer consecuencias positivas, pero también negativas. Al aceptar pertenecer nos arriesgamos a aceptar todas las condiciones que proponga el grupo nos agraden o no. Por ejemplo, en algunos no se acepta la disidencia; se suele castigar cuando la conducta se sale de lo establecido. Aparecen líderes con más poder que el resto del grupo, sobre todo en la toma de decisiones o el reparto de roles. Incluso se legitima la hostilidad hacia quienes no forman parte del grupo.
Para lograr la aceptación, las personas hacen cosas que no acostumbran en lo cotidiano, con un solo objetivo: no ser rechazados o excluidos. No es lo mismo querer pertenecer a un grupo delictivo que a un grupo de aprendizaje o deportivo, todos tienen un propósito. Existen conductas muy diversas que realizamos las personas para pertenecer, por mencionar algunas: se puede dañar a otros para demostrar valentía; seguir las reglas al pie de la letra -se esté de acuerdo o no-, ofrecer presentes o dádivas a los miembros, o cerrarse y no aceptar nuevos miembros.
Hay dos autores que hablan al respecto. Uno de ellos es el padre del psicoanálisis Sigmund Freud, que propone que un grupo se consolida cuando todos comparten una cualidad en común el Yo ideal, que puede otorgarse a una persona o a una idea, es decir, los miembros del grupo desean la condición que se ofrece al pertenecer. También está el argentino Enrique Pichón-Rivière, que otorga importancia a la tarea común que es la finalidad del grupo.
Estimado lector ¿Ha pensado a cuántos grupos pertenece y cuál es su comportamiento en cada uno de ellos? Le aseguro que es diferente, porque los propósitos también lo son. De lo que estoy convencida es que no podemos dejar de convivir en grupo. Lo valioso es hacerlo con autenticidad, pertenecer a grupos donde se valore la honestidad, el respeto, la diferencia.
Recuerde que no se necesita fingir para ser aceptado. Esto nos ayuda a tomar decisiones con base en nuestras creencias y valores. Está prohibido seguir la mentalidad de ser borrego y seguir al rebaño sin cuestionar absolutamente nada y seguir ciegamente a los otros. Arthur Schopenhauer, filósofo alemán decía: “Lo que más odia el rebaño es aquel que piensa de modo distinto; no es tanto la opinión es sí, sino la osadía de querer pensar por sí mismo, algo que ellos no saben hacer”. Por eso, al pertenecer a un grupo no se debe perder la esencia, sino lograr el crecimiento personal.


