Susana Cepeda Islas

Hace unos días tuve una experiencia nada agradable con una persona que acostumbra a llevar una conducta “gandalla”. Cuando digo “gandalla” me refiero a alguien artero, que se aprovecha de los demás para obtener beneficio propio; solamente le importa sacar ventaja, en otras palabras, una persona abusiva. Estoy segura, querido lector, de que usted se ha topado con este tipo de personas. El caso es que, en el momento que le hice ver que no era correcto lo que hacía, su única defensa fue -como es común en este tipo de personas- lanzarme una serie de insultos. Le contesté con firmeza que era un grosero, y él me respondió muy dignó: ¡Claro que lo soy con las personas metiches! Me di la media vuelta y me alejé del lugar.

Me resonó en la mente la palabra metiche. No le miento ¡sentí una sensación bastante desagradable! Pensé inmediatamente en mis hijos, pues a veces usan ese calificativo hacía mí, sobre todo cuando opino sobre situaciones que, según mi criterio y experiencia no hacen correctamente. De manera que me concentré en pensar realmente ¿Soy una persona metiche?

Así que me puse a indagar: ¿Qué es ser metiche? ¿Por qué lo somos? ¿Es malo o bueno? Para empezar a responder estas interrogantes, encontré que la palabra metiche se usa en América y se refiere a una persona entrometida, indiscreta o que se mete en asuntos que no le conciernen. Se dice que la palabra tiene origen náhuatl metichtl que significa “animal entrometido”. En la biblia en 1 Timoteo 5:13 señala que: «Y, además, aprenden a ser ociosos, vagando de casa en casa, y no solo ociosos, sino también chismosos y entrometidos, diciendo lo que no deben».

Reconozco que la palabra metiche me desagrada enormemente, así que prefiero referirme mejor a entrometido, palabra que me resulta menos ofensiva y suele aludir a “meterse uno donde no le llaman”.  Recordé a Ralph Waldo Emerson quien dijo: “Tu acción genuina se explicará por sí misma y explicará tus otras acciones genuinas. Tu inconformidad no explica nada”. No basta con criticar las acciones negativas de los demás hay que actuar para cambiar.

Llegué a la conclusión de que la persona que me llamó entrometida estaba en lo cierto. Lo triste es que no puedo dejar de serlo, sobre todo cuando veo una situación injusta. Inevitablemente me posee el espíritu de la Baty-mujer y me convierto en Batichica. ¿La recuerda en la serie de Batman y Robin? Ella es una mujer que lucha contra el crimen y protege Ciudad Gótica. Algo similar me sucede porque siento que las conductas “gandallas” son un atentado en contra de los valores y principios de las personas.  

Aclaro que ser entrometidos, es una moneda de dos caras. Es malo cuando queremos saber de la vida de los demás, es cosa que no nos corresponde (aunque, con los hijos… bueno, es broma, tampoco ahí deberíamos entrometernos). Pero es bueno cuando intervenimos en situaciones injustas. En esos casos debemos tener la valentía de señalarlo, eso sí, asumir las consecuencias de hacerlo, en lugar de optar por la comodidad de callar y dejar que las cosas empeoren.

Hay que acabar con la cultura del “gandalla” que lamentablemente se multiplica escandalosamente en la sociedad. Por eso, atrevámonos a ser entrometidos.