Haidé Serrano

La violencia familiar ha sido un cáncer que ha prosperado en los hogares, entre otros factores, por la vergüenza. Quienes han sido víctimas en sus propias casas han ocultado su dolor por el qué dirán. Generaciones y generaciones de mujeres toleraron las peores torturas a manos de sus propios esposos, padres, hermanos, familiares. ¿Por qué? Por vergüenza.

Aun hoy, cuando muchxs creen que la violencia en los hogares ha disminuido, sólo porque ya se visibiliza más, los datos refutan esa teoría. Otros dirán que hoy las mujeres están denunciando más y por ello los números aumentan. Algunos menos optimistas señalan que se incrementa y con mayor crueldad.

“De acuerdo con el Censo Nacional de Procuración de Justicia Estatal (CNPJE) 2021, el delito de violencia familiar (al que se le considera una aproximación a la violencia contra las mujeres) registró la segunda mayor frecuencia en 2020, sólo después del robo.

Además, fue el único que presentó un aumento de 5.3 por ciento entre 2019 y 2020, mismo que podría atribuirse al periodo de confinamiento por Covid-19 durante 2020, ya que las mujeres, al permanecer más tiempo en sus hogares con otros miembros de su familia, se encontraron más expuestas a la violencia por parte de sus agresores.

Los delitos contra las mujeres (273 mil 903) registrados en las investigaciones y carpetas de investigación abiertas y averiguaciones previas iniciadas en 2020 representan 14.8% del total de delitos (un millón 856 mil 805). De estos, resalta que 80.4 por ciento corresponden a delitos de violencia familiar, donde la víctima más frecuente es una mujer.” (https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2022/EAP_Mujer22.pdf)

Con sorpresa, sigo escuchando conversaciones que expresan historias inverosímiles. Cuentan mujeres y hombres que nunca en su vida han sufrido violencia. Se dicen privilegiadxs por haber crecido en un hogar pleno de respeto y armonía. O que su padre fue tan respetuoso, bueno y equitativo que incluso “ayudaba” en la casa. No dudo que haya casos así. De que los hay los hay. Sin embargo, o se niegan a reconocer que han sido víctimas de violencia o son incapaces de identificarla.

Las convenciones, el qué dirán, en nuestra sociedad, se han encargado de proteger a los agresores, haciéndoles creer a las mujeres que ellas son las responsables. Las instituciones han protegido a esos hombres no haciendo justicia ni reconociendo el tremendo problema. Tampoco les han dado prioridad a políticas públicas para reeducar a los hombres. Los medios de comunicación han sido cómplices al llamarle crímenes pasionales a los miles de feminicidios ocurridos en el hogar. La violencia institucional es escándalo nacional, las fiscalías mienten, no investigan con perspectiva de género. Y las cosas no cambian.

Hay alguna corriente o grupo de personas que argumenta que, si seguimos hablando de violencia, esta no desaparecerá. Que hay que hablar de paz. Difícil tarea si no somos ni siquiera capaces de ver la violencia en nuestras propias casas.

Han sido muchos años de ocultar las violencias, física, económica, psicológica, emocional, sexual en la propia casa. Es demasiado el tiempo de encubrir con vergüenza lo que se ha sufrido y padecido. Muchas mujeres han asumido que el maltrato es normal y que el costo por evitarlo es tan alto que no valía la pena enfrentarlo, buscar justicia, pedir ayuda y sanar. Tampoco es que se tenga que ir presumiendo o contando las historias sobre las víctimas. Pero ocultar la violencia debajo de la alfombra sólo la incrementa. Es imperativo saber qué tipos y modalidades de violencia hay. Para saber si somos víctimas o victimarios.