Alfredo Acle Tomasini

Hace cuatro meses la vida cambió para cientos de miles de personas en el poniente de la Ciudad de México. Desde entonces sus días y noches transcurren debajo del sonido de aviones que pasan a baja altura sobre sus cabezas. Su cotidianidad, literalmente su bien estar, sufrió un vuelco radical. Conversar, concentrarse, estudiar, trabajar, leer, descansar, convalecer, dormir o cuidar de niños, ancianos y enfermos son actividades que el ruido de las aeronaves irrumpe, dificulta o de plano inhibe. Más, porque al entrar en cíclicas oleadas desde el cielo es imposible acallarlo.

Colonias que otrora eran remansos de tranquilidad, que justo por eso fueron escogidas como lugar para establecer a costa de mucho esfuerzo, la vivienda familiar en una casa o en un edificio, son ahora la antesala de pistas de aterrizaje pese a que están a más de 15 kilómetros de distancia. De esa quietud no queda nada salvo la añoranza que crea una sensación de pérdida y rabia.

La decisión de cambiar las rutas de aproximación y despegue al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México estaba tomada muchos meses antes de implantarse. Se hizo en secrecía, en la penumbra donde se esconden los cobardes. Bien conocen los funcionarios de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) el ruido que provoca en tierra el vuelo de un avión haciendo maniobras a menos de 1,000 metros con relación al terreno. No hicieron ningún estudio previo porque hubiera dejado evidencia que conocían con antelación el daño que causarían al definir rutas que los aviones sobrevolarían a menor altura porque pasarían por zonas más elevadas de la Ciudad. También sabían que, por tratarse de un área topográficamente más accidentada, el impacto acústico sería todavía mayor. Evitaron cualquier consulta para no alertar a quienes lo padecerían y ahora, cuando ya lo sufren y protestan, no tienen el valor civil para darles la cara. Se guarecen en sus oficinas detrás de segundones que les sirven de trinchera y de abogados de cualquier ralea cuyo encargo es detener, como se pueda, los reclamos judiciales que han presentado los afectados.

El ruido no crea costumbre sino enfermedades

Si los funcionarios de la SCT piensan, junto con sus mudos colegas de la Secretaría del Medio Ambiente y del gobierno de la Ciudad de México, que al ignorar el problema del ruido que ha causado el rediseño del espacio aéreo, este desaparecerá en la medida que los afectados se acostumbren o los medios dejen de prestarles atención a sus reclamos, están equivocados. El ruido reiterado no crea costumbre sino enfermedades. Este es un hecho inaceptable y, por ende, nunca cesarán de reclamar de la forma como puedan su derecho a la salud.

El ruido no mata de repente. Su efecto es como el de la radiación; entre más tiempo una persona esté expuesta a él aumentará la probabilidad de desarrollar algún tipo de padecimiento ya sea físico, mental o emocional, debido a que su persistencia provoca angustia física y fisiológica, lo que altera la homeostasis del organismo[i] y aumenta la carga alostática[ii]. A partir de ese momento, el cuerpo humano es terreno fértil para el desarrollo de un variado tipo de enfermedades.

La OMS[iii] calcula el costo social del ruido como la suma de los años perdidos por muertes prematuras más los años vividos con alguna discapacidad, con enfermedades o con problemas cardiacos provocados por él. Así, estima que en Europa se pierden cada año más de un millón de años de vida saludable por el ruido causado por el tráfico. Por tanto, decir que la gente se acostumbra al ruido es una soberana estupidez.

La OMS realizó un análisis técnico profundo del contenido y de la evidencia empírica presentada en decenas de artículos publicados en revistas científicas por investigadores especializados sobre los efectos que el ruido tiene en la salud, a partir del cual hizo recomendaciones específicas aplicables a las carreteras, los ferrocarriles y la aviación.

En este último caso recomendó como límites máximos: 45 decibeles (dB) durante el día y 40 dB por la noche[iv]. Cabe destacar, que la OMS califica esa recomendación con el grado más alto: “firme”, dado que con base en la evidencia empírica que tomó en cuenta, considera que por encima de esos límites se pone en riesgo la salud de las personas, lo que además de los daños individuales que cause terminará siendo una carga social.

La distancia que existe entre las recomendaciones de la OMS (40/45 dB) y los niveles de ruido que está padeciendo la población del poniente del área metropolitana de la Ciudad de México afectada por el sobrevuelo de aviones (65/85 dB), expone con meridiana claridad que las probabilidades de que ese segmento padezca alguna enfermedad física, mental y emocional aumentaron como consecuencia del rediseño de espacio aéreo.

¿Cómo nos empieza a enfermar el ruido?

Por experiencia propia sabemos que lo primero que nos provoca el ruido es una molestia que dura hasta que se apaga la fuente que lo emite. Al instante sentimos alivio. Así, advertimos la tensión que nos causaba escucharlo. Pero, si el ruido es recurrente durante todo el día en lapsos de unos cuantos minutos y, además, como en el caso de los aviones, se presenta en cíclicas oleadas que irrumpen un estado de relativo silencio para alcanzar en su cúspide niveles altos, la molestia adquiere un grado muy intenso que deriva en otras sensaciones como: irritación, fastidio, enfado, perturbación, mal humor. No en vano el ruido se usa como medio de tortura.

Con base en estudios realizados en varios aeropuertos del mundo[v], la OMS determinó que el porcentaje de la población que percibe un grado de molestia muy intenso por el ruido de las aeronaves se incrementa en la medida que este es más fuerte, como se aprecia en la siguiente gráfica:

Sabemos por los estudios que han hecho expertos en sonometría en las zonas afectadas por el rediseño, que coinciden con evidencia empírica que fuentes serias han publicado en sus páginas web[vi], que los aviones que sobrevuelan el área metropolitana de la Ciudad de México por debajo de los 3,000 pies de altura (914 metros) producen un nivel de ruido que oscila entre 65 y 80 decibeles dependiendo de su tipo y antigüedad. Esto significa, de acuerdo con los datos de la OMS representados en la gráfica, que más de la mitad de las personas que viven en las colonias localizadas por debajo de esas trayectorias, sufren en consecuencia una molestia muy aguda cuya continuidad les genera irritación, enfado, perturbación, fastidio.

La OMS califica la persistencia de una molestia aguda derivada del ruido como un problema de salud porque, además de degradar la calidad de vida de la persona en forma inmediata, actúa como precursor de otros padecimientos que tarde o temprano afectarán su salud mental, emocional y física por las razones que se mencionaron en un párrafo anterior, en cuanto a la capacidad del organismo para mantener su equilibrio y soportar la tensión.

Trastorno de la función cognitiva

En primer término, el ruido afecta la función cognitiva lo que tiene implicaciones importantes en la salud y desarrollo de la persona, dado que abarca un amplio espectro de actividades mentales como: el aprendizaje, el manejo de información, el razonamiento, la comprensión, la toma de decisiones, la concentración, la memoria y las habilidades del lenguaje entre otras.

En suma, el ruido nos hace más torpes y menos productivos. Lograr el mismo objetivo requerirá de más esfuerzo o se alcanzará a medias, lo que en el caso de la niñez puede tener efectos negativos en su desarrollo. Por ejemplo, la OMS afirma con base en la evidencia que examinó, que el ruido de las aeronaves cuando supera los 55 dB se asocia negativamente a la comprensión oral y de lectura, lo que en el corto plazo afecta el desempeño escolar y el desarrollo de la memoria y, en el mediano, puede producir alguna discapacidad cognitiva permanente.

Para las escuelas públicas y privadas localizadas por debajo de las nuevas rutas de aproximación y que, por ende, están sometidas a un nivel de ruido superior a ese nivel, y que además deben mantener los salones con máxima ventilación por la pandemia, esto significará cuando eventualmente inicien clases, desperdiciar miles de días lectivos/alumno. Es decir, la pérdida de tiempo y esfuerzo por parte del alumnado y personal docente, y de los recursos que los contribuyentes aportan al gasto público y de las colegiaturas que pagan los padres de familia. Pero, en el mediano plazo, más graves serán las secuelas que los problemas cognitivos puedan significar en el desarrollo de niños y jóvenes que diariamente acuden a esos planteles y, peor aún, si además viven cerca de ellos porque en sus casas y departamentos seguirán padeciendo el ruido, pero ahora en compañía de sus familias.

Afectación del sueño y enfermedades cardiovasculares

La OMS considera que a partir de 40 dB el ruido altera el sueño y, por ende, representa un problema de salud porque derivará en problemas físicos y mentales que afectarán de inmediato las actividades rutinarias (físicas y mentales) de las personas debido al cansancio, lo que eventualmente alterará su metabolismo e incrementará el riesgo de padecer hipertensión.

Con base en estudios realizados por expertos, el ruido promedio durante la noche en las colonias afectadas por el rediseño es de casi 60 dB. Si consideramos que la escala de decibeles es logarítmica esto dato es cuatro veces más alto que el límite recomendado por la OMS y cómo podemos deducir de la gráfica, esto significa que más de una tercera parte de las personas percibe ese nivel como una molestia aguda. Peor, si consideramos además los picos que se alcanzan durante la noche dependiendo del tipo de aeronave y su antigüedad, y que pueden superar los setenta decibeles. Sobre todo, porque los cargueros además de ser más viejos suelen usar los horarios nocturnos porque los slots resultan más accesibles y baratos.

Enfermedades cardiovasculares

Es evidente que el efecto acumulado de la exposición del ruido durante día y noche mina la salud. Las dificultades continuas para cumplir con las rutinas cotidianas y la acumulación de horas de sueño perdido crean una suerte de presión sobre la persona que tarde o temprano reventará, por algún lado. Es decir, cuando altere la capacidad del organismo para autorregular su equilibrio. La OMS encontró que por encima de los niveles recomendados (45dB día, 40 dB noche) existe una alta probabilidad de que aumente la incidencia de enfermedades cardiovasculares y cuando esto ocurre es igualmente factible que lo que empezó siendo una molestia continua termine provocando, en el mejor de los casos un daño permanente y en el peor, la muerte.

El derecho a la salud es irrenunciable

La forma como el ruido de los aviones daña la salud les da a los responsables de provocarlo y esparcirlo sobre rutas precisas, la oportunidad de desentenderse de las consecuencias negativas que sus decisiones han provocado en la salud de la población.

El ruido de los aviones no mata a decenas en el acto, ni provoca colas repentinas de pacientes en clínicas y hospitales. Sus efectos son retardados porque dependen del tiempo de exposición. A su vez, geográfica y temporalmente ocurren dispersos. Hoy un niño en la colonia X está manifestando problemas de aprendizaje. Mañana, una señora en la colonia W será diagnosticada hipertensa después de semanas de mal dormir. Y pasado, una muchacha en la colonia Z deberá ser tratada por depresión después de un largo período tomando pastillas para calmar la ansiedad que le provoca el continuo paso de aviones.

Un verdadero funcionario público con experiencia, talento y conocimiento se toma el tiempo de entender y valorar el costo/beneficio de implantar una política pública como es el rediseño del espacio aéreo. Pero, por desgracia para los ciudadanos ese no es el caso de quienes ocupan los cargos superiores de la SCT. Si no consideraron las resoluciones, circulares y recomendaciones de las Naciones Unidas y de la OACI sobre el problema del ruido, menos iban a preocuparse por atender las emitidas por la OMS. Peor aún, en un arrebato trasnochado del estatismo que en el siglo pasado inspiró expropiaciones, el subsecretario Morán Moguel justificó la afectación sobre cientos de miles de personas diciendo que el interés nacional estaba por encima del bien privado. Se ve que ignora la reforma de Artículo 1º de la Constitución de 2011 en la que se estableció que los actos de autoridad deben hacerse con pleno respeto a los derechos humanos y el derecho a la salud es uno de ellos.

Si Arganiz y Morán Moguel piensan que quienes por el ruido de los aviones padecen una molestia aguda que afecta su calidad de vida y su salud terminarán resignándose están en un error. El derecho a la salud es irrenunciable. Asumir que son infalibles por lo que sus decisiones no merecen la mínima rectificación y que además son invulnerables porque ostentan un alto cargo público y están cerca del poder presidencial al que sirven sin pudor para mantener un ingreso, es una fantasía que tiene fecha de caducidad, quizá más próxima de lo que imaginan. En cambio, lo que no es efímero son las consecuencias de sus decisiones que dañan y lastiman, y por las que eventualmente tendrán que responder. Los daños a la salud mantienen viva la memoria y a los responsables en la mira.


[i] La capacidad del organismo para mantener una condición interna estable compensando los cambios en su entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior (metabolismo)

[ii] Dificultad de recuperación después de pasar por una situación o un evento que provocó tensión

[iii] Noise Guidelines, World Health Organization 2018 Pag. 2

[iv] Noise Guidelines, World Health Organization 2018 Pag. 61

[v] Noise Guidelines, World Health Organization 2018 Pag. 69

[vi] https://nats.aero/environment/noise-and-emissions/measuring-noise/lmax/