Alfredo Acle

¿Podríamos decir que un espejo de tocador es un objeto estratégico?

Imaginémoslo con un largo mango y montado en una armadura de plata con caprichosas figuras repujadas en su reverso. Viaja meciéndose en el cuarto de baño de un lujoso yate que navega a cientos de kilómetros de la costa más cercana. En ese espacio privado, es en realidad una suerte de adorno más que nadie extrañaría si llegara a faltar.

De repente la nave se incendia. Todos deben abordar de inmediato el bote salvavidas con lo mínimo indispensable para sobrevivir la odisea que les deparó el destino. Una mujer corre al baño. Minutos después aborda jadeando la pequeña embarcación, mientras los demás, que trajeron a bordo agua, alimentos y el botiquín del yate, miran perplejos como abraza el espejo contra su regazo. A punto de increparla por su aparente banalidad, ella les dice ―con esto haremos señales para que nos vean.

En la vida personal como en la de las empresas y naciones, el carácter estratégico que le damos a una acción, una política, un bien, un recurso, etc. depende del momento y sus circunstancias. Cuando los pasajeros de ese yate navegaban tranquilos el espejo era un objeto prescindible, pero al momento de colocarse en una situación límite se volvió estratégico para su supervivencia.

CFE y PEMEX fueron medios para lograr un objetivo estratégico

A fines de los treinta, México era un país más rural que urbano, el 65% de la población activa se concentraba en el sector primario y solo el 10% en la industria. La Segunda Guerra Mundial estaba empezando lo que destruiría durante el primer lustro de los años cuarenta la planta productiva de Europa, mientras que en ese período EEUU tendría que reconvertir la suya para manufacturar armamento. Circunstancias que incentivaron la producción nacional de bienes importados cuyo suministro se vio afectado durante el conflicto bélico.

En ese escenario, la industrialización era un objetivo estratégico para el desarrollo del País, que hacía indispensable que el gobierno se involucrara de manera directa en ramas prioritarias para impulsar este esfuerzo como: la eléctrica, la petrolera y la siderúrgica. Así, se crea en 1937 la Comisión Federal de Electricidad (CFE), Petróleos Mexicanos (PEMEX) en 1938 y, con un carácter mixto, Altos Hornos de México (AHMSA) en 1942.

Estas empresas públicas fueron vitales para la expansión de la planta industrial que se dio durante los siguientes cincuenta años. Cada una de ellas incrementó y diversificó su producción.  CFE que empezó generando energía hidroeléctrica después lo hizo con plantas termoeléctricas, geotérmicas y una nuclear. Además, se encargó de hacerla llegar a todo el territorio nacional. Por su parte, PEMEX se integró verticalmente, desarrolló la petroquímica y fue pilar para la producción de fertilizantes nitrogenados que por varias décadas produjo la extinta paraestatal Fertilizantes Mexicanos (Fertimex). AHMSA creó un grupo de subsidiarias que se convirtieron en eslabones de la cadena de suministro de otras ramas industriales como la metalmecánica y automotriz.

La descripción de estos casos permite distinguir con claridad la diferencia entre los objetivos estratégicos y los medios para lograrlos. El objetivo estratégico de los gobiernos de Cárdenas y Ávila Camacho fue impulsar la expansión de la planta productiva. Uno de los medios que utilizaron fue la creación de empresas públicas, dos de ellas con carácter monopólico, para proveer la energía y el acero que ese esfuerzo requería. Es decir, PEMEX y CFE nunca se plantearon como fines en sí mismas sino como medios para impulsar el desarrollo del País dado el escenario nacional, internacional y tecnológico que prevalecía cuando fueron creadas.

Cuando López Obrador justifica la Ley del Servicio Eléctrico como un recurso para proteger a PEMEX y CFE comete el error de considerarlas como fines en sí mismas. Algo que nunca fueron. Peor aún, en este terco afán no se pregunta si, en su situación actual, esas empresas contribuyen a que el País logre un ritmo sostenido de crecimiento económico que le permita ser competitivo, incrementar el empleo y alcanzar un desarrollo sustentable en términos financieros y ambientales, lo que debería ser un objetivo estratégico de su gobierno.

López Obrador está atrapado en un escenario pretérito. Tiene dificultades para entender el presente y es incapaz de comprender los retos que plantea el futuro, como en su momento sí lo hizo Lázaro Cárdenas, que supo vislumbrar el porvenir al grado de que buena parte de la planta productiva que se instaló en México en el siglo pasado sería inexplicable sin PEMEX y CFE. Es decir, desde la óptica de un estadista puso en consonancia el objetivo con los medios para lograrlo.

¿En este escenario qué haría un estadista?

Quizá especulando, valdría preguntarse: ¿qué haría Cárdenas ahora ante una realidad nacional e internacional muy distinta a la que enfrentó hace más de 80 años?, ¿cómo le describiríamos el escenario actual?

General: La industrialización del País y por ende su electrificación son hechos consolidados. Su economía es una de las quince más grandes de un mundo globalizado al que México se ha insertado a través de decenas de tratados y acuerdos internacionales, y donde los procesos productivos y distributivos y los flujos de capitales se dispersan por todo el orbe.

Ahora la competitividad de las naciones no depende de su dotación de materias primas ni de lo barato de su mano de obra, sino de su capacidad para crear valor y generar conocimiento.

Ahora, el desarrollo tecnológico de la industria energética permite aprovechar al sol y al viento para prender desde un foco hasta para iluminar una urbe entera y además hacerlo desde escalas domésticas hasta industriales. Esto hace posible pulverizar la generación de energía eléctrica en infinidad de fuentes cuya instalación y operación atrae a decenas de nuevos inversionistas, en lugar de concentrarla en grandes centrales hidráulicas, termoeléctricas o nucleares cuya construcción implica grandes inversiones que solo el Estado, a menudo con deuda externa, puede financiar.

Ahora el calentamiento global, producto en gran medida del uso de combustibles fósiles, amenaza nuestras ciudades costeras donde están los principales puertos y donde se obtiene el volumen más alto de ingresos por turismo. También perjudica al campo cuya balanza agropecuaria representa un importante ingreso de divisas, acentúa el crónico descenso de nuestras reservas acuíferas y provoca el abandono de tierras y la emigración de quienes antes vivían de ellas.

Ahora la sustitución de vehículos de gasolina por eléctricos es una tendencia irreversible y así pasará con el consumo de combustibles fósiles, en tanto nuestras reservas y producción de petróleo decrecen y además no son de la mejor calidad. Refinar petróleo para producir gasolina nacional afecta la salud de millones de mexicanos porque el combustóleo que genera este proceso tiene un alto contenido de azufre y solo puede utilizarse localmente en plantas termoeléctricas cercanas a centros urbanos.

Por su parte el deterioro operativo y financiero de PEMEX ha hecho de su propiedad estatal una cuestión nominal. Un hito histórico que una pésima gestión transexenal ha revertido en los hechos, porque el monto de su deuda acumulada supera el valor de sus activos. Es decir, sus verdaderos dueños son sus acreedores, la mayoría extranjeros, que no el Estado mexicano. Su sobrevivencia, como la de CFE, ya no depende de ellas mismas sino de los consumidores que pagan impuestos añadidos y precios altos por sus productos y de los recursos que reciben del erario federal a costa de sacrificar renglones prioritarios como la salud, la educación y la investigación.

Cárdenas, como cualquier jefe de Estado, comprendería que los retos y riesgos que el escenario actual le depara al País implica que CFE y Pemex no tengan ahora el carácter prioritario que antaño tuvieron y que, en cambio, sí resulta urgente ajustar su dimensión y ámbito de actividades para abatir su peso en las finanzas públicas, en el medio ambiente y en la salud de los mexicanos, de tal suerte que sumen al avance nacional en lugar de lastrarlo.

CFE y Pemex fueron naves que nos ayudaron a cruzar un mar complejo y tormentoso como se veía hace ochenta años. Ahora estamos en terreno firme, los retos que tenemos enfrente es escalar montañas y conquistar nuevos territorios. Son otros los medios que deberemos imaginar para alcanzar estos objetivos, sobre todo porque ya no hay necesidad de que el Estado lo haga todo solo.

Sin embargo, su visión para fijar objetivos a mediano y largo plazo, su capacidad para diseñar políticas e instrumentos que los permitan lograrlos, su función regulatoria para asegurar equidad competitiva, proteger a consumidores y al medio ambiente y su rol como orquestador de los esfuerzos de múltiples participantes son ahora sus instrumentos, que pueden ser tan fuertes, prioritarios y decisorios para el desarrollo del País como en los treinta fue la creación de CFE y PEMEX. Para el gobierno lo más importante no es quien hace las cosas sino garantizar que se hagan bien, a tiempo y que sumen para lograr objetivos que en verdad sean estratégicos para el País.