Rubén Aguilar Valenzuela

Las novelas de Kobo Abe (Tokyo, 1924-1933) se adentran en los temas de la identidad, la soledad y el miedo. Siempre recurre a ambientes encerrados, desconcertantes y absurdos. En ellos sitúa al hombre contemporáneo que está sometido, en muchas ocasiones, a situaciones límite.

Abe en La mujer de la arena (Ediciones Siruela, 2008) narra la historia de Jumpei, un profesor aficionado a la entomología, que en su día de descanso llega a un pueblo de pescadores en busca de insectos raros para su colección.

El profesor pierde el utobús de regreso a Tokio y los aldeanos le invitan a que pase la noche en casa de una joven viuda que vive sola, que se encuentra en el interior de un foso. Él acepta el ofrecimiento.

Baja a la casa a través de una escalera de cuerda, para disfrutar de la hospitalidad de la mujer. A la mañana siguiente, cuando va a dejar el lugar ve, con sorpresa, que la escalera ya no está.

Entiende, entonces, que contra su voluntad se le retiene para que trabaje como esclavo. Está condenado a ayudar a la solitaria mujer a sacar la arena que constantemente cae del techo y las paredes. Ésta de no hacerlo los va a cubrir.

Siempre hay que sacar la arena a la superficie. La mujer de la arena es una historia absurda, kafkiana, que no tiene ningún sentido. Todo se puede hacer de otro modo, pero no se admite cambiar.

En la novela se plantea el absurdo de unos personajes cuya existencia es solo sacar arena, para poder seguir viviendo en una vida que no es vida. La arena siempre se impone. Ella manda. Los seres humanos son solo insectos que luchan contra un destino que les ha sido dado de antemano.

La novela transmite desesperación, opresión y aislamiento. Nada se puede hacer. Ese es el destino al que está sometido el hombre. Es una pesadilla kafkiana. Es el sinsentido de la vida.

En el hoyo, donde ahora vive el profesor, hay lugar para las preguntas: ¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo llegué a esta situación? ¿Cuándo voy a salir de ella? ¿Nunca? La respuesta es que no hay salida. Solo queda rendirse y morir o seguir con la rutina del absurdo.

La viuda acepta su destino sin quejarse. Sabe, con todo, que ahora y siempre su único objetivo en la vida será recoger arena. El profesor se hace consciente de su situación y a partir de ahí va a trabajar en su interior, para poder dar sentido a su nueva existencia.

El autor es detallado y preciso en la narración de los personajes y su entorno. Recurre a las imágenes de los sentidos. Se "siente" el ruido de la caída de la arena y su textura, el calor del sol, la suavidad de la piel, la noche, la sed, el hambre, el cansancio, el dolor y el miedo.

La novela ganó el Premio Youmiuri uno de los más importantes del Japón. En 1964, el director Hiroshi Teshigahara la adaptó al cine. En ese año obtuvo el Premio especial del jurado en el Festival de Cannes y fue nominada al Premio Oscar como mejor película de habla no inglesa.

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La mujer de la arena
Ediciones Siruela
Madrid, 2008
pp. 208


Versión originalSuna no onna, que se publica en 1962 en Japón. La traducción del japonés al español es de Sazuya Sakai. La primera edición en español es de 1989.

@RubenAguilar