Rubén Aguilar Valenzuela
El presidente López Obrador está muy lejos de ser el mandatario más criticado por los medios en la historia mexicana del siglo XX y XXI como le gusta decir. En la narrativa de construcción de su imagen como víctima y mártir vuelve una y otra vez a lo mismo.
 
En la mañanera del 4 de mayo de 2021 afirmó que, después del presidente Francisco I. Madero, nunca ningún otro mandatario había sido tan atacado por los medios como él. Y calificó a la prensa como tendenciosa, golpeadora, mentirosa y defensora de grupos corruptos.     
 
Y ya en un tono muy violento dijo: "Lamento que los medios de información en el país estén tan obcecados en atacar al gobierno que represento". Añadió: "Tenemos la prensa más injusta, la más distante, la más lejana al pueblo y la más cercana a los grupos de poder conservadores. Es un tiempo de oscuridad para los medios de información".  
 
Como candidato actuó muy bien el papel de víctima y mártir; en buena medida, construyó su carrera política a partir de esa imagen y, ya en la presidencia, continúa representándolo. Es de las cosas que mejor sabe hacer. Son ya muchos años de interpretar a ese personaje. 
 
Los datos duros muestran que el presidente no es el más criticado. Sólo un ejemplo: el 25 de septiembre de 2020, para probar cómo se le criticaba, el presidente presentó en la mañanera de ese día la cobertura, del día anterior, de cinco medios de la Ciudad de México.
 
El despacho Spin —que todos los días analiza las comparecencias del presidente— hizo un comparativo, de ese mismo día y en los mismos medios, con en el segundo año de gobierno del presidente Peña Nieto. Para éste la opinión negativa fue del 75 % contra el 66 % de López Obrador.


Ilustración: Patricio Betteo
 
Los datos duros en estos dos años y medio de gobierno muestran que López Obrador no es el presidente más atacado, pero sí, y con mucho, el más sensible, el de piel más suave ante la crítica de los periodistas y medios. En ninguna ocasión se muestra abierto a la crítica. No importa la contundencia de la evidencia.  
 
En su visión del mundo, en su radical narcisismo, él es perfecto y nadie tiene el derecho y la calidad moral para criticarlo; tampoco al gobierno que dirige, que es extensión de sí mismo. Ve toda crítica como un ataque a su persona y su proyecto. El buen periodismo —que lo entiende como propaganda— es el que lo alaba y reconoce lo que hace.
 
Un elemento central de los medios en la sociedades democráticas es analizar la gestión del gobernante y su gobierno, y criticar, con datos duros, su desempeño. Actúan como instancias independientes que develan las fallas y los errores del poder. Informan a la sociedad lo que realmente ocurre y no lo que de manera propagandística dice y quiere oír el poder.
 
Como candidato el ahora presidente fue muy crítico de los gobernantes en turno y también de su gestión. Los medios recogieron esa crítica porque consideraron que lo que denunciaba era relevante. Ya en el poder cambió su manera de pensar: ahora no acepta que la prensa cumple con su función y la descalifica todo el tiempo por no serle afín.
 
A ningún gobernante, en ningún lugar del mundo, le gusta la crítica de los medios. Entre otras cosas porque muestra lo que no quieren que se vea: sus fallas y errores. Y, de la misma manera, en todas las sociedades democráticas los gobernantes —que deben tener piel dura— aguantan la crítica y respetan la libertad de expresión.
 
El presidente, en cambio, se dedica todas las mañanas a violentar la libertad de expresión al atacar, sin razón, a periodistas y medios que se atreven a criticarlo. Los califica de oposición. El presidente miente. Lo que hacen los medios es cumplir con su misión social que, entre otras cosas, es criticar,  cuando hay elementos objetivos, al poder. 
 
En la medida que pasan los días, el presidente se vuelve más intolerante con los periodistas y con los medios. Reacciona siempre con violencia a las preguntas que en la mañanera lo cuestionan a él y a su gobierno, y aprovecha ese espacio para pasar a la guillotina a todo aquel periodista o medio que se atreve a decir la verdad. Él no la quiere oír: la verdad es un delito. Tiene la piel suavecita.