Rubén Aguilar Valenzuela
El presidente Daniel Ortega, que fuera líder de la Revolución Sandinista que en 1979 tomó el poder en Nicaragua, y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, mantienen un discurso centrado en el odio, que es común en populistas de izquierda y de derecha.

Ya llevan diez años en la presidencia de su país y seguramente, mientras no hay verdaderas elecciones, seguirán en su cargo por muchos años más. Cuando haya elecciones, no simulacros, las perderían como lo dicen las encuestas.

En el discurso de Ortega-Murillo los otros, los que no piensan como ellos, son sus enemigos y por lo mismo también del pueblo. En su visión se asumen no solo como representan sino encarnación del pueblo. Son el pueblo.

El discurso del odio legitima el uso de la violencia en contra de los que no son ellos. El insulto y la agresión de los colectivos sandinistas se ha hecho cada vez más presente. Los casos se multiplican. Siempre quedan impunes.

La familia Ortega-Murillo es hoy una de las más ricas del país. Son ya parte de la oligarquía nicaragüense. Ésta se enriqueció con los recursos de la ayuda venezolana a Nicaragua, controlada directamente por ella, y de múltiples negocios hechos desde la presidencia. Su riqueza recuerda a la del dictador Anastasio Somoza.

A pesar de ser parte de las más grandes fortunas del país, aliados con otros sandinistas que se han hecho millonarios al amparo del poder, entre ellos muchos militares, Ortega-Murillo promueven la confrontación entre los de "arriba" y los de "abajo".

De manera cínica, como lo hacen los populistas de izquierda y de derecha, se presentan como los defensores del pueblo bueno, el suyo. Les dicen luchan a su favor en contra de los oligarcas millonarios. Esconden que ellos y su familia son parte de ese sector económico y social.

Ortega-Murillo solo hablan a los suyos, que son cada vez menos, y les dicen lo que quieren oír. Es un discurso donde Dios siempre está presente. Se construye a partir de mentiras y el combate de los "enemigos" que ellos deciden conviene enfrentar.

En los discursos los fracasos económicos y el desastroso manejo de la pandemia son vistos como éxitos del régimen populista dictatorial que ellos encabezan. Elemento central de la narrativa, ante su fracaso, es presentarse como víctimas de un posible golpe de Estado, cuando ellos tienen el control del Ejército y todos los poderes del Estado.

El gobierno se ha hecho de los medios de comunicación y ataca e interviene de manera frontal a los que todavía no se les alinean, que son muy pocos. En estos diez últimos años en Nicaragua la libertad de expresión dejó de existir.

Las cárceles están llenas de periodistas que cumplen con su tarea. En la visión de Ortega-Murillo toda crítica periodística a su gobierno dictatorial es un ataque contra su proyecto de Nación, que supuestamente es el de la Revolución Sandinista, que hace años ellos traicionaron.

Ortega, que por años abusó sexualmente de una menor, la hija de su esposa, aparece cada vez menos en público. La comunicación recae en Rosario Murillo, la vicepresidenta. Una mujer que en sus intervenciones públicas viste de una manera peculiar. Ella, la populista dictatorial, se asume como poeta.