Rubén Aguilar Valenzuela

 El presidente Nayib Bukele, de El Salvador, asumió su responsabilidad en 2019 y a sus 39 años es el más joven mandatario de América. Con su triunfo puso fin a un ciclo de 30 años donde solo habían ocupado la presidencia del país dos partidos.
 
Analistas políticos nacionales e internacionales lo ubican como un populista pragmático y sin ideología, pero otros lo califican de un populista de derecha, autoritario e incluso con ideas y actitudes fascistoides.

En 2019 ganó la presidencia con una ventaja que hizo innecesaria una segunda vuelta. Fueron derrotados el candidato de la derecha tradicional agrupada en ARENA y el de la izquierda histórica, la antigua guerrilla, reunida en el FMLN.

El partido fundado por Bukele, Nuevas Ideas (NI), ha crecido de manera exponencial y, de la nada, bajo su liderazgo se ha convertido en la fuerza política más importante de El Salvador. Hace días se hizo de la mayoría absoluta de la Asamblea Legislativa.

En los meses de su gestión siempre ha tenido índices de aprobación por arriba del 70 %. Hijo de padre musulmán de origen palestino (Belén). Deja la universidad, donde estudiaba derecho, para empezar a trabajar en la empresa familiar dedicada a la publicidad.

Ya siendo autoridad de inmediato, como lo hacen los populistas, identificó a dos enemigos, para enfocar sus baterías: la Asamblea Legislativa donde la oposición era la mayoría y los medios de comunicación.

Bukele utiliza de manera intensa y muy eficaz el Twitter y las otras redes sociales. A través de ellos "gobierna", corre ministros, da órdenes o muestra imágenes que lo presentan como un hombre duro.

Su discurso incluye el concepto de pueblo, la descalificación a los poderes del Estado que no controla o lo contradicen, la crítica a los medios independientes locales e internacionales y a Dios.

Cuando lo considera necesario, como otros populistas, utiliza las instituciones del Estado, para investigar y golpear a sus adversarios. Y también la mentira en forma recurrente.

Su manera de comunicarse y decir las cosas, en una sociedad tan conservadora y tradicional como la salvadoreña, entusiasma a los jóvenes. En ese sector de la población tiene una gran aceptación.

Construye frases publicitarias de gran impacto como "que devuelvan lo robado", para referirse a los anteriores gobiernos a los que califica de corruptos y no sin razón.

Hay un trabajo muy planeado, dirigido por él mismo, para construir su imagen y promover el culto a la personalidad, presentarse como único y el presidente más cool del mundo. La manera en la que se viste busca subrayar esa condición.

Hace un uso intensivo de las encuestas. Con uno de los encuestadores de más confianza tiene conversaciones a primeras horas de la madrugada, para diseñar los mensajes comunicativos del día.

Quienes han estudiado al personaje plantean que en lo político su primer círculo, el de más confianza, está integrado solo por dos de sus hermanos.

El presidente con frecuencia subraya que su única ideología es el hacer y que sea con eficacia. Eso en un país donde los últimos 40 años ha habido una confrontación permanente y abierta entre la izquierda y la derecha.

Hay diversas versiones para explicar la reducción dramática de la violencia en El Salvador, pero es un hecho que ha tenido lugar durante el gobierno de Bukele. Él se presenta como un gobernante implacable frente al crimen.

El tipo de gobierno, el discurso y el comportamiento de Bukele, que con frecuencia aparece como un artista y un personaje frívolo, ha calado en la población salvadoreña.

Su éxito se basa en que ha sabido despertar esperanzas e ilusiones en una sociedad golpeada por la guerra, la violencia y la pobreza. Como otros muchos populistas se plantea como el mesías capaz de cambiarlo todo.