Rubén Aguilar Valenzuela

Al presidente de Filipinas Rodrigo Duterte (1945), por su manera de gobernar y comunicarse, se le compara con políticos populistas como Viktor Órban (Hungría), Recep Tayyip Erdogan (Turquía), Jair Bolsonaro (Brasil) y Andrés Manuel López Obrador (México).

Es hijo de un político que gobernó la provincia de Davao. Estudió Ciencias Políticas y Derecho. Fue fiscal de Davao y alcalde de la capital provincial. En sus siete mandatos, no consecutivos, estuvo al frente de la alcaldía 22 años.

Como gobernante de la ciudad más violenta de Filipinas, impuso el toque de queda para menores no acompañados y prohibió la venta y el consumo de alcohol en ciertas horas. Hubo mejora en los niveles de seguridad.

Pero estudiosos de la política Filipina sostienen que esa mejoría se explica, en gran parte, por los asesinatos extrajudiciales de sospechosos de crímenes y de drogadictos, por parte de la autoridad.

En 2016 fue elegido presidente de su país con una cifra récord de 16,6 millones de votos. Para celebrar su victoria, alentó a civiles armados a matar a traficantes. "Siéntanse libres de llamarnos o hágalo usted mismo, si tiene un arma (...) Abátanlos y les daré una medalla."

Los organismos internacionales de derechos humanos tienen registrado que, pocas semanas después de asumir el cargo, 2,000 individuos, supuestamente vinculados al narcotráfico, fueron asesinados por policías o grupos de vigilancia ciudadana.

Al ser elegido sus niveles de popularidad alcanzaron el 88 % y cuatro años después, al inicio del 2020, tenía  82 % de aceptación, un récord en su presidencia, un nivel de inédito para un presidente filipino e incluso para la mayoría de líderes mundiales. En el marco de la pandemia no se han hecho valoraciones. 

Se asemeja a otros populistas en que no acepta la más mínima crítica y con facilidad fabrica acusaciones para que sus adversarios vayan a la cárcel. Violenta sistemáticamente el orden jurídico, deprecia a las instituciones democráticas y se propone someter a los otros poderes del Estado al suyo de manera directa.

En sus discursos promete soluciones simples e ineficientes a problemas complejos. Se propone como el hombre fuerte que puede resolver todos los problemas. Juega con el sentimiento colectivo y promete que con él todo será diferente. Su tendencia al autoritarismo es muy evidente. Está sobre la ley.

Construye enemigos imaginarios y señala que su proyecto, para combatir la corrupción y la inseguridad está siendo amenazado. Así activa y motiva a sus simpatizantes. Es la manera de controlar a su base. Se hace pasar como un hombre del pueblo, que habla su mismo lenguaje. Dice lo que antes otros no se atrevieron.

Algo que lo hace diferente, dentro de los populistas, es su elogio de la violencia. De manera abierta predica el asesinato de traficantes y drogadictos como política de Estado, además de alentar abiertamente a policías y civiles a cometer esos homicidios.

La manera de gobernar y de comunicarse del presidente Duterte, es vista por la comunidad internacional como algo que no se puede aceptar, pero en el interior de Filipinas se le ve como un héroe y salvador del pueblo frente a los criminales. La sociedad le aplaude sus dichos y también sus hechos.