Rubén Aguilar Valenzuela 
El escritor español Jordi Soler plantea que la ciudadanía "cada vez acepta con más naturalidad que el candidato al ser elegido por el pueblo no solo no cumpla las promesas con las que convenció a sus votantes, sino que haga precisamente lo contario a aquello que prometió no hacer". (El País 30.05.15)

Describe de manera precisa, exacta, a un político como el presidente López Obrador que ya en el poder no ha cumplido con la mayor parte de lo que prometió en campaña y hace muchas cosas que afirmó nunca haría. Un caso emblemático es la militarización del país cuando se comprometió que al solo llegar a la presidencia regresaría al Ejército a los cuarteles. Es una de sus muchas contradicciones.

Muchos políticos de hoy, López Obrador no es un caso excepcional, van de pueblo en pueblo "convenciendo a sus votantes, hacen esa tradicional política de cercanía, pero siempre vigilando por el ojo electrónico qué va a colocarlo en las pantallas, y a catapultar los momentos brillantes de su discurso en la Red", dice Soler.

El presidente con su comparecencia mañanera y sus giras lo que busca es estar en los medios. El tema no es relevante lo que se quiere es estar. Grandes sectores de la ciudadanía quieren ver a la política como un espectáculo, a la manera de un reality show, y para eso el político tiene "que decir frases sonoras, con gancho, con el objetivo de llenar todas las pantallas que requiere el político para lograr, no que su mensaje cale, cuál mensaje?, sino una presencia mediática importante".

López Obrador hace extraordinariamente bien lo que plantea Soler como también lo logran otros gobernantes que ponen en la estrategia de comunicación todo su esfuerzo y dejan de lado las tareas de gobierno y los resultados de las mismas.

Estas pasan a un segundo plano. Estar en las pantallas es el propósito y esto "no exige lo que se diga sea verdad, basta con un apunte, con una ambigüedad dicha de manera convincente, con un proyecto más o menos vago, que se ajuste a los gustos y necesidades de la mayoría y, sobre todo, que pueda reajustarse en caso de que así lo indiquen las encuestas".

Esta opción de gobierno que pone a la comunicación al centro, no la acción, exige necesariamente la sobreexposición de parte del político y de su equipo "una gran capacidad de invención, hay que estar inventando permanentemente frases convincentes, no importa que no se ajusten a la realidad y la suma de esas frases inventivas, una tras otra, conforman un discurso que pertenece, más bien, al territorio de la ficción".

Los hechos demuestran que, en la época de la revolución televisada, no la real, "el político que solo dice la verdad pierda rating, aburre y no interesa". A las grandes audiencias, no les importa su real condición, lo que quieren ver son más y más espectáculos que las diviertan, para sobrellevar su cotidianidad, entre ellos los que dan los políticos. La política se degrada y la comunicación se trivializa.