Rubén Aguilar Valenzuela
"El mundo de la apariencia es lo que atrae las voluntades, el que persuade o disuade, mientras que el de lo que realmente alguien se queda en el misterio de la conciencia", afirma la filósofa española Adela Cortina (1947).

En su artículo "Conciencia y reputación" (El País, 12.08.15) desarrolla como en el hoy se construye la reputación de los personajes públicos, de manera particular de los políticos y cómo se relega la conciencia.

Es un propósito legítimo el tratar de labrarse una buena reputación a través de una vida y un trabajo que se rigen a partir de una ética personal y social.

"Los medios de comunicación sacan a la luz constantemente las valoraciones que la ciudadanía hace de los líderes sociales de los partidos políticos, con el sobrentendido de que su reputación influirá en los votos que recibirá su partido", afirma Cortina.
 
Esto, dice, siempre ha sido así, pero ahora, en la Era de las Redes Sociales, lo es más que nunca. "La visibilidad de las actuaciones aumenta de forma exponencial y la reputación se gana en votaciones de "me gusta" o "no me gusta" refiriéndose a hoteles (...) y un larguísimo etcétera", que incluye a los políticos.

De aquí se sigue, plantea la filósofa, "que crear buena reputación o destruirla no es difícil siempre que se cuente con la inteligencia suficiente como para movilizar las emociones de las gentes en una dirección, a poder ser con mensajes simples y esquemáticos que den en la diana de los sentimientos de la mayoría".

Nuestro tiempo, continúa, es "el de las reputaciones, y no el de las conciencias. Saber movilizar las emociones es la clave del éxito".

De una u otra manera "nos las arreglamos mal con nuestra mala reputación" porque la imagen pública afecta, para bien o para mal, la realidad del propósito de vivir feliz.

"La buena o mala conciencia se queda en el fuero interno. Parece la conciencia una cosa demasiado olvidada, como decía el principito de Saint-Exupéry. Nuestro tiempo es el de las reputaciones, no el de las conciencias", asegura Cortina.

Lo lógico, afirma la catedrática de la Universidad de Valencia, debería ser "confiar en que crea en su conciencia y en que la valore hasta tal punto que no está dispuesto a traicionarla a ningún precio". Así tendrían que comportarse las y los hombres públicos.

En la conciencia de que la apelación a la conciencia "no exime a una sociedad de elaborar leyes, a poder ser claras y precisas, referidas a la trasparencia, la rendición de cuentas y la responsabilidad. Dar cuenta ante la ciudadanía es lo propio de una sociedad democrática, en la que se supone debería gobernar el pueblo".

Para la filósofa de la ética "los iluminados que no quieren aceptar para sus actuaciones más juez que su propia conciencia son un auténtico peligro, y todavía más lo son los grupos de fanáticos que asesinan sin compasión por una fe grupal, del tipo que sea".

Y añade de que por eso "es esencial formar la conciencia personal a través del diálogo, nunca a través del monólogo, ni siquiera solo a través del diálogo con el grupo cercano, sea familiar, étnico o nacional. Somos humanos y nada de lo humano nos puede resultar ajenos, el diálogo ha de tener en cuenta a cercanos y lejanos en el espacio y en el tiempo".

"Cada persona ha de formarse su juicio y tomar sus decisiones, no puede depender solo de mensajes ajenos, si es que sigue teniendo un sentido el ideal de la libertad, entendida como autonomía personal" plantea Cortina.

Y concluye con un tema que hoy resulta fundamental y es dónde se forma la conciencia, la respuesta es difícil, pero "sin embargo, es preciso encontrarla si no queremos dejar de ser, junto con otros, los protagonistas de nuestra propia historia. Los artesanos de nuestra existencia, como aconsejaba Séneca".