Rubén Aguilar Valenzuela
En más de una ocasión, amigos especialistas en campañas electorales y comunicación de gobierno me han dicho que el presidente Andrés Manuel López Obrador es un genio de la comunicación al poner todos los días la agenda de lo que se discute en los medios.

No comparto esa visión. Pienso que es un político hábil que se propone, es partir de su estrategia política, marcar la agenda y lo hace a través del recurso fácil de la mentira y las ocurrencias. Él sabe que los medios no se resisten a cubrir ese tipo de información.

En la actualidad en el mundo existen una veintena de gobernantes, entre ellos López Obrador, que para estar todos los días en los medios utilizan esta táctica en el marco de su estrategia política y de comunicación.

Los hay que en términos de su opción política se dicen de izquierda o de derecha, pero utilizan la misma modalidad: las mentiras y las ocurrencias. Estas últimas, las más de las veces, no son espontáneas sino están pensadas.
 
A nivel internacional son muy sonados los casos del presidente Donald Trump y ahora del primer ministro Boris Johnson; y menos conocidos los de Jaír Bolsonaro, presidente de Brasil; de Nayib Bukele, presidente de El Salvador; y de López Obrador.

Ya en la presidencia de Trump, The Washington Post ha contado las mentiras que éste dice a lo largo del día que en promedio son nueve. Hay veces que dice más y otras menos. En ocasiones ha dicho hasta 100. Eso depende de la circunstancia y el sitio.

En el caso de López Obrador, SPIN-Taller de Comunicación Política lleva un seguimiento de las mentiras dichas en su comparecencia o espectáculo mañanero. El promedio es de diez al día. SPIN, a diferencia del diario estadounidense, no sigue al presidente a lo largo del día.

Su estimación es que podrían ser otras 10 o incluso más, para sumar por lo menos 20 diarias que serían el doble de las que dice Trump. Al mes el presidente estadounidense dice 270 mentiras y el mexicano 300 probadas y posiblemente 600.

No hay duda de que los presidentes Trump y López Obrador ponen la agenda de la discusión sobre todo en las redes sociales y los medios electrónicos y en menor proporción en los medios escritos.


Ilustración: Patricio Betteo

 

Desde hace años, a partir de investigaciones, sostengo que la opinión publicada no necesariamente genera opinión pública. La primera es sólo estar presente en los medios y la segunda, que a partir de esta, las distintas audiencias articulen o cambien su opinión.

Reiteró que en estos tiempos es fácil para un gobernante, en cualquier lugar del mundo, estar en los medios y marcar la agenda de la discusión a partir de mentiras y ocurrencias. Solo se requiere de un tipo de personalidad, pero sobre todo de una ética política que lo permita.

¿Cuál es el resultado y la rentabilidad del uso de esta táctica en el marco de la estrategia? En el caso de Trump es muy claro. Decir las mentiras y las ocurrencias que quieren oír sus electores le ha permitido mantener su fidelidad.

Las encuestas revelan que a lo largo de su gestión no ha perdido a ninguno de sus votantes, pero tampoco ha ganado uno nuevo. ¿Su consistencia en el seguimiento de su estrategia de comunicación le van a permitir reelegirse? Este año lo sabremos.

El caso del presidente López Obrador es distinto. Todas las encuestas dan cuenta que desde el inició su mandato su imagen positiva ha caído. En ninguna ha crecido. Entre ellas existen diferencias al señalar los porcentajes.

A pesar de su abrumadora presencia en los medios (opinión publicada), el presidente pasó en algunas encuestas de una valoración positiva del 80 %, en enero de 2019, a 70 % ó 60 % en diciembre ese mismo año. Y en otras del 67 % al 56 % en ese mismo período. La caída de su imagen positiva va del 10 % al 20 %.

Los datos dicen que poner todos los días la agenda de la discusión en los medios no hacen crecer su imagen positiva. Se podría argumentar que si no fuera así su caída sería más pronunciada. Es una posibilidad.

El presidente construyó un mito en torno a su persona que es poderoso. Los mitos son más potentes que la realidad. Todas las mañanas el presidente se muestra como un gobernante con muchas limitaciones y un gran desconocimiento de la realidad.

Su capacidad compulsiva de mentir y sus ocurrencias, cuidadosamente pensadas, le abren frentes que de no exponerse todas las mañanas no tendrían lugar. En ese caso y el mito ocuparía el espacio y su valoración sería más positiva.

A los suyos ya los tiene y hay formas de comunicación más rentables. A los críticos les da material, para atacarlo y descalificarlo. Dejar de mentir y decir ocurrencias lo harían ver más cómo a un presidente y menos como a un político dispuesto a todo con tal de estar en los medios.