Historia
La fundación de la Misión de Santa María de las Parras y Laguna Grande de San Pedro se realiza el 18 de febrero de 1598. En esa fecha se celebra una misa en la cueva de Texcalco. Los fundadores de esta misión fueron el sacerdote jesuita Juan Agustín de Espinosa, el capitán Antón Martín Zapata, el escribano Francisco de Andrade y el mayordomo Baltasar Rodríguez.
En 1599, por órdenes expresas del virrey Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey, se procedió a trasladar hasta esas tierras a un grupo importante de indígenas tlaxcaltecas, que en ese entonces radicaban en el pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, adyacente a la villa de Saltillo. En la zona ya había hacendados españoles y criollos, con mano de obra de esclavos africanos.
Las estimaciones de la población lagunera antes de los estragos causados por las enfermedades traídas de Europa hablan de la muerte de 24 000 indígenas a mediados del siglo XVI; en la época de la fundación de la misión la población era de 18 000 indígenas. Esta cifra disminuye a dos mil familias a finales de la primera década del siglo XVII, y para 1625 tenía una población de 1 600 personas.
La estrategia misional de los jesuitas fue la misma que se implementó en las misiones de Sinaloa, Sonora y Baja California, y antes en otras regiones del imperio español en América del Sur.
La Compañía de Jesús pronto se convirtió en un productor vinícola importante. Los pueblos visita, en la parte oeste de la comarca lagunera, fueron abandonados durante la guerra de los tobosos del siglo XVII, y esto dio lugar a que los jesuitas construyeran ahí un gran latifundio en el siglo siguiente, lo que les convirtió en los principales terratenientes después de los marqueses de San Miguel de Aguayo.
Los jesuitas tenían una estructura organizativa flexible y una gran capacidad de adaptación a nuevas y distintas circunstancias. Así, adaptaron su presencia en Parras después de la secularización, y transformaron la misión para indios laguneros cazadores y recolectores en un colegio, que hacia el siglo XVIII eran ya de mayoría de alumnos de origen tlaxcalteca.
Esta adaptación ayudó a preservar las tierras de la misión aun después de su secularización, situación que enojó a muchos a los hacendados que querían para ellos las tierras y las aguas de los indios y de los misioneros. En la regla de la Compañía de Jesús estaba que cada residencia y colegio debían tener propiedades productivas para su propio mantenimiento.
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Desde mediados del siglo XVI prosperó en la región de Parras un grupo de hacendados, el más destacado Francisco de Urdiñola, un explorador y conquistador vasco cuyos descendientes acumularon grandes extensiones de tierra y paulatinamente crearon con ellas uno de los más grandes mayorazgos de la Nueva España: el marquesado de San Miguel de Aguayo.
En 1593, José de Aslor y Virto de Vera, Segundo Marqués de Aguayo, obtuvo por merced del rey Felipe II de España un conjunto de 15 sitios de ganado menor, tierras en las cuales construyó un amplio espacio hacendario conocido como San Lorenzo de la Laguna, lugar en el que posteriormente serían fundadas algunas de las ciudades más importantes de Coahuila, como Torreón, e incluso de Durango.
En Parras se encuentra la vinícola más antigua del continente americano, fundada en 1597 por don Lorenzo García bajo el nombre de Vinícola San Lorenzo y que a partir de 1893 lleva el nombre de Casa Madero, que funda Evaristo Madero Elizondo en las instalaciones de la Hacienda de San Lorenzo.
Los descendientes de Francisco de Ibarra expandieron constantemente sus propiedades alrededor de Parras, ya sea por compras, matrimonios, engaño o a la fuerza. En varias ocasiones, durante los siglos XVII y XVIII, sus herederos trataron de confiscar las tierras y el agua de los misioneros y de los indios, pero estos pudieron detener e incluso revertir algunos de sus peores abusos.
No fue hasta después de 1767, con la expulsión de los jesuitas, que los descendientes de Francisco de Urdiñola, y otros hacendados, pudieron irse sobre las tierras de los indígenas y las propiedades que los jesuitas tenían para mantener sus obras.
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