Héctor A. Gil Müller

El próximo domingo 10 de abril, el padrón electoral vigente en México podrá responder en diversas casillas instaladas e integradas por ciudadanos y ciudadanas convocadas por el INE, la pregunta: “¿Estás de acuerdo en que a Andrés Manuel López Obrador, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, se le revoque el mandato por pérdida de la confianza o siga en la Presidencia de la República hasta que termine su periodo?” este ejercicio denominado “revocación de mandato” se realizará por primera vez en México. En un entorno eminentemente seguro para el presidente que seguramente habrá de contar con un fuerte respiro político y también un balance exclusivo y por demás útil del potencial electoral en cada uno de los distritos.

El padrón es de más de 92 millones de posibles votantes, para que el ejercicio sea vinculante, es decir que cause sus efectos legales, debe contar con una participación mayor al 40 por ciento del padrón, es decir 37 millones 129 mil 287 ciudadanos. El histórico más próximo es la consulta por el enjuiciamiento de los expresidentes, la cual alcanzó por debajo del 8% de participación según el Instituto Nacional Electoral. Mientras que las elecciones federales realizadas durante 2021, alcanzaron una participación del 52.66% del padrón.

Los números se ven contrastantes, en un ejercicio que parece enfrentar a la oposición con el presidente. Pero la figura de la revocación ¿será útil?, el argumento parece legítimo, que mejor ejercicio democrático que mantener la facultad de decisión ahora en un tiempo menor. Independientemente de lo que ocurra este 10 de abril, piense en los próximos sexenios, aunque por cómo nos hemos comportado seguramente la primera decisión de quien triunfe contra AMLO o su legado será quitar esta figura como algunas otras obras emblemáticas. ¿no le parece? Romantizar la situación nos puede ocultar muchas cosas. Claro que es útil tener elementos para sancionar un ejercicio desmedido o contrario a los fines esperados. Pero esa decisión no debe estar en la seducción de la campaña sino en otros elementos de juicio que sean mucho más objetivos.

La solución no está en acortar los tiempos, al contrario, creo que eso ha sido nuestra dolencia, en que cada sexenio se deshecha un programa y se insta a volver a empezar. Exigir resultados inmediatos no es correcto cuando los problemas son complejos. En un marco regulado, en que las decisiones no son simples, la rapidez puede jugar en contra. Cuando México tuvo vicepresidentes, siempre se dedicaron a buscar las oportunidades para impedir que el presidente en turno siguiera con su función. Nos costó varios magnicidios hasta entender que la ambición va más allá de una norma.  Cuando tiranizamos en la seducción de la campaña la posición que eminentemente es ejecutiva, buscamos el consenso mientras lo que se requiere es la decisión. Convertimos a un funcionario en un candidato y facultamos en política que lo importante no sea el partido, institución que trasciende a las personas, para centrarse en la campaña personal de quien está en una función. Abrimos la puerta a una campaña contra uno mismo, pero en medio de una campaña mayor. Seguramente como ejercicio es bueno, porque la participación siempre lo es, pero en nuestro contexto pareciera ser la caja de pandora, una caja seductora de la que saldrán más demonios que dones.