Héctor A. Gil Müller

El ser humano, de manera instintiva y posteriormente cultural hemos dado a la altura la cualidad de poder. Lo alto representa poder, por ello el rey porta la corona que aumenta su altura, se sienta el poderoso a la cabecera en una silla que denota una mayor altura. Incluso en lo arquitectónico; durante episodios históricos fue fácil relacionar la entidad poderosa con la altura de sus edificios, así los templos y majestuosas catedrales, dieron cabida durante el renacimiento a las altas construcciones universitarias que se empequeñecieron cuando los majestuosos castillos del antiguo régimen se elevaron. ¿Hoy quién ocupa los altos edificios?

Un poderoso no admite sanción en contrario, hoy las más altas edificaciones encierran un poder misterioso capaz de autorregularse como es la economía. Que, aunque sus caminos están advertidos y hasta cierta manera regulados por un orden jurídico, sus senderos tan sinuosos se pierden en un bosque confuso. La economía está sujeta de alfileres, afirmó alguna vez alguien, pero lo importante no son los alfileres, sino a qué está sujeta. Porque mire que si afirmamos que la economía la traemos en el corazón pues cada alfiler nos va a recordar que existe. Ojalá algún día se sujete la economía con listoncitos o curitas y no con alfileres.

En algún momento la sociedad construyó los bancos, primero algunos cambistas en las ferias de comercio y después como representación de la riqueza. Me gusta la definición de Marx, pero no del teórico, sino del práctico Groucho Marx, quien dijo: “Un banco es una institución que te presta dinero solo cuando le demuestres que no lo necesitas”.

Los anuncios que viajaban entre esta cuarta ola de contagios provocada por COVID ha sido la venta de BANAMEX por parte de Citigroup. Una decisión postergada desde hace tiempo que parece mostrar, al menos así se está captando entre mercados, la difícil situación de Citigroup y no de la economía mexicana. Sin embargo, la noticia parece ordenar los reflectores en los magnates nacionales, un concepto que la banca había perdido desde hace algunos ayeres.

Al banco se le atribuye más que una palanca una carga. En la cultura parece clavarse como alguien contrario al honor, el estigma del FOBAPROA entendido por cada quien como mejor le viene en gana nos dice que es bueno que el Banco más antiguo del país regrese a manos de mexicanos. Pero en el mundo global, competitivo y con instituciones cada vez más interconectadas, que no se piense en inversionistas extranjeros nos susurra, con cierto peligro, que vivimos de lo que hay en casa. Banco Azteca lo quiere, como también BANORTE e INBURSA, la reflexión histórica sería genial si el Banco Azteca compra al Banco Nacional Mexicano. 500 años después de la conquista viene la revancha con taparrabos.

Mientras siga su turno al bate, el banco está a la banca, no porque suspenda sus operaciones, sino porque busca quien gane con ellas. Mientras tanto, millones de usuarios siguen en la fila. Trayendo y llevando, metiendo y sacando, en una fila esperando turno. Uno para agarrar el bate y otros para pagarlo. Pero un banco en la banca debe durar poco, porque el mensaje es fuerte.