Héctor A. Gil Müller

Santiago Nieto, quien fungía como Jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera presentó su renuncia al cargo tras los escándalos públicos causados por la fiesta de boda con la Consejera del Instituto Nacional Electoral Carla Humphrey enmarcada entre lujos y asistentes importantes.

Varios comentarios, ante una situación que expresa una noción que pretendemos olvidar, y aunque no haya razones si hay emociones. El discurso lopezobradorista de combate a la corrupción se ha mantenido sobre varios pedestales. La ausencia de una imagen de honestidad y buen ejercicio del recurso se ha suplido por la modesta austeridad. Es decir, confundimos la austeridad con la honestidad. Una boda en el extranjero, con más de 300 invitados, independientemente del costo y la posibilidad de pago de cada contrayente pero que atrajo los reflectores fue un mensaje contradictorio a tal política. Es fácil confundir el concepto justicia con el de venganza, entonces la opulencia, específicamente aquí, no fue bien vista.

Pesan sobre la pareja varias cargas más, Nieto como uno de los atacantes más recios pero mesurados que encarnó los colmillos presidenciales en su búsqueda de responsables seguramente lastimó algunos cotos de poder. Lejos de presentarse como un radical fue mesurado durante su ejercicio, que a otros radicales pudo no gustar. La caída del Morenista Salgado Macedonio de su candidatura en Guerrero estuvo apoyada por Carla Humphrey. Renunció también la Secretaria de Turismo de la Ciudad de México Paola Félix quien tras su regreso de la boda se publicó la acusación que pretendía ingresar al país 25 mil dólares de manera ilegal. Esto afectó la imagen de quien ha subido en bonos recientemente Claudia Sheinbaum. La lista de participantes a la ceremonia demostró una fuerza, lógica desde tal posición y con buena trinchera, pero finalmente posible para formar una tribu, como los partidos han buscado llamarse. Una tribu representa un colectivo que lejos de tener metas busca saciar necesidades.

Leer entre líneas siempre es bueno, aunque no debemos ver más allá de lo que muchas veces es, tendemos a interpretar y cambiar su sentido, un buen principio es el de Hanlon para estos temas: “nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez”, pero en tal sentido el error fue la transparencia y publicidad que tuvo la ceremonia.

El funcionario debe empatizar con un país dolido por el lastre de la corrupción, pero sobre todo insultado por el despilfarro y la opulencia con la que quien hizo mal uso vivió. A juzgar por las notas periodísticas el encono cayó sobre la champán, bebida que se ha supuesto de opulencia. Quizá ese fue el error. En política, como en todo, la congruencia entre lo que se dice, se hace y se piensa es la integridad.

La champán es costosa por su proveniencia de una específica región, llamada Champagne, que viene de la voz latina campus y su derivación “campaña”, requiere dos fermentaciones para su elaboración y fue la bebida del emperador Luis XIV, el Rey Sol. Irónico, que ahora para parecerse al Rey Sol se deba tener un par de fermentadas aprobaciones para poder avanzar en ciertas regiones sin dañar la campaña.