Héctor A. Gil Müller

Uno no debería andar aconsejando con evidente ligereza. Porque el que aconseja es siempre juzgado sobre aquel consejo que da. La línea entre la soberbia y la jactancia es muy delgada y se mueve con facilidad. Lo que antes era humilde hoy es lujoso, es más lo que antes era “nunca” hoy son “depende”.

Menos debería aconsejar uno que es nadie, si bien con el tiempo y las canas se gana el respeto y entonces ya pudiera yo aspirar a ser un don nadie, el “don” siempre legitima, lo hace a uno diferente, me parece que es de los pocos regalos que conlleva la madurez, afortunadamente no lo hemos clasificado e impuesto a una sola clase, regalamos el don a todos que por el tiempo transcurrido han dejado de ser alguien, que noble es México que aún no vende sus “dones” aunque tampoco aprovecha sus otros “dones”. Continúo con el compromiso de aconsejar, gracias a los consejos es que podemos meternos en lo que no nos llaman, a cada uno se nos ha sido conferido diversas medidas de observación, análisis o capacidad de juicio y es en ellas en las que descansa nuestra capacidad.

Entonces, tras la perorata. Los griegos, sabia conciencia que inspiró lo que después hilvanaría la historia, decían que convence lo que conviene, nada más acertado. Cada decisión, emocional como la mayoría, conlleva un elemento que nos refleje y nos lleve a donde queremos. No siempre ese destino concuerda con lo mejor, pero si con lo conveniente. Reforzar el mensaje de conveniencia es importante, pero los mensajes no se aclaran en el discurso, sino en la escucha, es la capacidad de escucha la que determina su claridad. Esos modos son política.

Los griegos también definían al tiempo con dos buenas palabras, el “kronos” que medía los minutos y el “kairos” que medía los “momentos” el primero traía las temporadas de la vida y el segundo las estaciones, que como episodios dejan risas o lágrimas. Así transcurre el tiempo pudiendo contabilizarlo en números o en épocas. Hay que ser sensible a las épocas, y aunque todo tiempo es político, no todo momento lo es. Saber cuándo reflejarse y cuando no hacerlo determina la sabiduría del que no solo suma el tiempo, sino que lo aprovecha.

También los griegos, entre sus escuelas buscaban la felicidad, hábito tan anhelado que resultaba tan esquiva su definición porque como la furia y la feria, como el sonido que el viento hace al correr, se mueve con rapidez. Entre las escuelas de filosofía griegas los epicúreos construyeron el concepto de “ataraxia” un estado intermedio entre el placer que los cínicos se habían apropiado y el sufrimiento que los estoicos habían conquistado. El punto medio entre dos puntos es la forma de vulnerabilidad que acerca los otros, no la víctima que sufre e inspira lástima, ni el superdotado que se insensibiliza, el justo medio, el común es el que se aproxima. Así el que convence de convenir justo en el momento oportuno siendo próximo a lo que se busca se convierte en la opción.

En México, a mitad del sexenio, ya ha empezado la carrera por la sucesión, una sucesión que insiste en las nuevas formas políticas ante un votante convencido, tiempo de convencer sobre lo convenido parecen insistir los griegos.