Héctor A. Gil Müller

Muchas palabras hemos ido modificando conforme avanza el lenguaje en su pálido pero dinámico andar. Porque el lenguaje también anda y mientras lo hace observa los parajes por los que pasea incorporando palabras a su larga y suficiente lista. Tan infinita como el tiempo. Va solo cambiando acento. 

Palabras cansadas como “dysanía” que es la sensación de no querer levantarse de cama por la pesadez de las sábanas, más bien otras cosas son las que pesan. Otras con claras remembranzas pictóricas, como la “S” cuyo sonido se aparenta al silbido de la serpiente como también su forma. Hay quien cuenta que la “f” encierra entre su sonar al viento cuando corre, da origen a palabras como flauta, fuga, felicidad o furia, que son rápidas como el viento en un mundo que se antoja más rápido aún. 

Pero una palabra que hemos ido modificando y, peor aún, abandonando es el honor. Me parece que el honor lo hemos llevado abajo del poder. Los cargos ya no son para conquistar una noble posición de honor sino para acaparar poder, en algún momento dejamos de ambicionar el honor para conformarnos con el poder. Siempre será un pobre sustituto.

Honor proviene del latín “honos”, que describe ciertas cualidades como rectitud, fama, decencia, dignidad, respeto. Pero la palabra es interesante porque no integra esas cualidades per se, sino que muestra la glorificación en público de esas cualidades, para integrar las cualidades en una persona se usa “decus” o “probus” o “integer” que señalarían la posición real e individual de esas virtudes en la persona y que, al notarse en público, serían dignas de honor, de ahí viene decencia, probidad e integridad. 

Hemos reducido lo honorario a lo gratuito, cuando en realidad es aquello que encierra verdadero valor. Hoy los cargos honorarios encierran el estigma de no perseguir ningún sueldo, quizá desde ahí empezamos a minar su valor. Cuando enfrentamos a sabiendas, que el honor no merece comer. 

El honor se aprende en casa, con el respeto a cada persona, se aprende en la calle con el respeto a cada cosa y se aprende en la escuela con el respeto a cada saber.  En cada ambiente se juzga y alimenta al honor, siempre que así se tenga la intención, porque ninguna cosa humana crece sin intención, todo exige su desarrollo aun antes de su comprensión. Debe ser cosa solamente humana el honor, una virtud conferida solo aquellos que tienen la virtud de contenerlo. 

Me parece que ahí está la esencia del combate a la corrupción y que su opuesto no es la anticorrupción sino el honor. Cuando empecemos a disminuir el poder y lo tengamos encerrado abajo del honor construiremos un mejor ecosistema político, porque hasta ahora parece ser solo una jungla de voces amenazantes. 

Sacrificamos el buen nombre para tener un nombre de fama. La vertical del hombre, sobre lo único que debe pesar un juicio es el cumplimiento de su propio menester, el oficio celosamente cumplido sería un acto de honor. 

Yo soy Héctor Gil Müller y estoy a tus órdenes.