Héctor A. Gil Müller

En El Salvador, el régimen del presidente Nayib Bukele ha realizado una reforma a su normatividad que obliga a los estudiantes a acudir a clases con un uniforme pulcro y un peinado adecuado. La pena por el incumplimiento es la negativa a ingresar al centro escolar. Ante el inicio del ciclo escolar en el sureño país, las filas de los niños en las peluquerías se han difundido entre redes sociales. La burla de unos, el aplauso de otros, la realidad de aquellos se conjuga en una acción que destaca al comparar esas exigencias con otros países. La ministra de Educación en El Salvador ha apoyado la normativa señalando el compromiso con el futuro y la necesidad de formar desde temprana edad el orden y disciplina.

La acción de esta política del peinado surge en medio de los movimientos reeleccionistas que continúan avanzando y permitiendo la posibilidad de perpetuarse en el poder a Bukele. La educación constituye nuestro más importante centro de cultivo para el ciudadano que tomará las decisiones esenciales del futuro. La educación entrega la tradición cultural y resguarda los valores y principios considerados por la colectividad como importantes. Aunque la escuela no es la única que educa, me gustó mucho la frase que dice: “La escuela es la segunda casa, cuando el hogar es la primera escuela”, muchos otros educan, no todos ellos con la intención buena sobre el futuro, pero si con los mecanismos propicios para transmitir e instaurar una rutina. La escuela ha perdido el monopolio hasta de capacitar para el trabajo, pero continúa siendo la institución social más importante en ese sentido y por ende formadora de los hábitos futuros.

Las rutinas que se construyen en la escuela son los comportamientos que se ostentan en el futuro, por eso, lo que se siembra se cosecha, en mayor medida que lo sembrado y después de haberse sembrado. La implementación de medidas y límites parecen chocar con un entorno liberal, en el que con claridad se ha malentendido la libertad. La libertad no es la ausencia de límites, al menos no la libertad que necesitamos. Sin los límites no tenemos ni seguridad ni velocidad en nuestro andar. El pesado yugo de una libertad que mas bien es soledad, trae una pérdida de la identidad, de los modelos a seguir de las normas que ponen freno a nuestros instintos que no son provechosos. La vida sin normas pierde sus formas escribió Benedetti, la libertad sin los límites a la misma es un libertinaje peligroso que lo único que trae es la zozobra de no andar con seguridad y velocidad al no saber donde acaba el camino.

En México hay una prohibición a actos discriminatorios, entre ellos a juzgar a una persona por su apariencia o corte de cabello, por lo que la prohibición de acceso da lugar a la queja ante las instancias correspondientes. Conviene y es de sabios reflexionar, si solamente la afectación a terceros sería el único límite que correctamente deba existir. Seguramente muchos prejuicios aparecen, la lucha de una cultura se impone a muchos derechos, como lo demuestra la historia, pero también es sabio entender que la cultura marca la pauta de aceptación en un momento determinado y conlleva la gracia del futuro. Por lo pronto esperemos que los millones de niños mexicanos vayan a la escuela con una mente limpia y un corazón que forje un carácter dispuesto a aprender y construir el futuro.