Flor Rentería

Queridos amigos, se encuentra ya en ejecución el “plan” de vacunación contra el covid-19 del gobierno federal, y aun cuando no lleva ni un mes, ya ha demostrado ser una estrategia opaca, ejecutada terriblemente, y que cambia con una tremenda facilidad, dependiendo del humor del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Aunando a lo anterior, cabe señalar que en esta estrategia estamos sujetos a muchos factores, además de todos los internos, a uno externo muy importante, que es la disponibilidad en el mercado de la vacuna al Covid-19: todos los países del mundo la quieren, y ante tal demanda, la oferta del medicamento no ha alcanzado a dar el abasto necesario.

Al día de hoy, las vacunas que están en el mercado son la de Pfizer-BioNTech (estadounidense-alemana), la de ModeRNA (estadounidense), la Sputnik V (rusa), la de Oxford-AstraZeneca (inglesa), la de Sinopharm (china) y la de Sinovac (igualmente china); la anterior lista además está elaborada en orden de efectividad, pues mientras la vacuna de Pfizer alcanza una efectividad de hasta 95%, las Sputnik y AstraZeneca apenas llegan a un 70%, y las de origen chino ni siquiera han sido aprobadas por ninguna agencia médica fuera de dicho país, por lo que no se tiene datos fidedignos. 

Si bien la vacunación va avanzando, es natural que estas empresas den prioridad a sus propios países de origen, simplemente por la facilidad que es producir y distribuir en sus propios territorios, por lo que no nos queda de otra más que seguir avanzando a cuentagotas, en la esperanza que algún día lleguemos a inocular a toda la población.

Situaciones como estas nos hacen preguntarnos: ¿Por qué no existe una vacuna mexicana? ¿Acaso en México no existen científicos con la capacidad para descubrir la cura a enfermedades, como si lo existen en otros países? La respuesta a estas preguntas es sencilla: en México si existen científicos, pero no existe en el gobierno mexicano ningún tipo de disposición para promover la ciencia y la tecnología.

Hablemos con números: Desde el inicio de este gobierno, uno de los más grandes damnificados de los ahorros presidenciales han sido los campos científicos y de investigación, extinguiéndose todos más de 100 fideicomisos que la mayoría iban orientados a la ciencia, y además recortando el presupuesto en la materia a su número más bajo en los últimos diez años. 

El Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias Ismael Cosío tuvo un recorte este año de 17.3 % de sus recursos (si, en pandemia), el Instituto Nacional de Cancerología tuvo un recorte de casi el 40% de sus recursos, y así sucesivamente. Los únicos rubros que no han disminuido son el aeropuerto, el tren, y la compra de estadios de beisbol, proyectos que el gobierno ha catalogado como “prioritarios”, pero cuyos contratos ha reservado y ocultado sin reparo.

Queridos amigos, no esperemos que el gobierno de Andrés Manuel invierta en ciencia, tecnología y educación; no obstante que esta fue una de sus banderas de campaña, hoy se revela como siempre ha sido, un Nerón moderno, que mientras su país arde, el sueña con el beisbol.