Samuel Rodríguez Martínez

En el año 2000 sucedió lo impensable en la vida política de nuestro país, nuestro partido, el invencible PRI, perdía por primera vez la Presidencia de la República, para el priismo nacional era un revés importante, pero se pensó que eso sería solo algo pasajero, en los estados hasta se respiró con satisfacción al sacudirse momentáneamente la opresión del poder presidencial.

Sin embargo, nada de fondo se hizo en el partido, la estrategia consistió en despedazarse entre los grupos de poder al interior del mismo, luchando por sus despojos y tratando de mantener el control de las decisiones partidistas que les permitiría a unos o a otros llegar a la sucesión presidencial con la fuerza necesaria para encabezar la candidatura priista, la lucha fue cruenta y el desgaste tal que lo que se veía en el panorama electoral era literalmente la “crónica de una derrota anunciada”.

En el 2006 se vivió la elección presidencial que en ese momento parecía lo peor que podía sucederle a nuestro partido, ya nada más podía pasar, se decía, se llegó a hablar de la desaparición del partido o de su refundación, llegaron los iluminados y reorientaron conceptualmente nuestra organización política, ya no seríamos de centro-izquierda, sino que nos convertiríamos en social-demócratas, aunque nadie en la dirigencia se encargó de explicar a la militancia en qué consistían las características mínimas de esta definición ideológica o, lo que es lo mismo, “somos esto porque así lo definimos”.

Al partido lo convirtieron en moneda de cambio, sirvió para negociar espacios y jugosas ganancias para quienes poseían la franquicia. Durante varios años, para la dirigencia nacional lo importante era servir “patrióticamente” a los intereses de nuestros adversarios políticos y su tarea sirvió hacer transitar sin mayor preocupación al calderonismo.

Tuvo que ser desde los estados donde se diseñó la recuperación del partido, la unión de los gobernadores recuperó la dirigencia nacional, se elaboraron estrategias político-electorales y se arropó a quien en ese momento representó la esperanza del priismo.

Con trabajo, propuestas y cercanía con la gente, la dirigencia nacional encaminó a nuestra militancia al triunfo, la contienda se ganó y el priismo recuperó la fuerza política para seguir encabezando las demandas sociales de los mexicanos.

El Gobierno de la República encabezado por el presidente Peña Nieto inició la transformación de nuestro país, el desgaste de su Administración por las políticas públicas aplicadas fue brutal, en virtud de los intereses económicos que afectó para beneficiar a los mexicanos, particularmente en lo referente a las reformas en las telecomunicaciones, sin embargo, los resultados serán evaluados en el corto plazo y habrán de darle la razón a quien decididamente las impulsó aun a costa de su popularidad política.

Mientras eso sucedía, en nuestro partido se volvía a perder el rumbo, la confianza y la comodidad por la posesión del poder político volvió a entorpecer el trabajo de representación popular; se descuidó a la militancia, se eliminaron espacios importantes de debate al interior del partido, se eliminó la representación de la militancia al reducir el Consejo Político Nacional, se instauró estatutariamente el “dedazo” al crear la Comisión Nacional para la Postulación de Candidatos, práctica que durante años criticamos a nuestros adversarios de Acción Nacional.

En la elección presidencial de este año no fuimos adversarios de cuidado, la decisión de querer parecernos a todos y a nadie nos llevó al resultado conocido, los priistas somos eso, priistas y nuestros militantes defienden con firmeza su identidad, la estrategia fue equivocada.

Verdaderamente, perdimos el camino, nuestra militancia y lealtad no están a prueba, pues se han forjado a base de lucha y disciplina partidaria constante, pero en el horizonte cercano no se vislumbra vereda segura para continuar el camino.

Las últimas decisiones al interior de nuestro partido deberán ser respaldadas, aunque desde los estados pareciera que estamos volviendo a observar una película archivada en los estantes de los años del foxismo y del calderonismo.