Gerardo Moscoso 

La encrucijada que se abre ante la crisis ecológica se podría definir por sus viables sucesos: ¿Tal vez la superación del capitalismo desarrollista va a ser dirigido como opción centralizada y planificada por las tecnocracias del poder, incluso por un Estado Global? ¿O bien serán los esfuerzos dispersos de los trabajadores unidos quienes de una manera desordenada y próxima irán rompiendo la dominación neoliberal en defensa de sus intereses de supervivencia?

Si los grupos ecologistas se dejan manipular y carecen de una perspectiva revolucionaria sensata, si cada problema se reduce a esta o aquella “contaminación” aislada que técnicamente podría solucionarse con nuevas patentes “no contaminantes”, producidas por el mismo sistema económico global, la posibilidad de que sus luchas sean recuperadas sería una realidad.

De otra manera, ¿cómo podría explicarse que transnacionales importantes, fabricantes de autos y otras grandes empresas, subvencionen estudios ecológicos encargados por el grupo empresarial y político “Club de Roma” fundado desde 1968, siendo ellas directamente responsables de la degradación ecológica del planeta entero? Cuando las grandes empresas petroleras y eléctricas que impulsan la “nuclearización” del mundo como respuesta a la crisis del petróleo controlan al mismo tiempo, la investigación de las energías alternativas, no nos hagamos tontos, no es solo para frenar y arrinconar posibles soluciones tecnológicas que cuestionan sus intenciones, sino, sobre todo, por una estrategia de dominio global.

Esta estrategia va más allá de la simple recuperación de la protesta ecologista manteniéndola dentro de los límites del sistema: para ello, sería suficiente mantener la calidad ambiental en las metrópolis dominadas por el neoliberalismo, mientras que el tercer mundo es sometido a la expoliación de recursos, a la exportación masiva de armamentos, a guerras programadas y experimentales, a dictaduras militaristas cuando esos pueblos se rebelan. Este mecanismo permite históricamente reconvertir las protestas obreras en sindicalismos reformistas, propensos al pacto social para recoger las migajas de la explotación del sistema neoliberal.

Hay una sorda lucha de poderosos intereses por la hegemonía en la sociedad tecnocrática a través de esos ejecutivos que tanto se parecen en sus hábitos y mentalidad a los que Orwell intuyera en su “1984”.

 

(Continuará)

 

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