Gerardo Moscoso Caamaño

Es evidente que el mundo ha cambiado tanto en tan poco tiempo que hoy los conceptos clásicos de derecha e izquierda parece que quedaron superados.

Sí, puede que sea una división demasiado esquemática, cuando de todos es conocido que en el mundo actual dominan la pluralidad, el matiz y la confusión.

Progresista: ésa es una palabra que me gusta, un término que creo que sigue intacto y que puede definir cierta manera de comportarse frente a la vida. Progresista radical, en el sentido estricto de ir a las raíces de las cosas, de intentar observar el armazón del mundo.

De esa radicalidad hay que decidir y tomar partido, “partido hasta mancharse” como dice el poeta Gabriel Celaya; porque siguen existiendo bandos, y si no te decides, ya se sabe, otros decidirán por ti.

Desde esa radicalidad, en fin, quedan muchas batallas todavía que librar. Algunas de ellas son urgentes y graves: como el avance de la derecha neofascista en el mundo, la llamada” cuarta transformación”, (¿?), el Tren Maya, la proliferación de oportunistas, trepadores y aduladores durante los más de 100 días de iniciada la actual administración, etc., etc. Las cosas, dicen que están cambiando, pero hay otros que pensamos que se están disfrazando. Al tiempo.

Porque una cosa es reconocer que las situaciones anteriores hoy pudieran resultar anticuadas y otra el creer que eso confluye en una componenda turbia y sin perfiles, en un residuo indefinido e intercambiable.

Al contrario: continúan existiendo las diferencias. No todas las actitudes personales son iguales en cuanto a su reflejo en la sociedad. Menos que nadie, en los políticos: “por sus hechos los conoceréis”

Sigue habiendo simuladores y engañados, explotadores y explotados, criminales y víctimas, liberales y conservadores, progresistas y reaccionarios.

El mapa de la maldad social hoy, ya no está sujeto a planillas ideológicas. Un izquierdista de toda la vida puede comportarse como un opositor indecente, mientras que un liberal burgués puede impulsar medidas progresistas.

Se acabaron las normas: hay que investigar la realidad en cada caso, estudiar los programas y sacar conclusiones personales. Es un proceso más complicado y más incierto, pero también más honesto y saludable.

 

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