Gerardo Moscoso Caamaño

La incontinencia verbal, es sospechosa. Temo a los envidiosos y egocéntricos, a los tipos arrogantes, altaneros, orgullosos, que creen tener la mejor o tal vez la única y última palabra digna de pronunciarse.

Estas personas son la esencia misma del despotismo no ilustrado, porque desdeñan la opinión del otro, por ello, visceralmente a esta edad, rechazo a los arguenderos malsanos; a los estúpidos que hablan a lo pendejo tal vez por miedo a oír, en el silencio, el vacío retumbar de sus cerebros; pero sobre todo estos vanidosos, y egocentristas ya son bastante malos de por sí como simples convecinos de la vida.

Ahora, escuchen por un momento, que un individuo de esas características, carente de toda medida de sí mismo y tan enajenado de la realidad, se hace con un coto poder, ya sea grande o pequeño, en su comunidad, y establece un régimen arbitrario, sencillamente porque él siempre tiene la razón. 

El poder absoluto siempre silencia y descalifica al oponente. Esa es la primera regla de la intolerancia. 

De modo que un charlatán obsesivo que consigue instalarse en el poder, se convierte en fanático envidioso. 

Una sola idea puede contagiar al mundo: 

La idea de que la culpa pertenece a otros, la idea de que nuestro miedo, nuestro fracaso o nuestra desgracia han sido tramados por enemigos ajenos a nosotros y a la vez traidoramente infiltrados en nuestra cercanía, la idea de que se puede dividir a los seres humanos en “fifís” o en “chairos”, en inocentes y culpables, en malos y buenos, en nosotros y ellos. 

A cualquiera, en cualquier parte, le puede alcanzar ahora mismo un sino de exclusión y destierro, millones de seres humanos viven y mueren en un perpetuo estado de disgregación.

Pero el veneno, para extenderse, no necesita camisas amarillas, verdes o azules para desarrollarse. 

Aquí mismo, entre nosotros, los personajes que se esconden en el anonimato, han comenzado su tarea.

Sin que nos demos cuenta alguien ya empezó, bajo la cobardía del anonimato, a ver en nuestra cara los estigmas de la envidia y la avaricia, una falta de respeto al que difiere, al que no piensa de manera semejante.

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