Gerardo Moscoso Caamaño

La cultura entregada a la comercialización complaciente, sometida a los gustos de un público desinformado e ignorante, destinada a un éxito inmediato, al consumo como una mercancía más, donde los creadores son transformados en “asalariados de servicios” y la gente en voraces consumidores, ha generado las causas de los efectos que como sociedad estamos padeciendo.

La cultura entendida como conocimiento, se aleja cada vez más de su función de explicar y entender el mundo al ser penetrada sin el menor escrúpulo por el consumismo y la industria.

El desaliento en el saber profetiza un castigo: la cultura humanista está siendo abandonada por los jóvenes atrapados en las redes de comunicación; cualquier respuesta la buscan y creen que la encuentran allí, en el poder cada vez más grande de la información sobre el conocimiento, o en lo que es igual, en el poder cada vez más grande de la economía sobre el conocimiento.

La distracción y el entretenimiento aplastan y dominan hoy los valores del espíritu y coartan la reflexión. 

Es el éxito: lo lucrativo sobre lo que los mercenarios de la economía consideran inútil. Ahora todo es show, espectáculo, distracción. 

El poder de la inteligencia subordinado a los incultos de los medios de comunicación masivos. 

Al prestigio se le opone la rentabilidad; a la reflexión la maña. 

Se le presta más atención a un cantante, a un deportista o a una estrellita del mundo de la televisión, que, además, se la pasan opinando desde su ignorancia como si fueran ilustrados, que a un intelectual destacado o a un científico. 

Estamos en camino de echar abajo el mundo de las ideas a causa de la supertecnificación, el individualismo y el hiperconsumismo.

La sabiduría sufre una desvalorización irrecuperable, los grandes maestros van desapareciendo y las grandes obras también. 

Y ahora nos sorprendemos por el actual escepticismo, por la falta de participación de la sociedad y por el desmadre violento reinante.

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