Hoy más que nunca es importante tomar el teatro como dimensión didáctica, haciendo del espacio escénico el lugar público de reflexión ética y estética donde el texto de una farsa, por ejemplo, al materializarse en el escenario, diseccione como hábil cirujano la sociedad circundante, trasladando la realidad que nos envuelve, a la exageración de sus defectos para reconocernos en ellos.

Volver a las raíces del teatro del que somos herederos desde el ágora griega, el atrio de la iglesia medieval, la plaza principal y todos esos lugares de encuentro en los que las comunidades se han ido reuniendo a lo largo de los milenios para intercambiar ideas y discutir sus destinos. (esa, debería ser una de las tareas principales de todo gobierno humanista). 

Al refrendar valores que no nos hacen ningún bien, el Showcito comercial debería ser excluido de la programación de los espacios que se sostienen con el dinero público.

Actualmente ese debate común tan necesario, se hace a través de los medios de comunicación; pero tengo la desconfianza de que éstos están dejando de representar la plaza pública para convertirse en un tablado miserable, calumniador y trillado.

Quiero decir que ahora apenas si debatimos las cosas fundamentales, aquellas que influyen de verdad en nuestras propias acciones, y que, actualmente de lo que se suele hablar, es de lo que imaginamos que otros hacen; emociones substitutas, violencias fratricidas, ficticias o bien reales, pero repetidas hasta el hartazgo y sinsentido; desnudos pseudo eróticos, lágrimas a todo rodar en melodramas chafas y estúpidas risas ante la vulgaridad grosera.

Algo bastante malo nos tiene que estar sucediendo para necesitar drogarnos con estas sensaciones aparentes, falsas. Nos estamos convirtiendo en una sociedad pasiva, enajenada, sin existencia propia. No vivimos la alegría y el dolor propios, vivimos atisbando fingimientos y pantomimas de realidades ajenas. (Programas de “distracción”, series de narcos, etc.).

Sé muy bien que el arte dinamita los postulados humillantes del poder, que el teatro especialmente nos da identidad y, sobre todo, que se convierte en una importante herramienta de transformación social. Suicida es confinarlo a la distracción.

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