Gerardo Moscoso Caamaño

Hay algo muy inspirador en las personas que, por haber hecho una buena labor en sus años pasados, en sus décadas anteriores, a edad avanzada llegan a poseer un gran caudal de experiencias y de sabiduría. 

En estos casos, su juicio se vuelve más profundo y extenso con el envejecimiento. En consecuencia, bien haríamos en considerar la manera en la que hoy estamos llevando nuestra vida, ya que ella afectará la naturaleza de nuestra propia vejez.

Si analizamos los años del aprendizaje escolar o del período universitario como una primera etapa, y la edad adulta posterior como una segunda fase, en tal caso los años del retiro, cuando damos los toques finales a nuestra existencia, son una tercera edad para el ser humano. Aunque la fuerza física sea menor, mientras nuestra mente esté orientada claramente hacia el bien y el conocimiento, podremos hacer que nuestra vida brille.

Un refrán dice: “Para el necio, la vejez es un crudo invierno; para el sabio, es la edad de oro”. 

Es decir, que el enfoque con el que nos preparemos para la tercera edad marcará grandes diferencias entre una persona y otra, especialmente en lo que respecta a su riqueza espiritual y estado de plenitud. 

Todo va a depender de nuestra actitud y de cómo enfrentemos la vida, para ello el conocimiento adquirido es fundamental.

¿Será la vejez un barranco que nos conducirá hacia el olvido? ¿O el período de nuestra vida en que logremos nuestros objetivos y conduciremos toda nuestra existencia hacia un desenlace ganador, lleno de satisfacciones, serenidad y de amor? 

Se dice que envejecer dignamente es más difícil que morir, pero mientras tengamos una actitud auténtica, sencilla, optimista y orientada hacia el mañana, mientras vivamos aceptando nuevos retos, podremos dar a nuestra vida una magnífica profundidad.

La muerte no es la mayor tragedia que habremos de enfrentar en la vida; mucho más trágico es que mientras una parte de nosotros sigue con vida, otra parte importantísima, nuestros sueños, proyectos y amor, haya muerto. 

Cuando se llega a la vejez, cada uno sabe perfectamente, en su fuero interno, hasta qué punto está satisfecho con su vida.

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