Gerardo Moscoso Caamaño

Desde que regresé a La Laguna, hace unos veinte años, quise diagnosticar el porqué el Teatro Independiente local vivía una desorganización descomunal. Entonces empecé a darme cuenta de los signos y síntomas que presentaba este padecimiento no exclusivo de esta comarca. Observé con el pretexto de estimular a las organizaciones independientes, que algunas instituciones públicas y privadas buscaban enfrentar a los creadores de teatro uno contra otro. Si eres crítico y cuestionas, eres conflictivo, si buscas recursos para producción, no existen y, por encima, tienes que ser dócil con las damas de la ginecocracia cultural de La Comarca cuyo lema ha sido, salvo raras excepciones, “Divide y vencerás”.

No resulta sorprendente pues que esta argumentación tan trillada en este espacio desde el 2005, encontrara una creciente resonancia en los institutos o direcciones municipales de cultura y en los responsables de dirigir los recintos que administran los patronatos. El “teatro independiente” presenta una doble ventaja para quienes quieren mostrar su eficaz promotoría cultural desde las instituciones: su atractivo nombre evoca juventud, la rebeldía y el romanticismo; justifica a quién les da chance de presentar sus puestas en escena a cambio de mansedumbre y una lana, y si eres cómodo, se otorga financiamiento de singular flexibilidad. En efecto, nada impide a los responsables políticos o a los patronatos, anular subvenciones, o cambiar por otros artistas.

Esta flexibilidad coloca a cada proyecto independiente ante la obligación de lograr un éxito inmediato, pues de lo contrario esos creadores pueden quedarse sin nada. A la vez impide que las compañías y sus directores puedan tener una evolución artística, por lo que los “Independientes” a menudo deben buscarse trabajos temporales, en detrimento de su labor de investigación y capacitación. 

Por otra parte, los oficios de escena (escenógrafos, diseñadores de vestuario, maquillaje, peinados, iluminación, utileros, tramoyistas, etc.) corren riesgo de desaparecer. Los artistas escénicos deben afrontar un colosal desafío: darle, año tras año, generación tras generación, un nuevo sentido al teatro institucional, y para ello, la conciencia de gremio es indispensable. La unión hace la fuerza. 

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